Adiós a Julio Manuel de la Rosa, el decano de los escritores sevillanos

El autor de obras como ‘Fin de semana en Etruria’, ‘El largo viaje de las manzanas’ o ‘El ermitaño del rey’ falleció a los 82 años en su ciudad natal

07 feb 2018 / 18:22 h - Actualizado: 07 feb 2018 / 22:33 h.
"Literatura"
  • El escritor Julio Manuel de la Rosa, en una imagen de Archivo. / El Correo
    El escritor Julio Manuel de la Rosa, en una imagen de Archivo. / El Correo
  • El elenco ha presentado el montaje en el Teatro Lope de Vega. / Europa Press
    El elenco ha presentado el montaje en el Teatro Lope de Vega. / Europa Press

Confesó en una entrevista para El Correo que «escribir novelas requiere fuerza física», y las fuerzas le asistieron casi hasta el final. En el ámbito de la cultura se le recuerda su corpachón imponente de ex boxeador amateur, sus cejas pobladas, un tanto mefistofélicas, que contrastaban con el rostro pacífico, bondadoso, definitivamente escéptico con los cambalaches de la literatura. Siempre con su cigarrillo a flor de labios, su verbo pausado pero con voz profunda, de tenor, que resultaba muy difícil no oír cuando se leían sus libros: allí estaba él, el maestro, el escritor de largo recorrido, el decano de las letras sevillanas.

Julio Manuel de la Rosa falleció ayer miércoles en la capital hispalense que le vio nacer hace 82 años, después de varios días ingresado en cuidados intensivos, aquejado de una encefalitis. Deja una vasta obra que arrancó en 1962 con No estamos solos, para continuar con De campana a campana (1964), La explosión (1966) y Fin de semana en Etruria (1972), que le valió el Premio Sésamo, publicada un año después de ser premiada, a causa de problemas con la censura.

Fue autor asimismo de títulos de narrativa y ensayo como Croquis a mano alzada (1973), Nuestros hermanos (1973), Cesare Pavese (1973), La sangre y el eco (1978), La narrativa: apuntes sobre novelistas sevillanos (1981), El hombre que cambia su entorno (1982), El largo viaje de las manzanas (1982), Luis Cernuda y Sevilla (1982), El hombre que escribe fantasías (1984), Las campanas de Antoñito Cincodedos (1987), Luis Cernuda: inéditos (1990), La columna y otros relatos (1993), Crónica de los espejos (1995), Memorias de Cortadillo (1998), El lince, el cazador y los sueños (2000), Las guerras de Etruria (2001), Antología de cuentos (1963-2001) (2004), Los círculos de Noviembre (2004), Premio Ateneo, Alfonso Grosso o El milagro de la palabra (2005), o El ermitaño del rey, 2007. Premio de la Diputación de Córdoba y premio Andalucía de la Crítica, así como guantes de seda (2008).

Además, se dedica al ensayo y el periodismo sobre la literatura contemporánea, colaborando habitualmente con diversas publicaciones como en los diarios ABC, El Correo de Andalucía y el desaparecido Diario 16, así como en otras revistas más especializadas: Cuadernos Hispanoamericanos, Espiral, La Estafeta Literaria, La table ronde, Libre, Revista de Occidente o Triunfo.

«Para mí era un maestro. Una referencia de cómo debe entenderse la literatura desde el punto de vista ético y de vida», afirma la también escritora y periodista Eva Díaz Pérez. «Él me daba muchos consejos para huir de los ecos y modas del mundo editorial mediatizado por lo comercial. Era el maestro que nos conectaba con otra época. El hermano pequeño de los de los cincuenta, en una deliciosa e icomprendida tierra de nadie literaria, y por eso mismo muy libre».

Maestro de periodistas en el antiguo en el Centro de Nuevas Profesiones, De la Rosa recordaba haber pasado muchos años «quizá los mejores de mi vida, convertido en un miserable escritor de fin de semana y vacaciones. A partir de mi jubilación en 2000, inauguré una nueva etapa y salí con una fuerza de almacén, como de toro con necesidad de espacio». Nunca se sintió especialmente maltratado como escritor. «Quizá eso dependa de mi concepto de la literatura, que siempre estuvo presidido por un lema flaubertiano: El éxito y el fracaso son dos impostores», afirmaba. «Las cosas vienen cuando vienen y cuando no llegan, no llegan. Siempre me he tomado con filosofía ese otro sambenito que me han colgado, el de escritor de culto, que tampoco creo que sea cierto».

Confesó en una entrevista para El Correo que «escribir novelas requiere fuerza física», y las fuerzas le asistieron casi hasta el final. En el ámbito de la cultura se le recuerda su corpachón imponente de ex boxeador amateur, sus cejas pobladas, un tanto mefistofélicas, que contrastaban con el rostro pacífico, bondadoso, definitivamente escéptico con los cambalaches de la literatura. Siempre con su cigarrillo a flor de labios, su verbo pausado pero con voz profunda, de tenor, que resultaba muy difícil no oír cuando se leían sus libros: allí estaba él, el maestro, el escritor de largo recorrido, el decano de las letras sevillanas.

Julio Manuel de la Rosa falleció ayer miércoles en la capital hispalense que le vio nacer hace 82 años, después de varios días ingresado en cuidados intensivos, aquejado de una encefalitis. Deja una vasta obra que arrancó en 1962 con No estamos solos, para continuar con De campana a campana (1964), La explosión (1966) y Fin de semana en Etruria (1972), que le valió el Premio Sésamo, publicada un año después de ser premiada, a causa de problemas con la censura.

Fue autor asimismo de títulos de narrativa y ensayo como Croquis a mano alzada (1973), Nuestros hermanos (1973), Cesare Pavese (1973), La sangre y el eco (1978), La narrativa: apuntes sobre novelistas sevillanos (1981), El hombre que cambia su entorno (1982), El largo viaje de las manzanas (1982), Luis Cernuda y Sevilla (1982), El hombre que escribe fantasías (1984), Las campanas de Antoñito Cincodedos (1987), Luis Cernuda: inéditos (1990), La columna y otros relatos (1993), Crónica de los espejos (1995), Memorias de Cortadillo (1998), El lince, el cazador y los sueños (2000), Las guerras de Etruria (2001), Antología de cuentos (1963-2001) (2004), Los círculos de Noviembre (2004), Premio Ateneo, Alfonso Grosso o El milagro de la palabra (2005), o El ermitaño del rey, 2007. Premio de la Diputación de Córdoba y premio Andalucía de la Crítica, así como Guantes de seda (2008).

Además, se dedica al ensayo y el periodismo sobre la literatura contemporánea, colaborando habitualmente con diversas publicaciones como en los diarios ABC, El Correo de Andalucía y el desaparecido Diario 16, así como en otras revistas más especializadas: Cuadernos Hispanoamericanos, Espiral, La Estafeta Literaria, La table ronde, Libre, Revista de Occidente o Triunfo.

«Para mí era un maestro. Una referencia de cómo debe entenderse la literatura desde el punto de vista ético y de vida», afirma la también escritora y periodista Eva Díaz Pérez. «Él me daba muchos consejos para huir de los ecos y modas del mundo editorial mediatizado por lo comercial. Era el maestro que nos conectaba con otra época. El hermano pequeño de los de los cincuenta, en una deliciosa e icomprendida tierra de nadie literaria, y por eso mismo muy libre».

Maestro de periodistas en el antiguo en el Centro de Nuevas Profesiones, De la Rosa recordaba haber pasado muchos años «quizá los mejores de mi vida, convertido en un miserable escritor de fin de semana y vacaciones. A partir de mi jubilación en 2000, inauguré una nueva etapa y salí con una fuerza de almacén, como de toro con necesidad de espacio». Nunca se sintió especialmente maltratado como escritor. «Quizá eso dependa de mi concepto de la literatura, que siempre estuvo presidido por un lema flaubertiano: El éxito y el fracaso son dos impostores», afirmaba. «Las cosas vienen cuando vienen y cuando no llegan, no llegan. Siempre me he tomado con filosofía ese otro sambenito que me han colgado, el de escritor de culto, que tampoco creo que sea cierto».