Imaginen que alguien se dedicara a rasgar cuadros en una exposición, pues así se comporta parte del público que acude al Maestranza, da igual que sea a un concierto sinfónico, una ópera o, como en este caso, un recital de piano. Toses nerviosas, móviles, caídas de objetos, envoltorios de caramelos, y ataques inevitables de tos que debieran evitarse abandonando la sala, reventaron impunemente lo que fue sin duda uno de los acontecimientos más sobrecogedores de la presente temporada, el regreso del gran e insigne pianista Joaquín Achúcarro a nuestra ciudad. La última vez que tuvimos ocasión de disfrutarlo fue hace cuatro años en un concierto de abono de la ROSS. Igual de ágil y de expresivo que antaño, Achúcarro se ha convertido en un milagro, un prodigio de la naturaleza que, como algunos y alguna otra pianista de su generación, estamos pensando en Leonskaja, mantiene intacta su capacidad para extraer del teclado todo un torrente de emociones sin acuse alguno de la edad y la veteranía. Una capacidad que se extiende en su caso además al arte de la locutoria, fiel a su costumbre de introducir cada pieza que interpreta y dar así rienda suelta a su faceta docente y didáctica, todo un placer para el oyente. Menos mal que a pesar de los atentados referidos el público contestó con tanto entusiasmo y veneración que arrancó del artista un sincero y humilde gesto de agradecimiento.
Acaba de editar un disco con los Preludios de Chopin, que ya interpretó en Sevilla hace años en la Sala Turina, y con ellos nos embelesó en la primera parte del concierto. Dejando claro que el ciclo se debe entender como un todo compacto y único y no como breves joyas separadas, Achúcarro recorrió el sinfín de emociones que contienen las veinticuatro piezas con honda reflexión, una fantástica articulación y grandes dosis de elegancia y sutileza. Desde un desolador nº 2, pasando por un exuberante nº 5, un tumultuoso nº 8 o un melancólico nº 15, exploró en todo momento la emoción y la expresividad, indagando en su espíritu y ánimo, sin descuidar la técnica, que sigue dominando a la perfección, e imprimiendo en algunas piezas una mirada tan íntima y personal que a veces parecía teñida de ese impresionismo en el que es un indiscutible maestro y con el que parece quiso dejar clara una posible anticipación del compositor polaco, al menos en algunas de sus obras.
Ese mismo impresionismo protagonizó una segunda parte que arrancó con el vals La plus que lente de Debussy, en el que al igual que los preludios de Chopin no buscó la belleza ni el mero encanto, sino que se precipitó al fondo de su alma, su misterio y reflexión. Y por esos derroteros continuó con la triple habanera propuesta en La puerta del vino, La velada en Granada y el Homenaje en forma de tombeau que Falla dedicó al maestro impresionista, logrando efectos tan hipnóticos como seductores. Una exhibición que culminó con una página magistral, el Gaspard de la nuit de Ravel en el que Achúcarro es todo un experto, y así volvió a demostrarlo, combinando delicadeza y misterio en Ondine, desolación e inquietud en la muy marcada y obsesiva Horca, y atmósfera macabra y vertiginosa, de tintes pesadillescos en Scarbo, salvando toda su complejidad técnica con asombrosa facilidad. El entusiasmo desatado propició tres propinas, un delicadísimo pero nunca narcisista Claro de luna de Debussy, una elegante Habanera de Ernesto Halffter y un milagroso y preciosista Preludio para mano izquierda de Scriabin. Prodigio de expresividad, entusiasmo y dominio del arte en todas sus vertientes.
Crítica MÚSICA à Juan José Roldán
JOAQUÍN ACHÚCARRO *****
Ciclo de piano. Joaquín Achúcarro, piano. Programa: Preludios Op. 28, de Chopin; La plus que lente (vals), La puerta del vino y La soirée dans Grenade, de Debussy; Homenaje a Debussy, de Falla; Gaspard de la nuit, de Ravel. Teatro de la Maestranza, lunes 17 de diciembre de 2018