De Jaime Pandelet (Madrid, 1959) siempre queda la sensación de que falta algo por decir, no importa la cantidad de perfiles que se escriban sobre él ni el tocho de entrevistas que se le publiquen. Hay por ahí una sensación flotante e incómoda como de no haber terminado de hacer justicia. En parte, porque hablar de arte es un vicio y, como tal, nunca deja completamente satisfecho a nadie. En particular, ante el espectáculo de las caricaturas de este creador, que tanto impacto causaron por cierto durante la celebración de los 110 años de El Correo de Andalucía, así como en sus trabajos para las páginas de este diario y en otras exposiciones y otros trabajos más o menos recientes. Pero también tiene mucho que ver en ello el hecho de estar ante un absoluto enamorado de su oficio, que puede pasarse horas deleitándose –y deslumbrando al prójimo– con historias y curiosidades sobre ilustradores y títulos, repasando obras sublimes, mostrando sus proyectos y sus mil ideas, desentrañando los secretos de tal o cual autor y los milagros de esta o esa editorial. Ahora que algunas de sus mejores caricaturas vuelven a estar colgadas para pública contemplación, esta vez en la Taberna Ánima, todo este caudal de sensaciones vuelven a conchabarse para hacer imposible cualquier intento de descripción objetiva y completa del personaje y de su labor.
Pero puestos a intentarlo, y cediendo a la manía común de empezar a contar las cosas por el principio, hay que decir que son quince reproducciones de 50 x 70 centímetros en color las que desde el 19 de septiembre pasado están colgadas en las paredes de la conocida galería taberna de la calle Miguel Cid, por San Lorenzo. Entrando en lo que los paletos llaman el background del asunto, es pertinente recordar que para llegar a su nivel actual de cinturón negro del dibujo (Pandelet es un señor muy dispuesto a reírse a mandíbula batiente, desde la solidaridad del artista, con expresiones como la de Marx, don Groucho, que dice: Partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de la miseria) lo cierto es que ha habido que pasar uno o dos valles de lágrimas. En eso no ha sido ningún pionero este vecino de Sevilla. Su primera ilustración publicada la firma con 16 años para la publicación deportiva local Nuevo Sevillismo, marco de sus primeras caricaturas.
Al contrario de lo que suele suceder con el común de las salas de exposiciones y espacios similares, la taberna de Miguel Cid abre solo de noche, siendo la nocturnidad un aliciente –junto con el propio nombre del lugar: Ánima, que significa alma en latín y viento en griego, dos requisitos imprescindibles para la propagación del arte.