Tras un paréntesis de un año que muchos lamentamos cuando la orquesta estaba encontrando un camino de asentamiento posiblemente definitivo, la Bética de Cámara resurge con una temporada de cuatro conciertos que abarca hasta junio próximo, en busca de un público que todavía se le resiste y que les obligará a realizar trabajos más contundentes e ingeniosos de promoción. Tiene que haber en una ciudad grande como ésta espacio para varias propuestas y no quedarnos en las más institucionalizadas o en ese barroco que tanto nos caracteriza. Claro que la moral se nos viene al suelo cuando comprobamos cómo tantas veces se da la espalda a la cultura, y como muestra el cierre de uno de los negocios más completos dedicados a ella después de disfrutar más de una década de un asentamiento tan privilegiado como la Avenida de la Constitución.
Michael Thomas regresó al Espacio Turina imaginamos que con toda la ilusión del mundo por el reencuentro con tantos y tantas buenas profesionales de la música que integran la plantilla de la formación. Gente de reconocido prestigio en las instituciones educativas y musicales de la ciudad y que aportan su grano de arena para que el proyecto funcione. En los atriles una celebración, los aires alegres y desenfadados de la música francesa de principios del siglo pasado a través de una serie de piezas cuyo carácter casi desconocido merecían un programa de mano con las explicaciones pertinentes; claro que cuando de falta de medios y presupuesto se trata, los accesorios se sacrifican. Así, el concierto dio comienzo con la exultante comicidad de la obertura de la comedia musical que Reynaldo Hahn compuso sobre una ficticia visita de Mozart a París, cuyos aires burlescos y vodevilescos fueron satisfactoriamente marcados sobre todo por unos solos de trompeta ejemplares, aunque los desencuentros entre trompas y cuerda marcaron una constante en todo el concierto. Destacaron los elegantes solos de Jacobo Díaz Giráldez al oboe en los arreglos de Debussy de las Gymnopédies 3 y 1 de Satie, resueltas de forma esquemática y desangelada por batuta y resto de plantilla. También los solos de Alejandro Acuña Almela en la bachiana Á Chloris de Hahn, hasta desembocar en esa Suite francesa con la que Milhaud exhibe su inquietud por la música americana para bandas a través de cinco regiones francesas liberadas durante la Segunda Guerra Mundial, que Thomas dirigió con aplomo y brío pero descuidando los pasajes más sutiles y melancólicos. También aquí comprendimos que la plantilla necesita calentar motores tras tanto tiempo de ausencia.
Hasta tres piezas interpretó como solista Manu Brazo, el joven saxofonista utrerano que desde que nos encandilara junto a la Sinfónica Conjunta hace un par de años, no ha perdido el tiempo y ha proyectado su talento internacionalmente. Brillante fue su participación en el vibrante Scaramouche de Milhaud en su versión original, llamada así por el teatro en el que se estrenó la obra de Moliére para la que fue compuesta. Ágil y rítmico, bien timbrado y con un elegante fraseo, Brazo recorrió las distintas tonalidades de la pieza sin aparente esfuerzo, mientras la orquesta apoyó bien aunque con puntuales excesos decibélicos. También desplegó habilidad técnica y una considerable dosis de expresividad melódica en el Aria de Eugène Bozza, y aptitudes para los fuegos de artificio en la colorista y muy folclórica Fantasía sobre Carmen de François Borne, a la que la orquesta también se plegó con sentido del color y la alegría.
BÉTICA DE CÁMARA ***
Orquesta Bética de Cámara. Manu Brazo, saxofón. Michael Thomas, director. Programa: Obertura Mozart y A Chloris, de Hahn; Scaramouche y Suite Française; de Milhaud; Gymnopédies, de Satie; Aria, de Bozza (arr. Thomas); Fantasía brillante sobre temas de Carmen, de Borne. Espacio Turina, viernes 25 de enero de 2019