La actuación del trompetista libanofrancés Ibrahim Maalouf y su magnífica banda en Sevilla tuvo lugar sólo un día antes de que en Francia se estrenara la última película a la que le ha puesto banda sonora, La vache, una comedia de Mohamed Hamnidi protagonizada por Lambert Wilson y Jamel Debbouze en la que a buen seguro habrá manejado los sonidos y ritmos étnicos que acompañan a su particular forma de entender y hacer jazz. Joven y exitoso, ya encumbrado a lo más alto de las nuevas tendencias del género, Maalouf editó el pasado año dos trabajos centrados en la mujer como fuente de inspiración y sabiduría; uno de estética actual, pop y un poco electro, que es Red & Black Light, y el otro concebido como homenaje a la más celebrada diva de la canción árabe que ha existido, la incomparable Oum Kalthoum.
Maalouf recrea en Kalthoum la costumbre de la cantante de alargar temas a fuerza de improvisaciones y variaciones hasta alcanzar alrededor de una hora de duración, lo que hacía que cada disco suyo contuviera sólo una canción. Alf Laila wa Leila (Las mil y una noches) es uno de sus mayores éxitos, compuesta por Baligh Hamidi en 1969 y de la que como introducción el laudista y cantante sirio Samir Homsi recreó un breve pasaje para entrar en situación. A partir de ahí fue el trompetista quien tomó la batuta, primero desde atrás como parte integrante de la banda, y tras unos veinte minutos adelantado como solista, recreando la costumbre de la diva de aparecer bien entrado el concierto.
El sonido étnico es más que evidente, evocando la fuerza de la música balcánica gracias al protagonismo de la trompeta entre arabescos y filigranas, siempre con el toque sofisticado y elegante que le brindan Frank Woeste al piano y Clarence Penn a la batería. Los sensuales diálogos con Mark Turner al saxo y el continuo sobrio y contundente de Scott Colley al contrabajo dieron cuerpo y fuerza a un trabajo alargado respecto a su referente discográfico a base de improvisaciones y vertiginosas cadencias. Su control y dominio evidenció el enorme apasionamiento del músico, que no dudó en dilatar el evento invitando, quizás excesivamente, al público a acompañar con palmas y silbidos las piezas que ofreció como propina, una de ellas una canción dedicada a su pequeña hija para la que volvió a contar con la grave, dulce y paladeada voz de Homsi.