Bailando sevillanas para demostrar la existencia del alma

27 may 2017 / 22:24 h - Actualizado: 27 may 2017 / 23:32 h.
"Libros","Feria del libro de Sevilla 2017"
  • Dos niños leen sentados en el gran transportín de una bicicleta, junto a la Red, en el recinto de la Feria del Libro de Sevilla. / FLS
    Dos niños leen sentados en el gran transportín de una bicicleta, junto a la Red, en el recinto de la Feria del Libro de Sevilla. / FLS
  • Demostración de danza en la Pérgola. / El Correo
    Demostración de danza en la Pérgola. / El Correo
  • Debate sobre ciencia ficción, por la tarde. / El Correo
    Debate sobre ciencia ficción, por la tarde. / El Correo
  • Manuel Padilla con el poemario que se firmaba. / El Correo
    Manuel Padilla con el poemario que se firmaba. / El Correo

A la vista de lo que circulaba este sábado por la tarde por la Feria del Libro de Sevilla, quizá no esté uno en condiciones de prever qué títulos van a ser los más vendidos en los próximos meses, pero en cuestión de modas sí puede afirmar sin miedo a equivocarse que este verano se va a llevar mucho el infarto de miocardio. Que por cierto, es una muerte muy literaria. No tanto como las fiebres de los folletines románticos, que a saber qué clase de fiebres eran esas, pero casi. Quienes sobrevivan al impacto podrán tener claro, con idéntico poco miedo a meter la pata, que con todos los libros que durante esta feria del ídem que hoy acaba se han calificado de portentosos, maravillosos, indispensables, despampanantes y todas esas cosas, se podrá encerrar en una habitación durante los próximos cuarenta años sin que le falte en ningún momento la lectura y un buen fuego.

En la FLS, que es como la llaman los que molan en la FLS, se distinguían este sábado claramente tres tipos de especímenes: uno, el que agrupa a los que acuden con ánimo de indagar en el fenómeno literario huyendo de convencionalismos –indagar en cosas mientras se huye de convencionalismos es lo que más viste en el epatante mundillo esnob hispalense–; dos, el de los lectores rasos, que son los que se dejan la pasta mientras escuchan los comentarios de los tiesos del apartado anterior; y tres, aquellos conciudadanos que van a la caza del firmante famoso para hacerse un selfie con él y, si acaso, grabar algún espectáculo inesperado. Firmantes famosos hay, no se puede negar, si bien no tantos como para dejar cargando el móvil toda la noche anterior. Pero espectáculos inesperados, tantos como se quiera. Este sábado, en la Pérgola que preside la Feria del Libro de Sevilla (perdón, FLS) delante del Hotel Inglaterra, se pusieron a bailar sevillanas. Pero no los cuatro de siempre con la guitarrita, no, ni tampoco unas sevillanas cualesquiera: era pura danza clásica a la más tradicional usanza de la escuela bolera. Fue el colofón a la extraordinaria y fascinante presentación que la periodista –y, pese a ello, experta– Marta Carrasco hizo del segundo tomo de la Historia de la Danza, de la editorial Mahali, junto a Carmen Giménez y Rocío Plaza Orellana. Si el acto tuvo una buena asistencia de público, el baile dio la sensación de que en Sevilla no se había visto nunca antes fenómeno similar, si uno se paraba a contar el bosque de móviles inmortalizando la escena para ver quién era el primero que enviaba el vídeo al Archivo Histórico Nacional y a la Filmoteca de Andalucía. O a Twitter.

De Marta Carrasco se pueden decir muy pocas cosas que no se hayan dicho ya, así que lo mejor es repetir su talento para hacer interesante cualquier cosa que cuente. Allí en la Pérgola, además de nociones y datos relacionados con el arte de la danza, estuvo contando sabrosos cotilleos de bailarinas del XIX y algún que otro chascarrillo de las del XX, y no tuvo reparos en afirmar que a ella le parecía muchísimo más divertido el tomo anterior, recomendándolo encarecidamente (cabe suponer que sin perjuicio de adquirir también el segundo). A la misma hora, las siete de la tarde, comenzaba en la Red –que es otro espacio, más pequeñito, delante de la estatua de San Fernando– un debate interesantísimo organizado por Triskel Ediciones: Ciencia ficción y visiones del futuro. Allí estaban charlando animadamente Inma Aguilera, Antonio M. Álvarez, Joaquín Dholdan y la moderadora Diana Morales. El de Montevideo (o sea, Dholdan) comentó que a él, «como inmigrante», lo que de verdad le gustaría que descubriera la ciencia «es el tema del teletransporte». Bien, viendo cómo estaban los alrededores del Sánchez Pizjuán un rato después, ese mismo deseo era compartido sin duda por todos los usuarios de la línea 28. Pero en lo que coincidieron, generando el asunto cierto debate, fue en lo agradable que resultaría que los científicos lograran «encontrar algo verificable y preciso que pudiera demostrar la existencia del alma». Lo cual es bastante extraño que se diga en ese contexto, porque si algo puede demostrar efectivamente dicha peculiaridad del género humano son, precisamente, los libros.

A todo esto, los autores seguían firmando sus obras y otros repartían pequeños folletos con una sinopsis de su última obra y el deseo ferviente –implícito a la octavilla a todo color– de generar de ese modo el interés del paseante entre tanto estímulo diverso, llamativo, colorido, aromático. La mejor conversación la tenía Xosé Ballesteros, editor de Kalandraka, que es lo más interesante que se ha creado para el público infantil desde el chupete. Ballesteros, por editor y por gallego posiblemente, habla bajito –o sea, normal– y no parlotea, que ya es bastante motivo para irse con él a tomar café. Pero encima, cuenta cosas formidables sobre los libros para niños y jóvenes (de las que se hablará en estas páginas en los próximos días, claro, porque ya no queda sitio apenas).

En la caseta de Padilla, el propietario, Manuel, comentaba con notable estupor que la feria (FLS) está yendo «bien», hasta tal punto que a José Antonio Moreno Jurado, autor de un pequeño poemario (Poemas secretos, se titula), no le ha faltado en toda la tarde el chorreíllo de gente para que les firmara su obra. Así que daban ganas de preguntarle: «Por favor, ¿para Sevilla, por dónde es?». «¡Y que se instale un matriarcado!», se oía decir, en el debate sobre ciencia ficción, que estaba delante más o menos. Cinco minutos después aparecía una parejita de viceversas cogidita de la mano por la esquina del Arquillo, y le dice él a ella: «¡Anda, mira, una feria del libro!».