Cada español tira a la basura más de 163 kilos de alimentos al año, según datos de la Federación Nacional de Comunidades de Regantes (Fenacore). Esa cifra implica que un tercio de la cesta de la compra va a parar al contenedor de residuos orgánicos. Andalucía es una de las comunidades que encabezan el triste ranking de los desperdiciadores de comida, como ha confirmado el primer Estudio sobre Hábitos de Aprovechamiento de Alimentación en los Españoles elaborado por la Asociación de Empresas de Gran Consumo (AECOC). Según este estudio, un 18% de los andaluces reconocen desperdiciar «bastante» o «mucho» de su cesta de alimentos.
Cerca del 80% de lo que se tira a la basura son frutas y verduras, lo que pone de manifiesto el escaso valor que se le otorga en el primer mundo a la agricultura de regadío, «mal acostumbrado» al excedente de producción de muchos cultivos agroalimentarios, explicó en Córdoba el presidente de Fenacore, Andrés del Campo, durante su conferencia titulada Retos de la agricultura del siglo XXI para una seguridad alimentaria global.
Esta situación supone un auténtico despropósito frente a los 815 millones de personas que sufren desnutrición crónica, unidos a los habitantes de los más de 20 países que viven agudas crisis alimentarias derivadas de los conflictos bélicos actualmente activos. Un desequilibrio que se basa en un porcentaje perverso: el 75% de la producción total de alimentos se distribuye únicamente entre el 30% de la población mundial.
Según Fenacore, «ante esta situación, y teniendo en cuenta que el objetivo de organizaciones como la FAO es alcanzar un mundo sin hambre en poco más de diez años, se necesita llevar a cabo una profunda transformación en una doble vía: Por un lado, concienciar a los países más ricos para adoptar un modelo productivo sostenible, que permita hacer un uso responsable de los recursos disponibles y reducir la generación de residuos, para lo cual se impulsan actuaciones como el reciente Pacto para la Economía Circular; y por otro, incrementar la producción para abastecer de alimentos básicos a una población mundial creciente en un contexto cada vez con menos agua dulce y tierra per cápita».
El presidente de Fenacore y de la Comunidad Euromediterránea de Regantes (EIC), ha aprovechado para hacer un alegato con estos datos en favor del incremento de los regadíos: «Garantizar esta seguridad alimentaria dependerá de la evolución del regadío, a sabiendas de que estos cultivos producen más que los de secano».
Los datos que pone sobre la mesa Del Campo son que en España, ocupando alrededor del 17% de la superficie agrícola suministran alrededor del 65% de la producción final, mientras que a nivel mundial cerca del 20% de la superficie agrícola es responsable de aproximadamente el 40% de la producción final agraria.
En opinión de Del Campo, «considerando que en España el regadío produce como seis hectáreas de secano, el incremento de la producción de alimentos deberá basarse en estos cultivos, pues de otro de modo tendría que aumentarse la superficie cultivada a costa de ocupar selvas y bosques, lo que desde una óptica medioambiental es completamente inadmisible».
LOS RETOS QUE PLANTEA
No obstante, este incremento de la productividad del regadío en un contexto de economía circular plantea a la agricultura dos retos: alcanzar una eficiencia tanto hidráulica como energética en los sistemas de riego para no sólo ahorrar recursos hídricos sino también energéticos y desarrollar cultivos con menos necesidades de agua y mayor tolerancia a las plagas, según reconoce Fenacore.
Pero la disponibilidad real de agua para regadíos es la clave principal del problema. En Andalucía, donde la sequía es más virulenta que en otras partes de Europa, expertos como el catedrático de Geografía de la Universidad de Sevilla, Leandro del Moral, apuntan que en la cuenca del Guadalquivir el crecimiento continuado de las superficies para regadíos no han logrado mucho más que asfixiar el recurso. Y sustenta este planteamiento con datos incontestables: La cuenca del Guadalquivir ocupa una superficie de 57.527 kilómetros cuadrados, viven más de cuatro millones de personas, y la agricultura acapara el 87% de los usos del agua.
UNA CUENCA DEFICITARIA
Dicho de otra forma: la agricultura de regadío consume 3.329,5 de los 3.833,2 hectómetros cúbicos que se emplean en todos los usos urbanos, industriales y agrícolas. Los datos de Del Moral revelan que la cuenca del Guadalquivir, de la que beben 849.243 hectáreas de cultivos, es deficitaria, es decir, hay más necesidades que agua disponible.
La evolución de los cultivos en el Guadalquivir ha pasado de unas 150.000 hectáreas de regadío a principios del siglo XX a las 849.243 hectáreas hace una década. Una explosión exponencial que se ha sustentando en la construcción de embalses, cerca de 60 –cumpliendo un verdadero récord de intervención fluvial que ha causado muchos problemas ecológicos– llegando a convertir al Guadalquivir en cierta forma en un mero canal de riego.
Así, la ecuación de los regantes: más regadíos para obtener más alimentos, no encaja en un contexto de falta de educación social para evitar el desperdicio alimentario. Andalucía es una muestra de ello: uno de los principales territorios nacionales con más producción agraria que encabeza el ranking de las comunidades autónomas con el porcentaje más alto de desperdicios de comida evitable (aquella comida que se podrían haber consumido si se hubiese planificado y almacenado correctamente): un 10,37 %, seguido por la comunidad de Madrid (8,09%), Galicia (7,67%), País Vasco (7,71%), la comunidad Valenciana (7,05%) y, en último lugar, siendo la que menos genera, Cataluña (6,21%), según datos del estudio Save Food de Albal de 2012.
¿ERES REAPROVECHADOR, ‘FOODWASTE GENERATOR’ O ‘ECO-FRIENDLY’?
El estudio de la Asociación de Empresas de Gran Consumo (AECOC) establece tres categorías en los consumidores según sea su actitud frente al aprovechamiento o derroche de comida: reaprovechador, foodwaste generator o eco-friendly.El reaprovechador es la categoría en la que se identifican tres de cada 10 consumidores. Se trata de aquellas personas que aseguran «hacer de todo para reutilizar las sobras» y evitar tirar la comida a la basura. La forma de guardar los alimentos, la correcta compra acorde al consumo y no por encima de este y la capacidad para reutilizar alimentos en nuevos platos son las claves de este perfil de consumidor responsable.
El segundo grupo más numeroso según el estudio es el de los foodwaste generators. Se trata de personas que lo intentan pero no lo consiguen. Guardan sobras pero las acaban tirando y se dejan influenciar fácilmente por ofertas y otros reclamos de la industria de venta de alimentos. El 21% de los españoles son foodwaste generators. Dentro de ellos están los busca-caprichos: un 16% de los españoles que reconoce que coge el carrito de la compra sin haber planificado lo que necesita en lo más mínimo y acaba siendo presa de los tres por dos y reclamos por el estilo.
Los eco-friendly, que se preocupan por realizar un consumo sostenible, y privilegian los productos locales y de producción cercana, representan sólo el 16% de la población. El mismo porcentaje es representado por la categoría de los price-driven, aquellos consumidores que compran en función del precio y que consideran que los alimentos son cada vez más caros.
El ranking de los alimentos que acaban en la basura
Según el estudio de la Asociación de Empresas de Gran Consumo (AECOC) los alimentos que más veces y en más cantidad acaban en el cubo de la basura no son sólo los perecederos, como frutas y verduras (ocho de cada diez admite tirarlas sin haberlas consumido) o el pan (el 59% de los encuestados reconoce tirarlo porque «se pone seco» o «quedan restos»), sino que el 42% admite que acaba tirando las comidas preparadas. En el otro lado de la balanza del desperdicio, los alimentos que menos veces acaban en la basura, se encuentran bebidas como zumos, refrescos y vino, huevos y aperitivos salados, como patatas y aceitunas.
Según el estudio de AECOC, el olvido no es la única razón con la que los españoles justifican el desperdicio de comida: el 25% de la población apunta que no merece la pena guardar alimentos debido a su escaso valor; un 15% admite su incapacidad para medir las cantidades a la hora de cocinar y menos de uno de cada 10 asegura tirar alimentos por no saber cómo aprovechar las sobras. Según el estudio, sólo el 15% de la población declara no desperdiciar ningún comestible, mientras un 5% dice tirar grandes cantidades de productos.