Cosas que puede hacer usted con la cabeza

¿Razón o emoción? ¿Multitarea o aburrimiento? ¿Memoria u olvido? El neurocientífico argentino Facundo Manes, celebridad mundial, acaba de presentar su libro ‘Usar el cerebro’. No son instrucciones; son advertencias

08 feb 2016 / 12:51 h - Actualizado: 23 feb 2016 / 21:25 h.
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  • El doctor Facundo Manes, en las instalaciones de El Correo de Andalucía con motivo de la presentación de su libro. / Pepo Herrera
    El doctor Facundo Manes, en las instalaciones de El Correo de Andalucía con motivo de la presentación de su libro. / Pepo Herrera
  • La mente no solo ha sido objeto de reflexión científica sino también artística.
    La mente no solo ha sido objeto de reflexión científica sino también artística.
  • El cerebro no se desarrolló para hacernos felices, sino para que pudiéramos sobrevivir. La felicidad es un invento moderno.
    El cerebro no se desarrolló para hacernos felices, sino para que pudiéramos sobrevivir. La felicidad es un invento moderno.

El cerebro, amigo y enemigo íntimo, dios y demonio, remedio y enfermedad. En él puede que esté casi todo lo que pensamos que está en otra parte. Y por no saber usarlo adecuadamente, los hay que entran en barrena y se estrellan estrepitosa y trágicamente contra un mundo real que si por algo se caracteriza es por su absoluta falta de miramientos. El afamado neurocientífico argentino what else? Facundo Manes, referente mundial en materia de trasiego de neuronas, acaba de publicar un libro con Planeta que se titula precisamente Usar el cerebro. No es un manual de instrucciones, ya que el cerebro se usa tanto si sabes hacerlo como si no, pero sí aclara algunas utilidades inadvertidas y ofrece varias advertencias útiles para que el aterrizaje de su propietario en la realidad sea menos accidentado y más provechoso, independientemente de las turbulencias del vuelo.

Es curioso. En su libro, Manes habla de los avisos que le da a uno la mente cuando algo falla, y ante ello, en la conversación con el autor surgía la duda: muy bien, entonces... si la mente le ordena a uno que pare y el jefe le ordena que siga, ¿a quién se le hace caso, a la mente o al jefe? Manes se reía, claro, sabedor de que donde hay capitán no manda marinero, pero matizaba la paradoja con su suave y balsámico hablar: «Hay que tratar de balancear siempre, en la toma de decisiones, el corto y el largo plazo. Si el jefe pide algo que en el corto plazo es bueno porque no vas a tener una discusión con él pero te genera estrés, no puedes dormir, te hace sentirte mal, en el largo plazo eso va a tener un impacto. Muchas veces los jefes no piensan en el largo plazo de uno y nosotros tenemos la responsabilidad de reservarnos».

Lo malo es que en España cada vez hay menos empleo a largo plazo y más jefes cortoplacistas, lo cual supone sin duda una afrenta a las más elementales normas de higiene mental. Lo mismo eso lo cambian ahora los nuevos políticos, quién sabe. Facundo Manes, que está al loro de la actualidad española, explicaba durante esta charla el auge de esas nuevas formaciones. Para él, se trata claramente de «un cambio de contexto» en la sociedad española; como una variación del clima que hubiese favorecido el desarrollo de nuevas y hasta ahora impensables especies. Sin embargo, en la envejecida España los años pesan mucho, y a la vejez ya no se es tan revolucionario, lo cual parece contradecirse con estos resultados electorales que andan queriendo dibujar una nueva era. Cuando uno es joven está resuelto a cambiar el mundo; veinte años después, si le cambian de sitio la jabonera se cargan su mundo. En qué edad está la verdad, en qué proceso está la salud, en qué quedan las revoluciones. El doctor respondía con una curiosa historia. «El voto pensamos que muchas veces es un proceso racional e ideológico», explicaba; «sin embargo, las neurociencias muestran que decidimos por otras cosas. Un colega, neurocientífico de la Universidad de Princeton, en EEUU, Alex Todorov, fue a Nueva Zelanda a estudiar cómo votamos, y escogió a jóvenes que no tenían mucha idea de la política de Nueva Zelanda, menos aún de la americana, y les mostraba dos fotos por vez de personas que no eran muy atractivas, estándar. Los chicos no sabían quiénes eran pero eran candidatos al Congreso de los EEUU en lugares no muy conocidos. El investigador les pidió que eligieran cada vez una de las dos fotos por la primera impresión. Los chicos aceptaron colaborar en el experimento. Eligieron. A la semana hubo elecciones y lo que eligieron los chicos con la primera impresión coincidió en más de un 70 por ciento con quién ganaba la elección. Esto fue replicado en varios lugares del mundo. Un sector de la población vota ideológicamente, vota analizando, pero una gran mayoría vota impulsado por la emoción, y cuando cambia el contexto... Entonces entramos en un tema que abordo en el libro que es el de la toma de decisiones. Nosotros, los seres humanos, nos consideramos más racionales de lo que realmente somos. Durante la mayor parte del día vivimos en piloto automático, tomamos decisiones que no llegan a la conciencia, son automáticas, están influidas por la emoción del momento: aburrimiento, leve tristeza, alegría, o bien por aprendizajes previos».


Homo burrus

Para cualquier observador neutral que no caminase sobre dos patas, todo esto dejaría al ser humano, aparentemente, en tenguerengue sobre la cúspide de la Creación y a punto de tropezarse con sus propios pies y caer rodando. O sea, que no seremos tan listos cuando pensamos tan poco, ¿o sí? Lo mismo resulta que está sobrevalorado el pensamiento, visto lo mal que lo pasan los entes reflexivos. «Somos una especie diferente», repone Manes. «Una de las cosas que nos diferenció fue la conectividad social. Ninguna otra especie tiene esta entrevista. Antes se pensaba que para ser racional, para tomar una decisión lógica, había que hacer a un lado las emociones. Hoy sabemos que la emoción y la razón trabajan juntas. Las neurociencias han demostrado que las emociones le dan color a los procesos mentales».

Quizá la diferencia entre ser o no ser feliz apenas esté en la organización cerebral. «Inclusive los depresivos tienen un realismo más detallado que los no depresivos», afirmaba el experto. «Hay un realismo depresivo que... para tener un cerebro saludable tiene que ser menos romántico todo. La ciencia no puede medir la felicidad. La ciencia solo puede medir cosas que son medibles. Pero sí se puede medir el bienestar de forma aproximada. Y lo primero que hay que decir aquí es que hay cosas que dan bienestar inmediato, como el chocolate, un cigarrillo, comprar un teléfono, un auto... pero está también la carrera, el trabajo a largo plazo, el haber llegado a las metas que se propuso uno... Con todo, la vida no es blanco o negro. Hay ciertas cosas que podemos hacer. Una es dormir bien. Cuando dormimos mal tenemos mal ánimo, estamos menos atentos. Otra es afrontar el estrés con una reevaluación de la realidad. Hay un concepto muy importante que es que si yo pienso que esta entrevista no te está gustando me voy a sentir mal. Pensamos según sienten los demás. El cerebro crea la realidad».

Además, proseguía Manes, «la meditación no solo ayuda al bienestar sino que cambia las conexiones cerebrales. El aburrimiento es muy bueno. Bárbaro. Porque el proceso creativo hay que trabajarlo, pero luego hay un periodo de incubación, es decir, cómo lo encaro... Y te vas a caminar, te tiras a dormir y aparece la solución».

O sea, que tanto esfuerzo para que luego todo llegue por su propio pie. «Paul McCartney escribió Yesterday cuando estaba durmiendo», lo ejemplifica el neurocientífico argentino. «Se levantó tras soñarla. Pero antes, para que pudiera suceder eso, era músico. Yo no podría haberla soñado en la vida porque no soy músico. Él tenía años de músico. Estuvo pensando y pensando y no le salía, se fue a dormir y salió. Cuquelé, un físico, estuvo pensando y repensando la molécula de benceno, y no le salía. Soñó que dos serpientes se enroscaban y ahí salió. Yo, si sueño con eso no lo relaciono con nada. De la incubación sale el momento eureka. Quiero decir con esto que estar desconectado es bueno porque el cerebro trabaja mucho cuando no hacemos nada. El aburrimiento, no pensar en nada, es importante. Por eso los chicos tienen que volver a aburrirse, porque ahora están todo el día conectados».

Consciente de que acababa de llegar a una de las madres del cordero de las relaciones paternofiliales, la hiperconectividad, Facundo Manes recibía la palabra con los ojos muy abiertos. Eso de estar con una mano en el móvil, otra en el portátil, un ojo en la tele, otra en la tableta (y falta un pie hinchando una colchoneta), aseguraba que es un error de planteamiento. «Lo que llamamos multitarea no es en realidad multitarea, es cambio rápido de tarea», y hacía chasquear dos dedos, como quien activa un mecanismo. «Uno está trabajando mientras anota en la computadora, chequea el periódico, luego otro, luego Twitter, Facebook, Whatsapp... Esto no es multitarea. Tenemos recursos cognitivos limitados. Cuando eso pasa, baja el rendimiento. Y nos sentimos productivos: los empresarios dicen que se sienten más productivos, pero bajamos el rendimiento. Mandar un texto cuando estamos conduciendo tiene la misma incidencia de chocar que ir alcoholizado. O hablar con el manos libres. Eso es cambio rápido de tarea y nos estresa. Esa es la vida moderna. Lo que hay que hacer es una cosa por vez».


Mala prensa

La conversación, cada vez que podía, derivaba hacia asuntos filosóficos, porque cuando uno comprende cómo funciona algo determinante, lo primero que piensa es qué efectos –beneficiosos o no– puede reportar semejante hallazgo a su comprensión de la vida, de las relaciones, del trabajo, de las rutinas diarias. De repente, la emoción, como decía el doctor, se codea con la reflexión y se habla con ella de tú a tú. Extraño, para quienes llevan toda la vida asistiendo al espectáculo docente de ensalzar el pensamiento y de reprimir las emociones, siempre tan impertinentes, espontáneas, indomables y caprichosas. Independientemente de cómo se aplique o incluso de si se aplica, el pensamiento siempre ha tenido buena prensa. Tal vez porque pensar tiene reglas y sentir no las tiene, y tendemos a demonizar lo que no podemos encauzar, amaestrar, castrar. Tal vez nos resulta más fácil ser pensantes que sintientes porque el pensamiento tiene normas, sabe uno a qué atenerse. Y sentir es más libre.

«Yo no creo que esté desprestigiada la emoción, la ciencia la está reivindicando», reponía Facundo Manes. «Es un concepto equivocado separarla. Guía nuestra conducta. Hablemos de la memoria. Uno en la vida olvida todo. Cuéntame tu escuela secundaria, cinco años: a vos en cuarenta minutos te va a sobrar tiempo para contar cinco años en los que te enamoraste por primera vez, donde fuiste rechazado por primera vez, el primer beso, posiblemente el primer acto sexual... Uno olvida todo. Si olvidamos todo, ¿qué memorizamos? Lo que nos emociona. Básicamente, la emoción facilita la consolidación de la memoria. ¿Vos te acordás dónde estabas el día en que cayeron las Torres Gemelas? Claro, perfectamente. ¿Y recordás qué hiciste el día posterior a las cinco de la tarde? La emoción facilita la toma de decisiones, la consolidación de la memoria, da color a los estados mentales... guía nuestra conducta. Antes se pensaba que había que separarlas. Es cierto que hubo muchas cosas poco serias que surgieron sobre cómo manejar las emociones, pero la ciencia no tiene nada que ver con eso».


No estés solo

Una de las ocupaciones principales en las que se encuentran actualmente las neurociencias es desentrañar el denominado cerebro social, que no es compartir la cabeza pero se le parece mucho. «Sabemos que a partir de los cuatro o cinco años desarrollamos una habilidad cognitiva que se llama la mente, que es inferir que el otro tiene pensamientos diferentes del nuestro, e incluso desarrollamos empatía, que es la capacidad de saber qué siente el otro, e incluso de sentir qué siente el otro. Esto puede generar impacto en la sociedad, porque la única manera de que las diferencias políticas, sociales y de otro tipo empiecen a zanjarse es que empecemos a ponernos en el lugar del otro. Cuando discutimos, uno de un partido y otro de otro, o de una religión, o de un país, lo único que hacemos en la discusión mientras el otro habla es buscar argumentos que refuercen nuestra posición, no nos ponemos en el lugar del otro. Creo que esa es una área interesante de la neurociencia que va a impactar en la sociedad».

«El libro no lo escribí para dar instrucciones», comentaba al fin, «sino para traducir años de neurociencia para que lo entienda la gente. Recomiendo hábitos para evitar el deterioro cognitivo. Todo lo que hace bien al corazón le hace bien al cerebro, pero es que además al cerebro le hace bien la vida social. El aislamiento social es un factor de muerte más importante que el tabaquismo y el alcoholismo. Mueren de depresión. La depresión causa problemas físicos a su vez. Interviene negativamente en el sistema inmune. Desafíos intelectuales: uno nunca tiene que jubilarse. Vos te podés jubilar de este diario, pero nunca de ser periodista o de lo que te gusta. Si te vas a mirar televisión y te deprimes, luego viene el deterioro cognitivo. Hasta el último día de la vida, uno tiene que vivir con un propósito, un desafío intelectual, una pasión intelectual. Y ejercicio físico, dormir, meditar...».

Tenía que salir la palabra: el miedo. «Es una gran herramienta de control social. Es una de las emociones más importantes porque detecta el peligro. Los seres humanos básicamente, en la evolución, la mayor parte de la historia, no estuvimos preparados para ser periodistas, para ser neurocientíficos, para ser felices... Eso es nuevo, reciente en la evolución, ínfimo. Para lo que hemos estado preparados miles de años fue para sobrevivir. Y cuál es la emoción más importante para sobrevivir: el miedo, porque detecta el peligro. Nuestros antepasados, cuando estaban en el bosque y veían una sombra, no se ponían a preguntar si era un león o un oso: salían corriendo. El miedo está bien cuando hay amenazas reales, pero el ser humano es capaz, revisando el pasado, imaginando el futuro o aún en el presente, de tener miedo por amenazas que no están. Eso es ansiedad. La ansiedad es la psicopatología más frecuente hoy. Hablo de la importancia también del altruismo. Activa un circuito de recompensa que se activa con el placer, y ser altruista lo activa». Pues sí que habría que activar placeres altruistas en un mundo tan egoísta, tan de mirarse el ombligo como el nuestro. Ahora, al menos, también se podrá mirar el cerebro. Lo que se haga después de eso será ya otra historia.