El mayor retratista flamenco del mundo

Se llama como Paco de Lucía, Francisco Sánchez, pero su instrumento ha sido la cámara. Tras medio siglo de disparos, atesora medio millón de fotografías: todo el universo flamenco ha posado para él

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
27 jun 2016 / 12:42 h - Actualizado: 27 jun 2016 / 13:25 h.
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  • Paco Sánchez, ante algunas de sus muchísimas instantáneas flamencas que hoy conforman una de las colecciones más completas del género. / El Correo
    Paco Sánchez, ante algunas de sus muchísimas instantáneas flamencas que hoy conforman una de las colecciones más completas del género. / El Correo
  • Camarón de la Isla, en una de las fotografías de nuestro protagonista.
    Camarón de la Isla, en una de las fotografías de nuestro protagonista.

Ninguna institución de este mundo ni del otro guarda tantas fotos de artistas flamencos como un tipo de Dos Hermanas que comparte nombre corriente con el mayor monstruo de la guitarra, Paco Sánchez, y que después de medio siglo persiguiendo el nombre exacto de cada quejío ha conseguido medio millón de fotos llamadas a ilustrar la memoria de este arte Patrimonio Inmaterial de la Humanidad cuando sus genios imprescindibles estén de juerga en el Paraíso. De momento es una colección privada, aunque Paco es tan generoso que la comparte sin tapujos. Pero llegará el día en que habrá que contar con ella si el flamenco quiere seguir siendo un arte de todos desde el duende de unos pocos.

«He conseguido esta colección de retratos porque soy muy jartible», asegura él, quitándose importancia. Pero lo cierto es que también se podría explicar su logro hablando de constancia en el trabajo de un periodista que empezó de locutor y acabó de fotógrafo; y de educación del oído a través del ojo. Al principio fueron sus artículos en el diario Pueblo, y sus retransmisiones radiofónicas para La voz del Guadalquivir, pero luego aterrizó Canal Sur en su vida y ya se dedicó a la difusión de la música, del rock and roll, el country y otras apuestas vanguardistas para el adormilado oído del andaluz medio de hace ya unas cuantas décadas. «Hace poco he encontrado el título que firmó Manuel Fraga para quienes acreditamos una serie de años trabajando», cuenta ahora, ya jubilado. «Yo fui locutor todoterreno hasta que me decanté por la música y conseguí cierto prestigio haciendo programas musicales; el más conocido fue Paco Sánchez Show, muy americano». Después de inundar la emisora andaluza de compás y fundar Flamencoradio.com, se ha retirado con la satisfacción de un premio Ondas.

Pero en el principio, allá por la monocroma Dos Hermanas del medio siglo que aún guardaba el tufo de las cartillas de racionamiento, ya fue el retrato quien lo conmovió. «Yo siempre recordaré un cartel de Gary Cooper en las carteleras del cine de mi pueblo», evoca tantos años después. «Apuntaba con dos pistolas y la mirada al espectador, y me daba cuenta de que si me movía sus ojos me seguían, y fue así como aprendí que si el retratado te mira a la cámara sus ojos se terminan encontrando con quien mira después la foto». Fue una lección profética, agazapada y latente que lo acompañó ya toda la vida, aunque las carambolas del destino lo llevaran por otros derroteros musicales sin apreciar lo jondo que latía al lado de su casa.

«La verdad es que yo cubría muchos conciertos de música moderna y al flamenco lo tenía en un segundo o tercer plano». Su primer retrato se lo hizo nada menos que al gran Juan Talega, pero «perdí, incomprensiblemente, los negativos; se debieron de extraviar entre mis libros de Bachillerato», recuerda, años 60... Fue en plena Transición cuando se convirtió definitivamente, porque los efluvios negros de una seguiriya cantada por Diego Clavel en La Puebla de Cazalla le agarraron las entrañas, penetrándole no por el oído, sino por el diafragma repentino de su cámara sagaz. Desde entonces, compatibilizó sus tareas de locutor para comer con las de fotógrafo para soñar. «Siempre he sido aficionado, no he vivido nunca de la fotografía», asegura quien ha expuesto siete veces en la Bienal, desde la primera edición del mayor festival del mundo, algunas de esas muestras tan memorables como la titulada Inolvidables, por cuyas instantáneas en blanco y negro desfilaron figuras como Antonio Mairena, Tío Gregorio Borrico, Chocolate, Gaspar de Utrera, La Paquera o Tía Anica la Piriñaca, o sea, la esencia de todo esto. Lo asegura quien ha lanzado al mercado libros de la talla de Flamenco en escena, Retratos del flamenco o El color del baile flamenco, e incluso el libro de entrevistas de su compañero Antonio Arco a 30 grandes de este arte titulado Monstruos y que él ilustró con unas magníficas fotografías. Lo confirma quien ha pasado del blanco y negro al color y viceversa, de las capturas vertiginosas de los artistas en plena lucha con su sudoroso duende al retrato sereno de quien canta, toca o baila pero simplemente mira cómplice por una fracción de segundo.

«Tardé muchos años en sacar guapo a Camarón», recuerda. Lo consiguió en un festival de Joaquín el de la Paula, en Alcalá de Guadaíra. Y realmente sale guapo, reconcentrado, sin gestos retorcidos, mirando dios sabe a qué lugar exacto de esa musa volátil que el de la Isla siempre parecía encontrar en su propio regazo. Al margen de las fotos comerciales que el fotógrafo argentino Lamarca le sacó a José Monge Cruz, es posible que este retrato robado de Paco Sánchez sea la estampa más hermosa del genio de San Fernando.

Ya por entonces, Paco Sánchez seguía la máxima picassiana que relativiza el poder de la inspiración, y por eso, cuando le llegaba, lo pillaba con la cámara en la mano. «Yo no tengo un estudio. Uso un camerino, un pasillo, un espacio en el que disponga de algo de luz, y hay que ir buscando cierta complicidad para que el artista se vaya relajando, hasta que se entrega», explica este autodidacta al que, después de tantos años, «ya son ellos los que me piden que los fotografíe, y perdón por la petulancia». Pero durante décadas buscó la magia del instante, congelar ese gesto o esa mirada por la que el espectador llega directamente al alma del retratado, al descubrimiento de que la sonrisa pícara de Juanito Valderrama es exactamente la misma que la de cualquiera de nuestros abuelos, feliz en el camino de vuelta.

En su archivo casi infinito hay muchas tomas que nadie ha visto aún, retratos de artistas que iban a llegar lejos y luego se quedaron en aquella peña donde un día, por casualidad o por trabajo, andaba Paco Sánchez cámara en ristre. Pero también hay tomas que durmieron el sueño del desapego y de súbito empezaron a valer algo. «Le tengo mucho cariño a una foto de El Turronero que él me pidió muchas veces y nunca tuve tiempo de enviarle». Una que le sacó a Antonio Mairena mirando hacia abajo permaneció en negativo durante 30 años para luego servir de portada de uno de sus libros.

Entre tanto, se ganó la confianza de todos hasta el punto de que lo miraran directamente a los ojos, es decir, a ese gran cíclope que impone respeto que es el objetivo de su réflex. Lo miraron cara a cara La Perrata (la madre de El Lebrijano y de una saga legendaria del compás que llega hasta Dorantes), y Fernanda y Bernarda de Utrera, y Terremoto y Menese y Fosforito y Agujetas y Morente y Pansequito y Rancapino y Mercé y un sinfín de cantaores que al lector le puedan venir a la mente; por supuesto también los nuevos valores, como Miguel Poveda o Antonio Reyes, Arcángel, El Cigala, Pitingo, Estrella Morente o Juan Pinilla. Pero también todos los guitarristas que se le ocurran, desde Pepe y Juan Habichuela o Manolo Sanlúcar hasta Eduardo Rebollar, Quique Paredes, Antonio Carrión, Gerardo Núñez, Paco Cepero, Parrilla de Jerez, Moraíto, Vicente Amigo, Niño de Pura y hasta Paco de Lucía. Y cómo no, todo el espectro de bailaoras cuyo racial taconeo resuena aún en la historia reciente del flamenco, desde Matilde Coral a Merche Esmeralda, pasando por Cristina Hoyos, Eva la Yerbabuena, María Pagés o Sara Baras. Y ellos: Mario Maya, Antonio Canales, Rafael Amargo, El Pipa, Israel Galván o Javier Latorre. Apueste usted a alguno y seguro que no falta.

«Generalmente el artista se presta con bastante entrega y disciplina, aunque tenga mucho nombre», asegura un Paco Sánchez que te escudriña tus posibilidades fotogénicas mientras te habla, un artista del flamenco que no canta ni toca ni baila pero que se marca unos desplantes con o sin flash de esos que te congelan para toda la vida. No en vano, en 2008 fue Premio de Artes Plásticas en el Festival La Unión (Murcia), y en 2010, Premio de Fotografía de la Cátedra de Flamencología de Jerez.

Los flamencos se ponen serios y guapos y cierran la boca cuando lo ven aparecer con su paso amortiguado de tipo acostumbrado a pasar desapercibido, siempre por detrás de la cámara. Ahora que ya no lo consigue, tiene medio millón de fotos convirtiéndose en memoria gráfica, artística y sentimental de este país. Y otro medio millón de anécdotas que cualquier día debería congelar también, antes de que el tiempo las olvide con esa pátina de ingratitud que suele imponerse sobre quienes lo dan absolutamente todo. Un día, en La Puebla, Chano Lobato le dijo con la mayor guasa sincera con que fue capaz: «Di que le has hecho una foto a Leonardo da Vinci». Y en el Gazpacho de Morón, mientras Paco Toronjo no encontraba la postura, le soltó: «Todo el mundo quiere ser. Lo difícil es serlo». Pues eso.