«Volvería a ser empresario pese a los dolores de cabeza que da»

Sigue siendo «el niño» de la casa aunque peine canas y haya levantado un imperio de la nada. José Luis Sánchez Domínguez (Málaga, 1938) no olvida sus orígenes humildes como hijo de ferroviario en los años de la posguerra y se emociona al recordar cuando recibió la Medalla del Mérito al Trabajo.

Manuel J. Fernández M_J_Fernandez /
10 oct 2017 / 23:06 h - Actualizado: 11 oct 2017 / 17:58 h.
"Personajes por Andalucía"
  • El presidente del Grupo Sando, José Luis Sánchez Domínguez, ante el busto del cardenal Spínola en la hemeroteca de El Correo de Andalucía. / Manuel Gómez
    El presidente del Grupo Sando, José Luis Sánchez Domínguez, ante el busto del cardenal Spínola en la hemeroteca de El Correo de Andalucía. / Manuel Gómez

Suele venir mucho a Sevilla. Ahora ya más por motivos familiares que de trabajo. Eso sí, confiesa que le cuesta separarse de su ciudad natal: «Siempre he estado en Málaga y así deseo que sea incluso después de que me llegue la hora».

—¿Cómo fue su infancia en una época complicada como la posguerra de los años cuarenta? ¿Lo recuerda como una etapa difícil de su vida?

—La verdad es que muy triste porque todo lo que veía a mi alrededor era pobreza, suciedad? He visto a gente ir detrás de uno que iba comiéndose un plátano para esperar que tirara la cáscara y comérsela. O pedírsela antes de que la tirara. Fue una época malísima. Yo nací en la guerra: el 1 de enero de 1938, faltaba año y medio para terminar la guerra. En general era así pero luego, sin embargo, como mi padre era ferroviario y tenía un sueldo fijo... El economato de Renfe [sonríe], que era muy importante en aquella época, funcionaba estupendamente. Gracias a Dios a nosotros nunca nos faltó comida: comía todos los días, iba al colegio, dormía? Teníamos una casita modesta pero en propiedad, que a eso se le daba entonces mucho valor. Decían que de allí no nos podía echar nadie. Cuando quitaron las cartillas de racionamiento, a principios de los 50, entonces cambió cosa.

—Como hijo de ferroviario, ¿le inculcó su padre el valor del trabajo?

—Mi padre siempre tuvo una frase que me fue inculcando y que marcó mi rumbo profesional. Llamaba a lo de Renfe el salario del miedo: eso de estar ahí pendiente de un salario cada mes. Él tenía cuatro hijos y era un riesgo muy grande aventurarse en otras historias, más aún en la posguerra que no había oportunidades. No le quedaba otra. Pero a mí sí que me inculcó que yo trabajara por mi cuenta y no para otros.

—El trabajo ha sido una máxima en su vida...

—El valor del trabajo es algo que llevan las personas en los genes, porque el que sale vago para trabajar a ese no hay quien le inculque nada. Está bien que lo inculquen pero tú también tienes que tener ese talante. Y yo lo tenía porque en mi casa estuve viéndolo en mis padres desde niño. Mi madre, con cuatro niños, ejercía de ama de casa con unos recursos justitos. Tenía que administrar lo poco que había y además tener el orgullo, pues eso también en aquellos tiempos contaba mucho, de que sus hijos salieran a la calle lo mejor posible. O por lo menos igual que el mejor. En aquellos años todas las madres hacían verdaderos sacrificios para ocultar la necesidad y la pobreza. Es el orgullo del ser humano, que es un orgullo sano.

—Y así desde muy joven empezó a trabajar portando frutas y hortalizas de Málaga a Córdoba...

—A Córdoba, Lucena y a algunos pueblos de alrededores? Mi tío tenía allí un almacén. Era mayorista y servía hortalizas a los puestos en la plaza de abastos. Cuando llevaba año y medio o dos, se le ocurrió que yo fuera a Málaga, al valle del Guadalhorce y a la Axarquía, que era donde había productos de estos bastante, alquilara un camión y a través del teléfono? Me decían tantos kilos de esto, otros tantos de eso? hasta que cargaba el camión. Lo que quería es elegir lo que podía tener y no conformarse con lo que le trajeran los demás. Ahí aprendí el valor que tiene ser serios en los negocios. Eso crea a la larga un activo que vale la pena y es muy rentable.

—Ser el único varón en casa, tiene que marcar de alguna manera. ¿Se le exigía más responsabilidad y madurez que a sus tres hermanas?

—Mis hermanas eran mayor que yo. Mi madre se preocupaba más de ellas que de mí porque las tenía que casar. El niño estaba muy bien, mucho cariño, pero si había algún dinerillo para comprar ropa o zapatos, las niñas eran las primeras. Así era y yo lo entendí que tenía que ser así. Por lo demás, pues, en aquella sociedad de los años 60 prevalecía eso de que el varón era el responsable de llevar dinero a casa y las niñas buscaban casamiento. Han pasado los años y han cambiado las cosas. Eso sí [se ríe], aún sigo siendo el niño de casa. Todavía cuando mis hermanas se reúnen, entre ellas, se refieren a mí como el niño. Lo llevo bien. Estoy acostumbrado.

— ¿Qué le lleva a meterse en el sector de la construcción y crear entonces una empresa familiar?

—Bueno antes de eso y tras venirme del trabajo de Lucena, en Málaga emprendí otra actividad completamente distinta a la construcción. Había una fábrica de oxígeno y acetileno, Sociedad Española de Oxígeno, que en aquellos años implantó la política de llevar los productos a las casas de los clientes para no molestar a los vecinos y hacerlo todo más silencioso, pues las fábricas no estaban en polígonos como ahora sino dentro de las ciudades. Un amigo de mi padre que trabajaba allí nos lo comentó y fui a hablar con el director de la fábrica. Me dio la oportunidad y allí estuve 15 años. Pero eso no quiere decir que a principios de los 60 empezara a alternar esto con otros trabajos. Me sobraba tiempo y capacidad. Entonces me metía en todos los líos.

—Fue el momento de dar los primeros pasos en el mundo del ladrillo y la construcción...

—Sí. Llegó la hora del boom de la construcción a principios de los 60. Tendría entonces poco más de 20 años cuando la Costa del Sol comenzó a despertar. No dejaban de hacerse hoteles y más hoteles, urbanizaciones... En fin, se puso de moda aquello. Málaga no estaba preparada para abastecer a la vez la construcción de cuatro hoteles. Ni había materiales para poder servir. Hacían falta maquinarias de obras públicas... En vista a la demanda que había, me metí en este negocio. De los materiales y todo eso, pasé a hacer obras, primero, como persona física; y, luego, como Sando cuando se constituyó la empresa en el año 1974. Esa es historia de cómo llegué a la construcción y se creó Sando: casi por la necesidad que había en aquellos momentos de atender el mercado en Málaga.

—¿Imaginó desde un principio la trayectoria de crecimiento y expansión que ha tenido la empresa hasta convertirse en una multinacional andaluza, con filiales y oficinas en Varsovia, Marruecos o Colombia?

—La verdad es que no me lo imaginaba. También es cierto que nunca me ponía techo, ni objetivos, ni cuando hago esto, me paro... Yo trabajar, trabajar, y como dicen los gallegos, y ‘mañana más’. Es una frase que me encanta. Precisamente me lo enseñó el jefe de la fábrica de oxígeno, que era gallego, y que trabajaba de día y de noche.

—¿Cuál fue la primera gran obra pública que asumió? ¿A qué proyecto de Sando le guarda un cariño especial?

—El que lleguen y confíen en ti para este tipo de obras va ocurriendo poco a poco. Cuando eso se produce el primer sorprendido eres tú. Estás trabajando y sin apenas darte cuenta, ves que vas creciendo, que lo vas haciendo bien y la gente está contenta. Un buen día alguien te llama y te dice: ‘Mira que tenemos esto o lo otro’. Porque la gente te sigue y, en el fondo, está más pendiente de la empresa que uno mismo. A mí me llamó mucho la atención, porque era una obra muy importante, toda la urbanización de la Ballena, en Rota. Eso era de la Empresa Pública de Suelo de Andalucía y salió a concurso. Ese proyecto fue, si no el de mayor volumen económico, que también, el más atractivo por lo que venía después: muchísimas obras de edificios, hoteles, depuradoras? Me hizo mucha ilusión.

—Como empresario veterano que se ha sobrepuesto a distintas crisis económicas, ¿cómo afrontar estos momentos de riesgo?

—En primer lugar lo que no hay que perder son los nervios, tener la cabeza fría y actuar honradamente. Porque es el camino más seguro, quizás el más duro, para llegar lejos: el camino recto siempre. Si tu empresa se pone nerviosa y empieza a hacer alzamiento de bienes, a quitar cosas de en medio para que no te enverguen... Materialmente puedes sacar más proyectos fructíferos, pero a la larga ese camino no es bueno. Te desprestigia y te crea una imagen de desconfianza en todo el mundo hacia ti que es una losa pesada.

—¿Es uno de los consejos que le suele dar a sus hijos que siguen sus pasos en Sando?

—Ya lo saben ellos. No les tengo que dar ningún consejo. Conocen mi forma de pensar y de actuar en los negocios. Lo han visto todos los días.

—Nuestras tradiciones, como la Semana Santa o la Feria —de Abril, en Sevilla– forman una parte esencial de la cultura andaluza, ¿es más cofrade que feriante o al revés?

—Sinceramente, me gusta todo: la Semana Santa, la Feria de Abril y también los toros. En fútbol, nunca me pierdo un partido de calidad. Realmente me gusta todo lo que es bueno, sano y divertido. Creo que eso le gusta a todo el mundo. Al que no le gusten esas cosas no lo entiendo. ¿Soy más feriante? En cuanto que estamos más obligados ya que tenemos una caseta en la Feria de Abril. La Semana Santa no tiene quizás tanto peso, pero aun así venimos a ver las cofradías y participamos. Vivimos más la Semana Santa de Málaga. Mis nietos van allí a salir en la cofradía de la familia, la del Cristo de la Misericordia. Ese es el motivo por el que nunca he podido disfrutar como me hubiese gustado de la Semana Santa de Sevilla. Aun así y todo, he venido de escapada algún que otro día.

—¿Qué es para usted Andalucía? ¿Y su Málaga natal?

—Andalucía es un paraíso. He estado en muchos sitio pero para mí es el sitio que más me gusta para vivir y, si es posible, también para trabajar. Es un lujo cualquier sitio donde vayas. Todo tiene su encanto. Las playas de Cádiz, nuestra gastronomía, la luz de Huelva, sus gentes... y Málaga, que las raíces de uno siempre tiran. Andalucía, en general, es una forma de vivir. Nosotros sabemos alternar el trabajo, porque aquí se trabaja bastante, digan lo que digan, y la diversión. Sabemos dosificarnos o nos sacrificamos para divertirnos.

—Después de haber recibido multitud de galardones, ¿cuál ha sido su mejor premio?

—He recibido todos con muchísimo cariño y alegría. Estoy orgullosísimo de todos. Recientemente me han dado el Gazpachuelo de Honor, que es una comida típica de Málaga. Pero hay uno muy especial: la Medalla de Oro al Mérito al Trabajo... [se emociona]. Es del que estoy más orgulloso en el sentido que lo propone el ministro, el Rey lo concede... A nadie le amarga un dulce.

—Si volviera a empezar de nuevo sería... ¿qué cambiaría?

—Naturalmente que cambiaría algo. Todas las personas cometemos errores y tenemos memoria. Si empezara de nuevo, que ojalá fuera posible porque no me importaría, procuraría no caer en los errores que he cometido, aunque seguramente cometería otros nuevos... (se ríe) No sé si al sector de la construcción u otro, pero volvería a dedicarme a los negocios. Es como un reto diario y como decía el torero ese famoso: ‘hay gente pa to! Siempre me ha gustado pese a los cabreos o dolores de cabeza que dan. Hay un refrán muy antiguo que dice: ‘Sarna con gusto no pica’.