Canto al inmenso derroche de un mundo sin respuestas

Errata Naturae publica ‘Una temporada en Tinker Creek’, de Annie Dillard, un evangelio asombrado sobre la naturaleza

15 mar 2017 / 13:20 h - Actualizado: 09 ene 2017 / 20:32 h.
"Libros"
  • El paraje natural de Tinker Creek, fotografiado aquí por Peter Ciro, inspiró a Annie Dillard uno de los ensayos más celebrados del siglo pasado. A la izquierda, Annie Dillard; bajo estas líneas, Rubén Hernández. / El Correo
    El paraje natural de Tinker Creek, fotografiado aquí por Peter Ciro, inspiró a Annie Dillard uno de los ensayos más celebrados del siglo pasado. A la izquierda, Annie Dillard; bajo estas líneas, Rubén Hernández. / El Correo
  • Canto al inmenso derroche de un mundo sin respuestas
  • Canto al inmenso derroche de un mundo sin respuestas

Hay una naturaleza libre y derrochadora y una naturaleza esclava y mezquina. «Me siento en el árbol abatido y veo cómo los bueyes negros se resbalan con el fondo del arroyo», escribe Annie Dillard. «Todos son carne de vacuno de cría: corazón de vacuno, cuero de vacuno, jarrete de vacuno. Son una producción humana, como el rayón. Son como un campo de zapatos. Tienen patas de hierro fundido y lenguas como plantillas de espuma. No puedes ver a través de su cerebro como sucede con otros animales; tienen grasa vacuna ante los ojos, estofado de ternera». El fragmento pertenece al libro de 1974 Una temporada en Tinker Creek, posiblemente el ensayo más bello escrito en el siglo XX, Premio Pulitzer y consagración de su autora entre los nombres inmortales. Publicado ahora en España por Errata Naturae dentro de la colección Libros salvajes, que dirige el editor Rubén Hernández, este relato pausado y profundo es un muestrario de las más grandes preguntas que pueda formularse un ser humano extremadamente cualificado y sorprendido que haya decidido aislarse durante un tiempo entre las montañas Blue Ridge de Virginia.

«Comenzamos con la colección hace aproximadamente un año y hemos publicado autores y autoras que, dentro de las premisas generales de la colección (la naturaleza y lo indómito, ecología, conciencia social y activismo medioambiental, bienestar animal...) tienen perfiles muy distintos», explica el editor. «El libro de Doug Peacock Mis años grizzly son sus memorias de casi una década viviendo en la naturaleza salvaje y conviviendo con los osos, y haciendo una defensa de los espacios y los derechos para estos animales y para la fauna salvaje en general. En un sentido paralelo, el libro de Dan O´Brien Los búfalos de Broken Heart es el relato de una auténtica odisea para recuperar los ecosistemas degradados por la sobrexplotación capitalista de las Grandes Llanuras norteamericanas y, por supuesto, a los búfalos. Otros libros, como el de Sue Hubbell Un año en los bosques o el de Annie Dillard Una temporada en Tinker Creek (ganador del Premio Pulitzer de Ensayo), son meditaciones sobre la vida en la naturaleza, extraídas de la propia experiencia personal de estas autoras que, por un lado, actualizan experiencias como la de Thoreau en un contexto contemporáneo y, al tiempo, desafían los clichés masculinos de la supuesta relación privilegiada de los hombres con lo salvaje. Otros libros, como Leñador de Mike Wilson, son tanto un canto a la vida salvaje como un experimento sobre los límites de nuestro propio conocimiento de la naturaleza y sus leyes. Y también hay libros con un enfoque ensayístico más práctico, como el de Élise Desaulniers, Comer con cabeza: cómo alimentarse de manera sana, sostenible y respetando el bienestar animal; o bien el próximo libro que publicaremos de Edward O. Wilson, padre del concepto de biodiversidad, que en su ensayo Medio planeta propone un plan concreto para afrontar de aquí a 2050 el problema de la extinción acelerada de especies a causa del cambio climático».

El experimento Thoreau

Hernández cita a Henry David Thoreau igual que lo hace Annie Dillard en su libro: como una especie de referente espiritual; un tipo del siglo XIX que hizo de la vida sencilla y natural un acto de protesta social y al mismo tiempo de sublimación personal. «En efecto, mucha gente confunde el gesto de Thoreau a la hora de irse a vivir a la cabaña de Walden, e incluso se ríen de que esta estuviera a apenas unas millas de su ciudad. Pero Thoreau nunca tuvo la intención de llevar una vida radicalmente salvaje, ni quiso demostrar nada a este respecto. Thoreau llevó a cabo un experimento que consistía en demostrar que no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita», recuerda el editor. «Y que, además, la mayoría de las cosas que nos hacen sentir bien, como el contacto directo con la naturaleza, son ajenas al sistema económico y el dogma del consumismo que se imponía ya claramente en su época. En este sentido, cuando yo decido irme a vivir a una casita de campo en Gredos, en las faldas del Almazor, donde, por ejemplo, minimizo mi consumo de energía (que además proviene de fuentes renovables), así como mi consumo en general (que además se realiza apoyando los productos locales y ecológicos), desde luego intento alejarme de determinadas inercias económicas y sociales, y acercarme a los ritmos naturales. En este sentido me interesan cosas parecidas a las que buscaba Thoreau y buscan muchos de los escritores, pensadores y activistas, hombres y mujeres, que publicamos en nuestra colección de Libros salvajes».

Una temporada en Tinker Creek es, en cierto modo y literalmente, un libro religioso; una obra que venera el lazo entre el ser humano y la Tierra. Con poético asombro, la autora habla de la incertidumbre que le produce tanta grandeza, tanta exageración, todo ese terror y esa belleza del mundo sin domesticar que se encuentra unos metros más allá de la cúpula imaginaria que protege nuestras creencias de seguridad. «La naturaleza es, por encima de todo, derrochadora», escribe Dillard. «No crean a los que hablan de lo ahorradora y económica que es la naturaleza porque las hojas regresan al suelo. ¿No sería más barato dejarlas en el árbol? Este asunto de las hojas caducas es en sí un proyecto drástico, el invento de un maníaco-depresivo con capital ilimitado».

La escritora tiene por compañeros su arroyo junto a la casa, un tronco de sicomoro caído que le sirve de asiento y de puente, un islote con forma de lágrima, los prados y la bruma de las montañas y todo tipo de manifestaciones de la inmensidad. Cuenta historias de paisanos y tramperos; lo mismo recuerda una anécdota de T.S. Elliot que se fija en un gusarapo del agua. Y habla de Eugene Schieffelin, un fabricante de productos farmacéuticos que introdujo en América los pájaros de los que hablaba Shakespeare en sus obras, como los estorninos. Y cita a De Chirico para hablar de la nostalgia de lo infinito, que es una de las sensaciones más poderosas de todas cuantas la sacuden.

Podría ser que la sociedad humana haya rehuido este contacto prolongado con la tierra bruta, ese «mantener los ojos abiertos» al que alude Dillard en su ensayo, para no tener que hacerse preguntas sin consuelo, pero el editor Rubén Hernández es de otra opinión. «No creo que haya un efecto buscado, es decir, no creo que nos hayamos alejado de la naturaleza para dejar de hacernos ciertas preguntas... Pero sí creo que al alejarnos de la naturaleza (fundamentalmente a partir de la Revolución Industrial y la progresiva destrucción de la sociedad rural) hemos perdido de facto un horizonte de reflexión y de comprensión de nuestro lugar el mundo y nuestra relación con él. Sin embargo, no creo que este alejamiento refuerce ninguna seguridad, al contrario. Creo que nunca hemos sido más frágiles y hemos estado más huérfanos desde un punto de vista filosófico y espiritual. El olvido de la naturaleza (y, sobre todo, el desconocimiento de sus leyes y procesos, que son igualmente los nuestros, pues por mucho que nos empeñemos, nosotros no dejamos de ser la naturaleza) es lo que nos hace tan inseguros. Y por mucho que sigamos adquiriendo bienes y más bienes para tratar de apuntalar esas fragilidad, esa estrategia no lleva muy lejos».

Una conmoción

Annie Dillard fue una de las primeras norteamericanas en cargarse el estereotipo masculino del tipo duro en medio de la naturaleza. No tenía aún treinta años cuando una neumonía estuvo a punto de llevársela de este mundo, de resultas de lo cual se trasladó a un valle de la cordillera de los Apalaches y se puso a escribir lo que acabaría siendo este libro que tiene mucho de reflexión trascendental. Los críticos han ensalzado su extraordinaria meditación acerca de nuestra propia capacidad para observar, el ser uno de los mejores libros sobre naturaleza jamás escritos y hasta un vibrante redescubrimiento de los bosques. Porque, en general, los críticos han reaccionado ante Una temporada en Tinker Creek igual que su autora ante la naturaleza que describe: como quien acaba de sufrir una conmoción. Es la contemplación indefensa. «Lo que yo llamo inocencia», dice Dillard en el libro, «es la falta de conciencia de sí mismo que tiene el espíritu en un instante de pura devoción hacia cualquier objeto». Esa es su actitud al contemplar lo que la envuelve en aquel poderoso paisaje de Virginia.

Hoy, cuarenta y tres años después de la primera publicación de esta obra, imitar a todas estas personas que quisieron descubrirse a sí mismas en la naturaleza está a punto de convertirse en una tendencia. «Por supuesto. Hay postureo, hay moda, hay explotación económica de determinadas tendencias...», coincide Rubén Hernández. «La característica distintiva del sistema capitalista es que es capaz de absorber todas las propuestas e ideas que se enfrentan a él para integrarlas en su propia lógica de producción de manera inocua y rentable. Pero esto no invalida la fuerza y el alcance real de esas ideas». Frente a eso, iniciativas como esta colección salvaje de libros procura ser un posicionamiento. «Se trata de una colección que habla sobre la naturaleza y lo indómito, pero también sobre ecología, conciencia social y activismo medioambiental», dice el editor. «Creemos que es el momento de tomarse muy en serio estos temas. Nos encontramos ante una situación dramática y el compromiso es imprescindible. El último informe de WWF expone que el cincuenta por ciento de los vertebrados van a desaparecer en los próximos cuarenta años; las temperaturas en el Ártico han descendido ya más de veinte grados; la aceleración del calentamiento global sobrepasa las peores predicciones.... En las ciudades nadie se entera de cuántas especies desaparecen. Las consecuencias son aún conceptuales. Pero nuestro planeta es un único y gran ecosistema, y es el conjunto el que se resiente».

«Todo consiste en mantener los ojos abiertos», advierte Annie Dillard. Y hacerlo así para no desviarse uno del propósito original, «que consiste en explorar el vecindario, en examinar el paisaje, en descubrir al menos dónde hemos aterrizado tan asombrosamente, si es que no podemos averiguar por qué».