«Nunca pasó por mi cabeza ser presidente»

Rafael Gordillo es uno de los grandes mitos del beticismo, que lo ha visto desempeñar funciones tan contrapuestas como las de jugador y directivo en distintas etapas. Para Rafa, «decirle al Betis que no es imposible, siempre que te llaman, tienes que acudir»

10 nov 2017 / 22:47 h - Actualizado: 10 nov 2017 / 22:47 h.
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  • Rafael Gordillo ha sido uno de los futbolistas más importantes en la historia del Real Betis, el Real Madrid y la Selección Española. / Jesús Barrera
    Rafael Gordillo ha sido uno de los futbolistas más importantes en la historia del Real Betis, el Real Madrid y la Selección Española. / Jesús Barrera

Si hay alguien en el mundo del fútbol que no necesita presentación, es don Rafael Gordillo Vázquez. Rafa, el gordo, como le llaman sus compañeros o, sencillamente, el eterno dorsal número tres del Real Betis, es un hombre llano, sencillo, sin estridencias. Criado en el Polígono de San Pablo –de ahí su apodo: El vendaval del Polígono–, disfruta de su trabajo como responsable de las relaciones institucionales en el Real Betis, aunque se lo toma con tranquilidad. Su salud lo exige y su personalidad, también. Huye de los focos, no le gusta estar en primera línea y se le ilumina la cara hablando de su familia y su club. Gordillo lo ha sido todo en el Betis. De hecho, «menos enfoscar las paredes, ha hecho de todo por el Betis», cuenta su hermano Fernando, del que Rafa asegura «era mucho más técnico que yo». A Rafa lo recordaremos siempre vestido de verdiblanco o con la elástica de la selección española o el Real Madrid. Daba igual cual fuese la elástica que tuviese que lucir, su pose era inconfundible. Mano a la cintura, cabeza abajo y medias a la altura de los tobillos. Valiente y sin espinilleras, jugó en la élite. Quizá por ello se siga tomando la vida así, sin miedo a las patadas del destino. Tanto es así que, tras la entrevista que hoy pueden leer, tuvo que ser ingresado tan solo unas horas después por una hipertensión de la que ya se ha recuperado. Futbolista, delegado del primer equipo, presidente del Real Betis o costalero del Señor de la Salud en la Hermandad de los Gitanos. Imagínenlo en cualquiera de estas facetas, da igual. El gesto pícaro de su rostro es siempre el mismo.

Después de mucho tiempo sin aparecer en los medios de comunicación, la primera pregunta era obligada.

—¿Cómo está Rafa Gordillo?

—Bien, la verdad es que me encuentro bien. Tomando muchas pastillas, pero me encuentro fenomenal y aunque no me puedo estresar mucho, te lo estoy contando.

—Un deportista de elite está acostumbrado a las lesiones, pero no a momentos así...

—En la vida te puede pasar cualquier cosa y me tocó cuando mejor estaba pasar por este mal trago. Estaba en casa después de venir de San Sebastián, donde jugó el Betis. Creí que tenía un virus en el estómago, hasta que me entró un sudor frío que me hizo pensar. Nada más verme el médico, me metieron en la UCI. Allí me dio, las secuelas gracias a dios fueron mínimas.

—No es el fútbol la mejor medicina para evitar el estrés, ¿cómo lo hace?

—Últimamente estoy en los partidos sobre todo cuando son en casa. Me salgo antes si el resultado es apretado... Si veo que me puedo alterar, mejor no verlo. Conozco mi cuerpo y si me veo emocionado, vayamos ganando o perdiendo, me quito del medio.

—Vayamos al inicio de todo, ¿cuándo detectan que Gordillo puede dedicarse al fútbol?

—En los genes debía tener algo, mi padre jugó en el España de Tánger, en Utrera, en Cádiz... Cuando llego al Polígono estaba todo el día jugando y me firma el equipo del barrio. Fuimos a jugar el Trofeo Peral, que era un jugador del Betis, y apareció Rafael Cruz, que fue mucho tiempo delegado del Betis deportivo y conocía a mi padre. Él le dijo que si quería ir al Betis, y cuando mi padre me preguntó, sólo pude decirle que ya estábamos allí. No tenía todavía 16 años. Así empecé. Yo siempre lo digo, era bético y quería disfrutar, pero nunca pensé en que podría llegar al primer equipo. Era un crío. Hasta que llegué al primer equipo juvenil, ahí sí me veía ya a solo un paso. Sabía que era complicado, hasta que llegó Iriondo que fue el que me sacó. Y eso que echó a todos los que entrenábamos del filial con el primer equipo.

—Empezó como atacante...

—Yo era extremo izquierda o interior. Cuando llega Iriondo al primer equipo, no entreno con él y un día, Esteban Areta en Almería dio la alineación y dijo con el tres Gordillo. Nunca había jugado de lateral. Perdimos cinco a dos y la mayoría de los goles vinieron por la izquierda. Subo al primer equipo y juego de extremo 13 partidos. Después me puso de lateral y como yo lo que quería era jugar, jugué de lateral. Vieron en mí una capacidad física que como lateral podría ser beneficioso para mí.

—Se consolida como jugador en la élite, ¿quién se alegró más, Gordillo o su familia?

—Mi padre. Había sido futbolista y creyó en mí. Un día siendo juvenil le dije que no quería seguir siendo futbolista y me metió de chapista en el taller de un amigo. Me levantaba a las seis y media de la mañana y volvía a las ocho de la tarde. Eso fue un jueves y el sábado me dijo mi padre que eso se había acabado, que lo mío era el fútbol. Fueron tres días, pero me di cuenta que tenía que luchar por eso. Así que gracias a las palabras de mi padre seguí jugando. Él siempre estuvo muy orgulloso de mí. También mi familia y mi barrio, ellos también se alegraron mucho de que llegase.

—¿De ahí lo del vendaval del polígono?

—Yo era de mi barrio, llegué muy niño desde la Puerta Osario. Ahora soy el soplío... Ahí es donde yo he jugado al fútbol, doy mis primeros pasos, mi familia y mi hermano siguen viviendo allí...

—Me cuentan que su hermano Fernando era mejor, ¿es así?

—Mi hermano era mucho más técnico que yo. Le he visto hacer cosas que yo las veía y decía, eso lo hago yo y me caigo...

—Y llegó el Real Madrid, ¿cómo fue ese momento?

—En mi casa no sentó nada bien. Nadie quería que nos fuésemos a Madrid. Mi mujer, mi familia y mis niños no querían. Lo del Madrid viene porque intento quedarme en el Betis, negocio con Retamero, Salas y Paco García de la Borbolla, por aquel entonces tenía ya 28 años y tres niños, yo lo que quería era quedarme. Al ver que no me renovaban, salió en la prensa y llegó el Real Madrid. Con otra edad no te digo que no me hubiese agradado ir al Madrid, ¿pero con 28 años? Sabía lo que era el Real Madrid por mis compañeros de selección, pero tenía claro que mi vida era el Betis. No me quería mover de aquí. Cuando me entero que los tres dirigentes que te había mencionado antes tenían avalado al Betis personalmente, no tuve más remedio que irme. No había forma de recuperar esos avales. Llegué libre al Madrid. El Betis no se llevaba nada y peleé con Mendoza. Si el Betis no sacaba nada, yo me volvía a mi casa. Era mi equipo y mi casa, yo no tenía ningún interés en estar allí. Al final no tuve otra solución, me dejaron sin equipo y tuve que firmar.

—¿Se adaptó a Madrid?

—Yo me tenía que adaptar al equipo, a estar allí, a vivir solo, que nunca lo había hecho, y estar en un hotel sin mi familia. Comprendo a los jugadores que vienen de por ahí. Yo estaba a 45 minutos en avión de Sevilla y a seis horas en tren, entonces no había AVE. Si llega a haberlo, hubiera estado más tiempo en Sevilla que en Madrid. A los tres meses me acerqué a Fernández Trigo, que era el gerente del Real Madrid y le dije que si no encontraba casa me volvía. Al final mis compañeros me ayudaron a encontrar una casa en Majadahonda, en la capital me agobiaba. Me costó mucho trabajo. Recuerdo unas palabras de Sebastián Alabanda a mi mujer, que vino conmigo porque no tenía abogado ni representante ni nada, y le dijo: Isabel, piensa que cuando tengas tu casa y cierres la puerta, estás con tu gente, en Madrid o en Rusia. Pero piensas mucho, la primera Feria, esa Semana Santa...

—¿Cómo fue su primer autógrafo?

—Yo veía a Cardeñosa, Alabanda y a mis compañeros firmar autógrafos. Llegábamos a los hoteles y la gente esperaba fuera para ver a mis compañeros, a mí no me conocía nadie. Les tenía una envidia... Cuando eso llegó y la gente me pedía algo a mí, ¿cómo iba yo a decirle a un bético a algo que no? Era imposible. A veces lo comento con Joaquín, que veo que en eso se parece mucho a mí y se para con todo el mundo. Si yo siempre he querido que eso me pasara, ¿cómo no iba a hacerme una foto con un aficionado que me lo pidiera? Me cuesta mucho decir que no...

—¿Qué es lo más raro que le han pedido?

—Me han pedido cosas extrañas, como ir a una boda sin conocer a los novios, ir a un bautizo o ser padrino de un niño al que no conoces... Lo he hecho, siempre que alguien me ha pedido algo lo he hecho.

—Y después de Madrid, vuelves a casa. Regresaste al Betis.

—Yo iba a ir al Burgos por Juanito. Era entrenador del Mérida y él ya sabía que sería entrenador del Burgos. Sabía que era mi último año en el Madrid, eso un jugador lo sabe. Y llamé a Juan para decirle que si el Betis no me quisiera, me iba con él. Entonces me llamó el Betis y me vine del Madrid a un Betis en Segunda División. Conmigo Lopera ni negoció, hablé con el gerente y se sorprendió cuando me preguntó cuáles eran mis pretensiones. Le dije que venía al Betis y que ellos pusieran el tiempo y el dinero. Firmé y tuve lo que quería, que era jugar en el Betis.

—Lo has sido todo en el Betis, hasta presidente...

—Menos entrenador, que no me gusta, he sido de todo. Yo no venía para ser presidente, pero me tocó. Si el Betis te llama tienes que intentar ayudar. Me llamaron para ser delegado y acepté, luego fui secretario técnico. Cuando me llamó la jueza, también. Pero nunca pasó por mi cabeza ser presidente del Betis. No me veía capacitado y no me sentía capaz, pero cuando falleció Gómez Porrúa acepté. Tuve la suerte de ascender ese año.

—¿Cómo ha sido la relación profesional con el Sevilla?

—Yo siempre he dicho que soy del Betis, lo demás me da igual. Pero sí soy respetuoso con compañeros y amigos del otro equipo. De hecho, hasta saqué un disco con Curro San José. Nos encontrábamos con los jugadores del Sevilla y comíamos y nos llevábamos bien. Hoy en día hay más armonía y respeto.

—Después del fútbol llegó otra pasión: ser costalero, ¿cómo vivió aquello?

—Si comparamos, debajo de un paso se trabaja en equipo. Es diferente al deporte. Son otros sentimientos. Fui nazareno en Los Gitanos hasta que llegué al Betis, pero veía a los costaleros cómo lo vivían, cómo se abrazaban y yo quería vivirlo y sentir eso. Hasta que me metí debajo. El primer día iba bien, esto no es nada, pensaba. Pero de vuelta me di cuenta lo que era aquello. Tocaron tres marchas en La Campana y algunos compañeros pedían otra. Me quería morir allí debajo. Pero es diferente a todo. Se siente uno como en familia y además tuve el privilegio de llevar al Señor.