ROSS *****
12º concierto de abono de la XXIX Temporada de conciertos de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Maxim Rysanov, viola. Rossen Milanov, director. Programa: Fragmentos del Satiricón, de Fernando Buide del Real; Harold en Italia Op. 16, de Berlioz; Sinfonía Manfredo Op. 58, de Chaikóvksi. Teatro de la Maestranza, jueves 9 de mayo de 2019
Tras el magnífico sabor de boca que parece dejó la mezzo canadiense Wallis Giunta en el programa anterior, y que por motivos ajenos a nuestra voluntad no pudimos reseñar en estas páginas, la ROSS abordó un año más su intervención en plena Feria de ¿Abril? con unas prestaciones sobresalientes, la ayuda inestimable de una batuta decidida y fuerte como fue la del director búlgaro formado en Estados Unidos Rossen Milanov, y la brillante intervención del reconocido violista británico de origen ucraniano Maxim Rysanov. Aunque el aforo fuera limitado dadas las circunstancias, y el programa demasiado exigente para los sufridos y sufridas integrantes de la orquesta en tan señaladas fechas, aplaudimos la iniciativa de programar conciertos también en feria y contribuir así a fomentar el carácter cosmopolita de una ciudad a menudo acusada de todo lo contrario.
Nada más y nada menos que Lord Byron fue el protagonista en esta ocasión de guiarnos por una singular aventura musical y literaria, que partió de Italia y tuvo como eje de sus propias vivencias a la capital del Guadalquivir, en la voz del tenor reconvertido en narrador Eugenio Jiménez. Y de Italia partió el particular viaje, con una composición de reciente cuño del joven gallego Fernando Buide del Real, presente en la sala, que pretendía evocar el Satiricón de Petronio, y de paso el de Fellini, pero que en realidad nos transportó a otros paisajes sonoros. No se trataba de emular a Rota, pero la sensación fue una vez más la de encontrarnos ante uno de esos jóvenes talentos que han crecido a la sombra de la música cinematográfica, con reminiscencias del Goldenthal de aventuras espaciales como Sphere o Final Fantasy en los pentagramas. El resultado fue una partitura aseada y bien construida, de sugerente orquestación pero escaso relieve, que se consume con la misma facilidad que un cruasán de crema.
Ni Harold en Italia es un concierto para viola ni la Manfredo una sinfonía. Ambas son partituras híbridas enmarcables quizás en lo que conocemos como poemas sinfónicos, de carácter concertante el primero y por supuesto sinfónico el segundo. Dos obras que se conjugan y combinan a la perfección, trazando uno de los programas más coherentes de la temporada. Con Lord Byron en el ojo de la inspiración en los dos casos, y con el compositor francés como protagonista de ambas empresas, aunque fuera Chaikóvski quien finalmente se hiciera cargo de la segunda, sin renunciar a seguir las pautas de Berlioz, la cita fue sin duda una apoteosis romántica, dado el carácter trágico y épico que, especialmente en el caso del autor ruso, desplegó una orquesta espléndida dirigida por una batuta sobresaliente, que no dudó en explotar el carácter más ardiente de las partituras sin por ello resultar grotesco ni exagerado.
Uno de los grandes triunfadores de la velada fue el virtuoso violista Maxim Rysanov, que incorporó al héroe byroniano con altivez melancólica y una sutileza digna de los mayores elogios, como evidenció en la exposición de la idea fija, que meció como si fuera una nana, y en los pasajes más delicados, en los que el instrumento sonó como un fascinante y evocador hilo metálico capaz de suscitar en el oyente las emociones más sinceras. La orquesta acompañó envolviendo y dialogando con finura y elegancia, ataviada con colores pastel y emergiendo con fuerza en los pasajes más estremecedores, pasando del sombrío misterio de la introducción a la efervescente sobreexcitación del final a través de la inmensidad espiritual de la marcha de los peregrinos y los amables ecos campesinos de la serenata montañesa del tercer movimiento.
Milanov por su parte se empleó a fondo en una inolvidable recreación de la Sinfonìa Manfredo de Chaikóvski. Mientras la inmensa mayoría de los humanos nos afanamos en dejar alguna huella en esta efímera vida a la que tanta importancia damos, menospreciando el hecho de que simplemente somos mortales, a algunos, por mucho que sufrieran en vida, les habría bastado crear una obra tan sintomática e irrepetible como ésta para pasar a la posteridad. Chaikóvski sin duda generó muchas más. La energía apabullante con la que el director abordó la página, y la contundente respuesta que recibió de todas y cada una de las secciones de la orquesta, convirtieron ésta en una interpretación antológica, que dejó exhaustos y exhaustas a público e intérpretes, y una sensación global de trascendencia espiritual que nos hizo olvidar con justicia los hermosos paseos por el Real de la Feria que abandonamos momentáneamente para entregarnos al Arte con mayúsculas.