Con toda la ciudad engalanada para una de sus fiestas más emblemáticas, y la música llenando muchos rincones del casco antiguo ya desde el día anterior, cuando la ROSS desplegó todos sus recursos en una concurrida Plaza Nueva para reivindicar su valía y dignidad, la Conjunta cerró su quinta temporada de conciertos con uno extraordinario en el recurrente Patio de la Montería del Alcázar. Viento y frío no son los mejores aliados para la escucha de música tan exquisita como la programada para la ocasión, más teniendo en cuenta que cuando se celebra un concierto al aire libre es preceptivo casi montar un escenario provisto de caja acústica para una mejor y más controlada proyección del sonido, algo de lo que esta cita carecía. No obstante quienes asistimos puntualmente a todos los conciertos de esta joven formación sabemos que sus virtudes superan con creces los lógicos desajustes de quienes aún están en período de formación, por lo que entre lo escuchado y lo conocido podemos generar una opinión más o menos objetiva.

La colaboración entre la Conjunta y la Academia de Estudios Orquestales de la Fundación Barenboim-Said viene de lejos, por cuanto el alumnado suele coincidir e intercambiarse, sólo que en esta ocasión fue explícita. Los jóvenes, que portaron lazos verdes en solidaridad con los maestros y maestras de la ROSS, quienes a su vez han sido sus mentores, exhibieron la disciplina y el entusiasmo que les caracteriza. El sensacional trabajo desplegado por Juan García Rodríguez a lo largo de todos estos años y en los preliminares de este concierto, cuyo modo de trabajo debería exportarse a otros modelos académicos para mejorar nuestro nivel intelectual, se notó en una orquesta desinhibida, segura y confiada al abordar el programa decididamente conservador y popular con el que Axelrod debutó frente a tan carismático conjunto. Sin embargo su impronta quedó manifiesta en un Preludio a la siesta de un fauno de cadencia tan elegante como delicadas fueron sus texturas, todo un manto de belleza y sensualidad en el que cada matiz tuvo su particular importancia e intención.

El resto del programa deambuló por unos derroteros similares, con puntuales errores técnicos en El sombrero de tres picos de Falla, al que quizás faltó una pizca de fuerza y agitación; también puntuales faltas de sintonía en El pájaro de fuego, pero esta vez con más contundencia expresiva; y una homogeneidad extraordinaria, llena de lirismo y encanto en Mi madre la oca de Ravel, con Axelrod manejando en todo momento magistralmente las dinámicas y los planos sonoros, como se pudo observar en el misterioso arranque de la pieza de Stravinsky. Ni los pájaros, alterados por la invasión acústica de su entorno, fueron capaces de alterar la concentración de estos jóvenes que