En los años setenta, la progresía de un grupo sevillano que rompió con todo, se extendió más allá de lo musical. Smash fue aquella primera banda de rock de verdad, dentro de un panorama que solo se nutría de elementos folclóricos y yeyés.

Y no estaban solos, les acompañó toda una generación que se reunía en la Glorieta de los Lotos, una especie de bucólico locus amoenus dentro del sevillano Parque de María Luisa, donde los yanquis –que al amparo del convenio cultural entre Franco y Eisenhower a finales de los cincuenta estudiaban en el colegio mayor Columbus, situado en uno de los chalets de Palmera– acudían con sus guitarras a tocar blues. Y como la policía los respetaba, empezaron a arrimarse aquellos oídos ávidos de libertad, aquellos primeros hippies sevillanos.

Fue el propio régimen el que propició una nueva escena musical con el establecimiento de bases militares norteamericanas, hecho que nutrió a la ciudad casi a tiempo real de las principales tendencias musicales estadounidenses. Era fácil encontrar discos de Pink Floyd o de Frank Zappa, algunas drogas que invitaban a viajes lisérgicos y guitarras, convirtiendo en algo extraordinario aquella amalgama de pelos largos, patios de vecinos, devociones y flamenco, mezclada con la voz de Jim Morrison de fondo. Nacía el underground sevillano.

Gualberto García, perteneciente a Smash y a esa generación, fue uno de los impulsores de ese cambio que durante los últimos sesenta y primeros setenta revolucionase la escena sevillana y franquista. Eran tiempos de censura y opresión donde llevar el pelo largo era casi un delito, llegándose a suspender conciertos por los pelos, en el literal sentido de la palabra.

Ya lo decía aquella canción a capella dentro de su álbum debut Glorieta de los Lotos, «Nosotros queremos estar en Sevilla sentados en el parque. Glorieta de los Lotos oliendo a flores, sí, sí, queremos estar. Ay que rollo, ay que rollo no nos dejan...». Un disco, el primero de la banda, que sale a la calle en otoño de 1970, y cuyo título hace referencia a ese lugar del parque donde se reunían para debatir sobre sus inquietudes en una España que ya empezaba a percibir aires de cambio por ser los últimos años de la dictadura. Años de ambientes libertarios, letras subversivas y mucha locura. Ciudadanos melenudos y vida bohemia, que pese a los intransigentes códigos de la dictadura franquista, se saltaron las normas del férreo sistema, algunos incluso acabando entre rejas. En ese disco se aunaba ese espíritu hippie en plena euforia, mezclando blues, rock y psicodelia, flamenco y raga hindú. Una obra revolucionaria, que mezclaba todos los sonidos de la época; blues, folk, psicodelia, con el sonido de Cream, Canned Heat, Hendrix o Little Richard, guitarras eléctricas y flamencas, violines, sitar y mucha experimentación.

Sería en su segundo disco, en 1973, ya próximo a su separación, cuando acercarían el flamenco al rock con la incorporación de Manuel Molina, dejando temas como El Garrotín, donde la fusión ya es latente, siendo pioneros de la expresión rock progresivo andaluz, del que bandas como Triana fueron exponentes inimitables.

Pero antes de Smash, a los Lotos llegó el sonido de Foreign Daft, Gong y Nuevos Tiempos. Recuerda Gualberto cómo se citaban en ese banco redondo del parque, entre otros, sus abanderados; Mane, Silvio, Miguel Lobato, Manolo Rosa, Los Marineli, Manglis, Andrés Olaegui, Manuel Imán, Kilo, Marcos Mantero, Antonio Smash, Julio Matitos, Silvio, Miguel Ángel Iglesias, Crisanto, Juanma Tenorio y un Jesús de la Rosa que acabaría siendo voz y alma del insuperable grupo Triana, quien imitaba a la perfección la voz del cantante de Procol Harum, en Con su blanca palidez, o a Jim Morrison con The End, con su grandeza física y personal, enfundado dentro de su traje de mil rayas. «Jesús era especial, no era un gran pianista, pero tenía algo dentro diferente, único, a la par que una buena persona. Era un genio», apunta Gualberto García.

Aparte de lo puramente musical, crearon y editaron en la revista Triunfo un curioso manifiesto, llamado Dialéctica del rollo y cosmogonía de la estética de lo borde; que fue el catecismo de una generación que empezaba a vivir algo nuevo reivindicando que había que corromperse por derecho, musical y espiritualmente, dividiendo la humanidad en cuatro categorías: Hombres de las praderas, aquellos que estaban en el rollo, en el sentido literal de la expresión; Hombres de la montaña, los que se movían por la violencia; Hombres de las cuevas lúgubres, los conducidos por el dogma; y los Hombres de las cuevas suntuosas, que eran aquellos que presidían grandes fortunas.

Ese manifiesto venía a decir: «No se puede hacer música en las cuevas del infortunio, hay que abrirse hacia las praderas. No se trata de hacer flamenco pop ni blues aflamencado, sino de corromperse por derecho, y solo por el palo de la belleza».

Smash, gitanerío psicodélico donde la voz cantada en inglés era una excusa, formó parte de una colonia cultural muy amplia en Sevilla, donde se mezclaron artes plásticas, literatura, cine, música y teatro. Precisamente fue en el teatro donde tuvieron una especial significación al ser colaboradores musicales de los grupos Mediodía y Esperpento, exponentes de los inicios del teatro independiente en Andalucía, donde personajes como Alfonso Guerra y Amparo Rubiales colaboraron estrechamente. Fue para Esperpento y la representación de Antígona, con un éxito absoluto y una Amparo Rubiales que era pura fuerza en el papel de la protagonista, donde crearon una banda sonora de la cual solo se conserva el recuerdo, con un guión elaborado en la Universidad de Sevilla, cuya puesta en escena corrió a cargo de los Smash, Sófocles, el sitar de Gualberto y la flauta de Julio Matitos. Mágica mezcla sin compromiso político pese a combinar vanguardia musical y política. Si tenían que figurar en algún mitin se marchaban, así era el espíritu libre de la Glorieta de los Lotos.

Este rincón del Parque de María Luisa fue un lugar que acogió encuentros de poesía y psicodelia, con poetas como Javier Salvago, quien escribió en su libro Variaciones y reincidencias de 1977, un poema titulado Glorieta de los Lotos y que decía; «Guardo de aquellos días el denso olor a yerba quemada y el amargo sabor de anfetaminas. Todavía el bar Jardines conservaba su encanto primitivo, y se hablaba de Kerouac y del Tibet. Por las ondas de Radio Sevilla, en FM, nos ofrecía Joaquín Salvador nata y fresas. No sé si lo recuerdas también tú; cada noche cruzábamos el río para ir a Don Gonzalo, donde tocaba Smash».

En la sala Don Gonzalo del sevillano barrio de los Remedios actuaban los Smash de la misma manera que lo hacían en los Lotos, improvisando, sin normas, libres, como ocurrió en los madrileños jardines de San Juan Evangelista, donde un ilustre espectador llamado Santiago Auserón los recuerda con emoción.

Smash; tres sevillanos y un belga, largas melenas, pantalones de campana, rock psicodélico y libertad en sus venas, sin ideas políticas en una España donde era obligado posicionarse. Toda esa música, esa intelectualidad y toda esa gente fue la artífice de la época más creativa que ha tenido España, hecha desde Sevilla y solamente con música y duende. Ya lo dice Gualberto: «No hemos cambiado el mundo, pero a la música sí que le hemos dado un empujoncito».

Ellos solo eran defensores de la libertad y del manifiesto de lo borde. No solo tenía magia: tenían genio. El genio de la Glorieta de los Lotos, oliendo a flores.

UNA BANDA PARA EL RECUERDO

El grupo Smash nació de los restos del naufragio –entiéndase, de los instrumentos musicales arrumbados– de Gong. Con ellos, Gualberto puso en marcha un proyecto en el que se embarcaron también, por seguir con la terminología marinera, la batería de Antonio rodríguez, la voz y el bajo de Julio Matito y, más tarde, Henrik Michael. Empezaron a sonar bastante por el mundillo underground y se hicieron un hueco con esa Glorieta de los Lotos (1970) que hoy es pieza de un museo repleto de música y también de un estilo de vida en el que no había más mandamiento que el de intentar ser felices por la vía de la experimentación. Entre 1969 y 1973, el grupo conoció también el paso de Silvio y Manuel Molina, entre otros.