Cómo sobrevivir a la crítica flamenca

Como cada nueva edición de la Bienal, la crítica flamenca suscita la polémica entre artistas y aficionados. Aquí damos algunas pistas para leerla y comprenderla mejor

25 sep 2016 / 21:35 h - Actualizado: 25 sep 2016 / 21:38 h.
"Bienal de Flamenco"
  • Cómo sobrevivir a la crítica flamenca

Una Bienal más, la crítica flamenca se sitúa en el ojo del huracán y promueve debates encendidos a favor y en contra. Aquí proponemos algunas pautas para leerla y comprenderla mejor:

1. El crítico no es un obispo subido a un púlpito. Tampoco un policía que pone multas. Ni un cantor de las virtudes de nadie. Es un ser humano como usted y como yo, al que se le confía la tarea de presenciar un espectáculo, contar lo que ha visto y valorarlo. Ni más ni menos.

2. Como ser humano, el crítico es falible. Acude al espectáculo con sus filias y sus fobias, sus querencias personales, sus debilidades. También con sus problemas: tal vez ha discutido con su pareja, su equipo ha perdido, su medio le paga mal o no le paga. Todo eso, como sucede al artista, puede influir en su trabajo. Debe tratar, por supuesto, de que no sea así. O que no se le note. Pero no se le puede pedir que sea objetivo, porque su labor pertenece al campo de la opinión, es decir, de la subjetividad máxima. Sí se le debe pedir que sea sincero y justo.

3. El crítico es uno más entre el público. A veces puede ser un eximio investigador del flamenco, otras solo un aficionado al que las circunstancias han puesto en la oportunidad –es decir, en la responsabilidad– de emitir sus opiniones a través de un altavoz. Pero es, sobre todo, un espectador privilegiado. El espectador que cuenta lo que ha ocurrido sobre el escenario a quienes no han podido asistir, y que confronta lo que ha visto y oído con el resto del respetable.

4. Por eso resulta absurdo pedirle al crítico que suba al escenario «a ver si él lo hace mejor». Ni falta que hace. O someterlo, como se oye a menudo, a un examen de compás. Para eso están los artistas. El crítico tiene que ser libre, abrir los sentidos y valorar en conciencia, y contarlo todo del mejor modo posible.

5. El crítico, como el artista, se gana su puesto por la cantidad de aciertos que sea capaz de acumular. Y perderá crédito en la medida en que se equivoque mucho. Su firma es su modo de dar la cara. El artista lucha por ganarse el favor del público; el crítico, su confianza. Si se pasa siempre de severo, los lectores lo tacharán de arbitrario. Si se pasa de indulgente, lo tacharán de adulador. Un buen crítico es aquel que, entre otras cosas, logra educar y desarrollar el propio espíritu crítico del público. Lo suyo es abrir el debate, nunca tener la última palabra.

6. Para ello, el crítico no debe limitarse a compartir juicios de valor. También, como su nombre indica, comparte criterios. Más allá de su valoración de un espectáculo concreto, nos enseña a valorar nosotros mismos lo que vemos. A ampliar nuestra capacidad y nuestro conocimiento. Esta es una de sus tareas primordiales, insustituibles.

7. El crítico puede llevarse bien con los creadores, incluso pedir y aceptar su amistad en Facebook, o tomar el té de las cinco con ellos. Pero no debe olvidar que su compromiso no es con aquéllos, sino con el público. Solo a sus lectores debe explicaciones.

8. El crítico nunca se cree más que el artista, lo cual sería ridículo. Como amante del arte que –se supone– es, sabe en todo momento que él es el gusano, y que la seda está en el escenario. Pero eso no significa que no tenga su dignidad y hasta su orgullo de gusano.

9. El crítico debe ser sensible con el esfuerzo que hay detrás de cualquier espectáculo, pero no rehén de ello. Una mala crítica lastima lógicamente el amor propio del artista, pero no acaba con su carrera, ni siquiera le resta contrataciones (sí puede ser que no le ayuden a sumar). En el sueldo del artista va ese riesgo, como el de que el público no aplauda lo suficiente, y hasta lo abuchee. Forma parte de su trabajo. Lo que sí debe saber es que la falsa sensación de que «todo el mundo es un genio» sí hace daño al flamenco y al arte en general, por su falsedad manifiesta: es un fraude al respetable. Si el listón se iguala por arriba se pone a cero, de modo que nadie destaca. Si todo es buenísimo, nada lo es.

10. Ya que está obligado a asistir a los espectáculos, el crítico querría que todo le encantara, pero sabe que nunca será así. El artista querría encantar a todo el mundo, pero sabe que tal cosa es imposible. Ambos se encuentran y reconocen en esa quimera. Ambos crecen juntos, alimentándose mutuamente, a lo largo del tiempo.