Conforme avanzaba la noche, el cuerpo le entraba en caja a las huestes de Susana Díaz. Los primeros sondeos a pie de urna auguraban un parlamento de Babel, una suerte de cámara ingobernable camino del cadalso de la inestabilidad política. Socialistas con memoria, nerviosos como flanes, mentaban a la bicha: la temerosa pinza. El arranque y cierre del escrutinio les devolvía la compostura. Las décimas elecciones andaluzas dijeron sí a perpetuar el dominio del PSOE en la región, que salva los muebles con resultados que emulan los escaños de las últimas elecciones, con una salvedad taxativa: recuperan el trono de fuerza más votada y abren una brecha de 14 parlamentarios con el PP.

De facto, son los peores resultados, según porcentajes, del socialismo andaluz. De iure, una conquista triunfal en un contexto hasta ahora inexplorado. Quizás por eso, Susana comparecía radiante cuando el marcador de voto escrutado superaba el 99 por ciento. «Victoria histórica e indiscutible», alardeó entre la euforia de su guardia pretoriana. La realidad es que Díaz ha levantado un dique contra los vientos de cambios y las mareas emergentes. La candidata socialista, por encima incluso de las siglas del histórico partido de la rosa, ha convertido el previsible mordisco al bipartidismo en una dentellada tenue. Uno de los grandes análisis de la noche electoral está en la suma de los dos grandes: PSOE y PP apiñan 80 de los 109 escaños de la cámara, cifra que sostiene la aún supremacía de los partidos tradicionales. El 60 por ciento de los andaluces que ayer acudieron a sus colegios electorales -participación en la media de los comicios andaluces (63,94)- apostó por una de las grandes formaciones. Ni los 600.000 votos que el bipartidismo se ha dejado en el camino han sido suficientes para que Podemos, bronce en el podio de partidos, se aproxime a guarismos de liderazgo. La formación púrpura no ha superado el techo de apoyos de una tercera fuerza en Andalucía, que desde 1994 -la legislatura de la pinza- ostenta Izquierda Unida.

Los 47 diputados socialistas son insuficientes para un gobierno de mayoría, pero valiosos en el panorama que se avecina. El paradigma político al que nos enfrentamos presenta una nueva realidad de hemiciclos atomizados, pero no desconocida en la región. Desde las primeras elecciones autónomicas, en 1982, Andalucía no aúna un quinteto de fuerzas políticas en el Parlamento. Tanto es así, que cuando se constituya la X Legislatura, dentro de veinte días, la bancada del Hospital de las Cinco Llagas acogerá por primera vez cinco espectros políticos, ya que el histórico edificio sevillano se estrenó como cámara regional en 1992.

Desde entonces, en los albores de la última década del siglo pasado, el PP no obtenía una representación tan pírrica como la que desprende esta primera cita electoral del carrusel que nos adviene. La debacle popular es de aúpa. Pierden 17 escaños en tres años, de 50 a 33. Pasan del 40,67 por ciento al 26,76. A diferencias del susanismo, el postarenismo no ha sido capaz de suturar la herida que ha ocasionado la desafección pública hacia los grandes. Los de Moreno Bonilla se desangraron ayer en Andalucía. La aún bisoñez de un candidato desconocido, las políticas impopulares de Rajoy y la irrupción de una alternativa en el centro derecha –Ciudadanos– guillotinaron las opciones populares, no de mantener el botín de 2012, sino de al menos, combatir la hegemonía socialista. Si la legislatura cumple con el lapso previsto de cuatro años, irán para 37 los ejercicios consecutivos de gobierno del PSOE.

Podemos y Ciudadanos serán las fuerzas novatas de la cámara parlamentaria más meridional de Europa. Sergio Pascual, férreo adláter de Pablo Iglesias fue el primero en hacer valoraciones, presumiendo de «los más de medio millón de votos valientes». En el cuartel general del Cerro del Águila, se escenificaba la ayer tan manida escena de euforia contenida. La sobreactuaron en el PSOE, Podemos y Ciudadanos. El Teatro Salvador Távora era un hervidero. Teresa Rodríguez cazó 15 escaños, un hito para una fuerza que tenía ante sí su primera prueba de fuego, sin balas de fogueo. Los bajos fondos del partido, reconocían sin embargo, que sus esperanzas tenían dígitos mayores a las dos decenas.

La foto del niño con zapatos nuevos estaba teñida color naranja. Si hace dos meses un tarotista dice a Albert Rivera que entrarían en el Parlamento andaluz con nueve escaños y posibilidades de ser la fuerza bisagra que abra la puerta de pactos, posiblemente Rivera no le hubiera pagado la sesión. Por exagerado. Centrados en un discurso multicomprensivo, definición ideológica poco cristalina y aprovechando el desgaste de la fuerza conservadora por excelencia, Ciudadanos ha sido la gran sorpresa.

Ciudadanos y Podemos han dado el gran sorpasso a IU. La otra hecatombe de la noche. La coalición salvó por lo pelos el grupo parlamentario –cinco escaños–, pero la lectura es tan gráfica como el cariacontecido semblante de Antonio Maíllo. El cabeza de lista achacó los que han sido peores resultados de la historia de IU –antes PC– al castigo infringido por sus bases tras pactar con el PSOE. Ahora no podrán hacerlo. Se hunden en el océano parlamentario. Sólo les queda buscar el faro en la tormenta, como vaticinaron en el último y muy viral de sus vídeos de campaña.

La victoria del PSOE deja un mapa andaluz teñido de rojo, a excepción de Almería, donde en igualdad de escaños con el PP, fueron los populares la lista más votada. A priori, la jugada de adelantar los comicios le ha salido bien a Susana. No sólo porque ha recuperado el dominio de su partido en la región, sino porque en el primer envite, no ha sido pasto de las llamas de la nuevo tablero político. A partir de hoy, deberá rebanarse los sesos para gobernar un parlamento que se prevé pendenciero.