La sala principal del Maestranza sirvió un año más como escenario para la ceremonia de clausura del ciclo de cámara de la ROSS. Para el lógico aumento del público que habitualmente lo sigue su patrocinador, English Language Institute, tuvo que echar mano de las socorridas invitaciones. Como resultado nuevos asistentes poco informados y habituados a pisar una sala de conciertos, provocando aplausos tras cada uno y todos los movimientos de las piezas programadas, lo que si hacemos caso al aparente entusiasmo debería traducirse en nueva afición, siempre bienvenida. La semblanza y discurso de agradecimiento de Victoria Stapells le confirió el imprescindible carácter oficial que dignifica cualquier evento de estas características, mientras Éric Crambes ilustró en perfecto castellano las piezas programadas en este concierto fruto seguramente de su entusiasmo y dedicación.

Como avanzadilla de la próxima temporada de la ROSS, en la que Beethoven, Strauss y Prokofiev tendrán un marcado protagonismo, esta clausura del ciclo de cámara se centró en el más popular de los tres, el genio de Bonn, de quien se ofrecieron dos sensacionales obras de cámara y una breve selección de las casi doscientas canciones que arregló y orquestó a partir del folclore de pueblos como el escocés y el irlandés. La encargada de entonar las cinco elegidas fue la encantadora Ruth Rosique, que con un adecuado estilo entre serio y popular, brillante emisión y generosa proyección logró unas cautivadoras lecturas tan desenfadadas, como Music, Love and Wine que abre el Op. 108 o la divertida British Light Dragoons que resolvió con gracia y desparpajo, como ligeramente melancólicas, caso de Enchantress, Farewell.

Crambes dio la sensación de no tener muy bien afinado su violín, que sonó insólitamente áspero y hasta rugoso, cierto abuso del vibrato y menos lirismo del que habitualmente acompaña a sus interpretaciones. Así fue también en el Trío Op. 1 nº 1 en el que el piano de Postnikova destacó por su vuelo y cantabilidad, por encima incluso del chelo de Nancu, correcto pero algo falto de presencia. En la segunda parte, una nutrida representación de lo mejor de la orquesta dio buenas muestras de su técnica y capacidad expresiva, logrando una versión del célebre Septeto beethoveniano suficientemente digna y dinámica para apreciar su ingenio y fantasía, que concluyó con un virtuosismo brillante digno de los mejores conjuntos.