La espantada de Su Santidad, Gregorio XVIII, de la clausura del complejo de La Alcaparrosa por imperativo del amor

ha devuelto a la palestra informativa la historia estrafalaria de esa corte de los milagros que colocó en el mapa la antigua pedanía utrerana de El Palmar de Troya. Ya se han escrito muchas páginas de esta tragicomedia pero no es demasiado conocida la escisión de un grupo de clérigos y fieles palmarianos que sucedió a la decadencia y muerte del papa Clemente. Ese grupo cismático podría haber encontrado su pontífice definitivo en la Argentina, reconvertida en moderna cantera de papas. Cosas veredes, que dijo don Quijote. Antes de su marcha de El Palmar, los sediciosos habían considerado sede vacante el trono pontificio para declarar antipapas a Manuel Alonso Corral (fallecido en 2011) y Ginés Hernández, el mismo que ha cogido el BMW para marcharse a Monachil por aquello de las tetas y las carretas. Ambos fueron sucesivos sucesores de Clemente con los pomposos nombres de Pedro II y Gregorio XVII. Pero todo tiene su historia.A rey muerto –o huido– rey puesto. Ginés ya ha sido reemplazado por un suizo que escribirá su propia historia. Pero hay que seguir buceando en los acontecimientos para ubicar las circunstancias del cisma de Archidona. La ruptura coincidió con la salida de las sombras del padre Isidoro –Manuel Alonso Corral– antes de convertirse en Pedro II de forma automática. Corral había sido la mano derecha de Clemente Domínguez desde finales de los años 60. Hablamos de la época de aquellas apariciones de La Alcaparrosa que serían el germen del circo que vino después. Es una historia conocida: Él fue el encargado de levantar el entramado jurídico y económico sobre el que se elevó la posterior iglesia de El Palmar de Troya. Pero su figura no despertaba la misma unanimidad que Clemente entre los fieles y la eliminación del particular colegio cardenalicio palmariano hurtó la posibilidad de elección a través de un cónclave. La condición de secretario de estado convertía a Manuel Alonso Corral en sucesor irrevocable de Clemente.

Ahí comienzan muchos de los problemas que aún arrastra la orden. Muchos obispos nunca aceptaron el pontificado del papa Manolo que, para reafirmar su autoridad, excomulgó al grupo de replicantes en medio de acusaciones cruzadas de presuntas apropiaciones indebidas. El cisma de Archidona era un hecho. Los palmarianos escindidos y exiliados –que se consideran a sí mismos como única Iglesia Católica Palmariana– han aludido desde entonces a la culpabilidad del papa Clemente argumentando que «tras todos sus valiosos servicios, en los últimos años de su pontificado cayó en la herejía causando una terrible confusión en la Iglesia». En cualquier caso, las tintas se cargaban especialmente sobre Alonso Corral, auténtico ideólogo del conglomerado pero falto del peculiar carisma de su compinche que, de una forma u otra, había logrado mantener unido su rebaño hasta poco antes de su muerte. Esa desconfianza se confirma en la declaración de intenciones de los fieles de Archidona: «Muchos obispos palmarianos no enfrentaron los errores del Papa Gregorio XVII y por tanto le seguían en su herejía y la consecuente excomunión y en lugar de aprovechar la oportunidad para arreglar la lamentable situación de la Iglesia coronaron a un obispo como sucesor que había sido nombrado por el papa Gregorio XVII». Aquí comenzaba el pontificado de Manuel Alonso Corral, elevado al solio pontificio como Pedro II en 2005. Pero el que todos conocían y temían como padre Isidoro ya había sido nombrado sucesor oficial un lustro antes.

A partir de ahí comienza la particular travesía del desierto de los obispos de Archidona, arrojados de la basílica de La Alcaparrosa y huérfanos de pontífice pero declarándose entonces «única jerarquía válida de la Iglesia ya que Roma perdió este privilegio desde que cayó en sus herejías por las enseñanzas del Concilio Vaticano II, y los miembros de la Iglesia Palmariana hace pocos años por sus enseñanzas heréticas». Ojo: en los últimos tiempos la orfandad de estos fieles podría haber terminado... en Argentina. La historia no deja de brindar sorprendentes casualidades. Esas casualidades han querido que los palmarianos de Archidona, como la iglesia de Roma, hayan encontrado su papa verdadero en el argentino Alejandro Tomás Greico, que acaba de cumplir 33 años. La edad de Cristo...

Greico –llámenle Alejandro IX si quieren– es el papa de la Iglesia Católica Remanente, que tiene su sede en la provincia argentina de Buenos Aires. Elegido en 2008, se anticipó cinco años a la llegada de su compatriota Jorge Mario Bergoglio, 266 sucesor de la cátedra de Pedro. Alejandro Greico es el tercer papa de esta particular iglesia que, como la palmariana, se declara la única verdadera. «Somos la Iglesia de siempre; la iglesia fundada por Cristo y que tuvo a San Pedro como primer Papa», declaran solemnemente. Pero si los palmarianos retrasaban el inicio de la supuesta herejía de la iglesia de Roma a la llegada de Juan Pablo II, los remanentes la anticipan al pontificado de Juan XXIII. Pelillos a la mar. Sólo son matices que no han impedido el acercamiento a los palmarianos de Archidona, que colocan en su web el retrato de Alejandro IX y declaran haberse fusionado «sin conversión». ¿Quiere decir que no se trata de una absorción de una a otra? Seguramente.

Pero conviene saber qué son, de dónde vienen esos católicos remanentes argentinos que podrían ser la tabla de la salvación de los palmarianos de Archidona y quién sabe si de la propia iglesia original de El Palmar de Troya. Esta peculiar congregación, que se declara única Iglesia Católica desde 2006, hunde sus antecedentes en el fenómeno del sedevacantismo que siguió a la apertura eclesial del Concilio Vaticano II. Algunos reductos ultraconservadores no reconocieron nunca la autoridad de los padres conciliares pero en el mismo viaje condenaron a los sucesores de Pío XII, de Juan XXIII en adelante, considerando vacante la cátedra de San Pedro. Podemos aportar un dato revelador. Antes de la definitiva constitución de esta particular iglesia, los futuros remanentes –organizados en torno a una supuesta orden de Nuestra Señora de la Compasión– llegaron a escribir al antipapa de Roma pidiendo que desalojara el Vaticano para proceder a la elección válida de un nuevo pontífice. La cosa estaba complicada pero el cónclave definitivo, que atrajo a otros grupúsculos sedevacantistas, se celebró en la localidad argentina de Luján escogiendo a un tal padre Óscar de la Compasión como nuevo pontífice bajo el nombre de León XIV. Su pontificado fue breve aunque le dio tiempo hasta de sufrir un grave atentado. Fallecido en 2008, fue sustituido por otro fugaz pontífice, Inocencio XIV, que acabó renunciando antes de confinarse en un monasterio australiano. Finalmente y después de no pocos avatares, amagos de cisma y luchas internas elegirían al actual Alejandro IX.

Ya ha habido trasvases de obispos entre Archidona y Argentina y, según afirman los propios palmarianos, adquisición de propiedades en España, que también ha recibido la visita apostólica de su presunta santidad, el papa Alejandro IX en fechas muy recientes. En 2009 se produjo un hecho definitivo: los remanentes argentinos erigieron una congregación específica para los obispos que se incorporaron al reducto de Archidona. En el fondo de la cuestión vuelve a relucir el vil metal. En el bucle melancólico trazado por los cismáticos de la sierra malagueña está la vuelta a la basílica de El Palmar de Troya, que –según sus expectativas– podría llegar a ser recomprada por los remanentes, tal y como reconocen abiertamente al afirmar en su web, que tiene enlace directo con la de los argentinos, que «poseen el dinero suficiente para acabar las obras de la catedral y ampliar otras en Utrera, así como reactivar las de Sevilla». ¿Es esa la auténtica y definitiva razón de reconocer a un supuesto papa tan lejano? Poderoso caballero es don dinero...