Catarsis (y genitales) en el Central

Crítica de la obra ‘Belgian Rules / Belgium Rules’ que se representa estos días en el Teatro Central de Sevilla (*****)

28 oct 2017 / 15:05 h - Actualizado: 28 oct 2017 / 15:09 h.
"Teatro","Críticas"
  • Una imagen de la obra. / El Correo
    Una imagen de la obra. / El Correo
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    Una imagen de la obra. / El Correo

Segunda catarsis que provoca el dramaturgo belga Jan Fabre en el Teatro Central. Lo hizo la última vez con su desparramada performance de 24 horas Mount Olympus; una creación que sacudió los cimientos del escenario de la Cartuja gracias a una muy elitista fusión de arte irritante y rave contemporánea. La constantes de Fabre se mantienen intactas desde hace años, más aún, se diría que se han radicalizado, sí, también fosilizado, y Belgian Rules, su nuevo hijo, es probablemente el mejor peinado de todos.

Fabre es un vanguardista, en el sentido más prehistórico del término. Por suerte o por desgracia, o por una reunión de ambas, las vanguardias no han sido asimiladas porque, por estos lares, apenas han enseñado la pata. Desconozco cómo se traga a Fabre en la cultivada Centroeuropa, pero aquí su festín de teatro de imágenes, discursos razonablemente angulosos y carne al descubierto es recibido con alborozo. Nada de lo que observamos es nuevo, pero no se pretende. La originalidad está solo al alcance de unos pocos genios, los demás, los grandes, llámense Yves Klein, David Lynch, Pierre Boulez o Jan Fabre se dedicaron a fabricar, brillantemente, variaciones de sus patentadas variaciones; ya fueran fascinantes cuadros de color añil, películas inquietantes y engorrosas, hipercomplejas partituras musicales o erótico/alucinados artefactos de extravagante dramaturgia.

Belgian Rules es grande porque mantiene vivas las constantes vitales de la vanguardia dinosaúrica. También porque en su desparramada duración (cuatro horas sin pausa) resulta tan deforme, irregular, lacónica, ardiente y mordaz como el país que pretende (des)dibujar, Bélgica, la patria de Jan Fabre. Bélgica, paraíso cultural del viejo continente, se nos presenta como una orgía escénica en la que corre la cerveza (la orina sagrada), suena el arrullo de las palomas, aparecen reyes, reinas y pelanduscas, se rinde culto a la patata frita y, ¡ah! que periodística coincidencia, se defiende la pluralidad de un país en el que conviven, como pueden, belgas, flamencos, valones y hasta alemanes (“Bélgica está orgullosa de su falta de orgullo”).

Toda la imaginería belga (del chocolate a los carnavales) se extiende en esta alfombra de la extravagancia; en la que cabe desde el vano intento de despeinar a la burguesía modernista y convencida que asiste al ritual (mostrando una lluvia dorada en la boca del escenario y tanteando el siempre jugoso mundo de la sexualidad del clero) hasta palpitantes, extenuantes y repetitivas coreografías (la reiteración como una de las bellas artes) a ritmo de un machacante y furioso techno que sirven para aligerar las cuatro horas de potaje. “Diviértanse con la belleza de la crueldad y con la crueldad de la belleza”, se nos impele. Y, al final, Fabre, sorprendentemente, hasta se pone tierno imaginando un mundo “en el que no existan mataderos ni guerras”. Conviene reposar Belgian Rules. Olviden Mount Olympus. Esta Bélgica es menos pretenciosa e igual de incómoda y salvaje. Larga vida a los excepcionales intérpretes que conforman Troubleyn, que sudan, padecen y hacen realidad las alucinadas imágenes de su papá, Jan Fabre. ¡Larga vida a los Fabre(s) del teatro, la música y el arte! La vanguardia sigue rugiendo. Pueden mirar hacia otros horizontes más aburridos o dejarse devorar a dentelladas durante 240 minutos.


Teatro Central. 27 de octubre. Belgian Rules / Belgium Rules. Compañía: Troubleyn. Concepto y dirección: Jan Fabre.