Basta conocer el papel que Shostakovich desempeñó en el desarrollo de la cultura de la antigua Unión Soviética y su desencanto ante el stalinismo, que igual lo encumbraba como principal artista del régimen que censuraba sus páginas más críticas, para entender que no hay apenas en su repertorio espacio para lo que no sea acidez y amargura, por mucho que algunas páginas las disfrazara de lo contrario, como seguramente le ocurre a este Concierto nº 2 para piano.
Sólo parcialmente supieron entenderlo así el piano de Grosvenor y la batuta de Halffter. Empezaron logrando en el primer movimiento una exhibición de furia inusitada y evidente mordacidad en la cuerda y en el discurrir de un piano humildemente resignado ante una maquinaria apabullante y amenazadora. Halffter mantuvo en el andante un clima pesimista y profundamente melancólico, pero para entonces Grosvenor ya se había decantado por un molesto sentimentalismo. En el tercer movimiento ambos se entregaron a esa manifiesta jovialidad, impulsada por un impecable virtuosismo, con la que los menos avispados confunden esta obra maestra. Encima el joven pianista repitió las mismas propinas que ya ofreció en su concierto en solitario del pasado lunes.
Para la architransitada Quinta de Chaikovski Halffter hizo su habitual exhibición de claridad, extracción de matices inapreciables, musculatura y lirismo, pero no evitó decaer la tensión en momentos puntuales de los movimientos extremos. La suya fue una sinfonía dramática en el allegro inicial, noble y epatante en el andante, y elegante en el vals. Para el final optó por el triunfo de la fe por encima de la fatalidad del destino, reforzando la ambigüedad emocional de la partitura.