Imposible sustraerse a los numerosos encantos de este quinto programa de música de cámara de la Sinfónica. Integrado por un puñado de músicos contemporáneos de Mozart que sirven para contextualizar el genio incomparable del compositor salzburgués, servidos con aplomo y elegancia y el valor añadido del joven bajo onubense David Lagares, un valioso preludio a su participación en El barbero de Sevilla que repone el Maestranza, y del que ya disfrutamos la temporada pasada como Masetto en otra reposición de ambientación hispalense, Don Giovanni.
El brillante contrabajista de la ROSS Matthew Gibbon hizo de maestro de ceremonias en un programa en la que su participación resultó crucial, debiendo alternar dos instrumentos distintos según la afinación exigida, pues se dio la particularidad de que algunas de las obras interpretadas exigían del más grave de los instrumentos de cuerda un registro intermedio más próximo al violonchelo e incluso la viola. Estructurado cíclicamente, el concierto se abrió y cerró con arias cantadas por Lagares con enorme exquisitez y elegancia, magnífico gusto para modular y apianar y una autoridad vocal no exenta de momentos dulces y sedosos, especialmente en la que cerró el programa, la romántica declaración de amor Per questa bella mano de Mozart donde el contrabajo se tuvo que emplear a fondo con complejas escalas, así como en la propina también de Mozart Io ti lascio o cara addio.
En el centro un Divertimento del hermano más joven de Haydn, Michael, amigo íntimo de Mozart, a quien durante un tiempo se le atribuyeron algunas de sus obras. Un diálogo algo desequilibrado entre Luis Miguel Díaz a la viola y Alice Huang al violonchelo, arbitrado con éxito por el continuo de poderoso cuerpo de Gibbon. Encuadrándolo dos originales cuartetos, uno de Albrechtsberger muy interesante como ejercicio de armonía y contrapunto, y otro del editor Hofmeister, en los que el contrabajo ejerció de voz principal con un registro más agudo de lo normal, lo que entrañó alguna dificultad de afinación y modulación que el oficiante salvó con pericia, derivando en una muy agradable sesión musical evocadora de los más suntuosos salones austriacos de finales del ochocientos.