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Colón, su huevo y el señor Tsereteli

el 20 feb 2012 / 20:56 h.

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'El nacimiento del Hombre nuevo', más conocido como el 'Huevo de Colón'.

¿Quien quiere al Huevo de Colón? La pregunta daría para una encuesta a pie de calle, pero de Tetuán o San Jacinto. Porque lo que es por allí, por el Parque de San Jerónimo, la concurrencia no da como para llenar muchas líneas. Y, en el mejor de los casos, esta no habla castellano. En la guía Lonely Planet o en cualquier rincón de la red donde se hable de las excelencias de Sevilla aparece Colón con su cascarón. Si Bruselas tiene su Atomium, Roma el Monumento a Mussolini y París el Sacre Coeur -todos ellos ilustres mamotretos-, Híspalis tiene su Huevo de Colón.

Las malas lenguas opinan que el Ayuntamiento de Moscú miró con un ojo tuerto al de Sevilla cuando en 1995 le donó esta escultura de bronce -la mayor de toda la ciudad- con una altura de 32 metros obra del escultor ruso de origen georgiano Zurab Tsereteli. Un pásalo y que no vuelva que recaló en una zona verde que hoy aparece conectada con el Parque del Alamillo en la confianza de que algún ciclista despistado se pegue de bruces con él.

El sábado unos pipiolos alemanes que se hacían carantoñas bajo la mirada del navegante le dedicaron todo un reportaje gráfico a la estatua ante la mirada indiferente de algunos oriundos que, en algunos de los bancos que lo circundan, reponían esfuerzos del pedaleo con un chute de grasa. Un olorcillo a chorizo del barato empezó a invadir el lugar y los germanos se fueron a ver si entre los jaramagos encontraban a Marco Polo petrificado. El monumento, fiel al espíritu de su inquilino, vivió una larga peripecia antes de instalarse en su hogar. Llegó por mar hasta Santurce y de ahí bajó por carretera en siete tráiler y dos vehículos especiales para las piezas de mayores dimensiones. El señor Tsereteli lo llamó El nacimiento del Hombre nuevo, pero como eso era muy largo aceptó barco y se quedó como Huevo de Colón.

Aficionado a las proporciones descomunales, Tsereteli está acostumbrado a liar gresca allá donde quiere colocar una de sus inmensas esculturas. La de Pedro el Grande en Moscú alcanza los 94 metros. Y por el camino se han quedado sin realizar retratos gigantescos de tipos tan singulares como Stalin, Magallanes, Balzac y Roosevelt. En su país natal le hacen la ola. Aquí no lo conoce ni el director de la Biacs. Y sin embargo, los parques de San Jerónimo y el Alamillo ahora que andan confundidos gracias a una pasarela que los une no serían lo mismo sin este Calimero con peinado perfecto y ojo avizor. El mismo que tenía el fin de semana un señor que a pocos metros del Huevo tomaba inexplicablemente fotos de los jaramagos. "No hay un mejor lugar para Colón que este en toda Sevilla, toda esta zona está llena de vegetación traída de América para la Expo'92", certificó. A su alrededor, familias en patines, enamorados ensimismados y muchos ciclistas. También una familia ecuatoriana que le hacía fotos: "¿Qué paradoja no? Nos invadió y ahora le tomamos un retratito".

LA ANÉCDOTA TRAS LA ESCULTURA

n Estando Cristóbal Colón a la mesa con muchos nobles españoles, uno de ellos le dijo: ‘Señor Colón, incluso si vuestra merced no hubiera encontrado las Indias, no nos habría faltado una persona que hubiese emprendido una aventura similar a la suya, aquí, en España que es tierra pródiga en grandes hombres muy entendidos en cosmografía y literatura'. Colón no respondió a estas ofensivas palabras pero, habiendo solicitado que le trajeran un huevo, lo colocó sobre la mesa y dijo: ‘Señores, apuesto con cualquiera de ustedes a que no serán capaces de poner este huevo de pie como yo lo haré, desnudo y sin ayuda ninguna'. Todos lo intentaron sin éxito y cuando el huevo volvió a Colón éste al golpearlo contra la mesa, colocandolo sutilmente lo dejó de pie. Todos los presentes quedaron confundidos y entendieron lo que quería decirles: que después de hecha y vista la hazaña, cualquiera sabe cómo hacerla. 

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