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XXIX Temporada de Conciertos de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Francesca Dego, violín. Daniele Rustioni, director. Programa: Obertura de Don Giovanni K.527 y Concierto para violín nº 4 K.218, de Mozart; Don Juan Op. 20, de Strauss; Sinfonía nº 1 “Primavera” Op. 38, de Schumann. Teatro de la Maestranza, viernes 15 de febrero de 2019

Resulta inevitable comparar este séptimo programa de abono de la Sinfónica de la presente temporada con el último, celebrado hace tres semanas. Dos violinistas, Kopatchinskaja y ahora Dego, de estética muy diferente y virtudes en cierto modo contrapuestas, frente a dos directores que parecen haber estudiado en la misma escuela, o ser uno, Rustioni, alumno del otro, Axelrod, ante el despliegue de saltos, ademanes y gestos varios desplegados sobre el pódium, y la atención individualizada prestada a cada una de las secciones protagonistas de la velada, aunque en el fondo los resultados pudieran ser puntualmente diferentes. No podemos pasar por alto además que los invitados son esposos, lo que traducido en compenetración no llegó a ser una clara influencia, no por no existir sino por no diferir de otros tándems similares sin parentesco alguno.

No pudo empezar mejor el concierto, con una Obertura de Don Giovanni trágica, lírica y misteriosa a partes iguales, precedida por la ya habitual lectura, esta vez a cargo de Zorrilla en labios del actor y tenor Eugenio Jiménez, quien hace un par de semanas se metió en la piel de Amadeus. Rustioni dirigió con garra, energía y un considerable sentido del espectáculo, brindando al conjunto la posibilidad de exhibir un especial brillo y una singular afinación en los metales, que se mantendría satisfactoriamente a lo largo de todo el programa. Con clara preferencia por el registro más agudo, el violín de Francesca Dego emergió con confianza y seguridad, un notable sentido del ritmo y la síncopa y un brillante virtuosismo, pero se quedó algo corta en belleza y lirismo, como pudimos apreciar en un andante dicho sin apenas emoción y escasa capacidad expresiva. La joven violinista dominó una gramática sembrada de trinos, arpegios y notas picadas, y ofreció unas cadencias prudentes y bien medidas en el allegro inicial, para finalmente marcarse un alegre y saltarín rondó final y unas vertiginosas e impecables propinas a cargo de Ysayé y presumiblemente Paganini.

Mientras Rustioni en Mozart se limitó a acompañar con respeto y oficio, tal como lo pide la partitura, en la segunda parte el director milanés se desmelenó en el mejor sentido de la palabra, con unos rutilantes Strauss y Schumann, irreprochables tanto desde el punto de vista técnico como expresivo. La página de Strauss, su primer poema sinfónico y sin duda clara influencia para las grandes bandas sonoras épicas que Korngold y Steiner escribieron en Hollywood, encontró en la joven batuta todo el fuego capaz de expedir, además de un controlado sentido del lirismo, con especial atención a las transiciones entre la aventura, el drama, la intriga y la compasión. Aunque este Don Juan de Strauss sigue los textos de Nikolaus Lenau, en la lectura previa se optó por Tirso de Molina. Toda una exhibición de músculo y brillo que perduró en la primera de las cuatro sinfonías de Schumann, inspirada por un verso de Adolph Böttiger, Im Tale blüht der Frühling auf! (En el valle florece la primavera), que exuda ardor resplandeciente y un espíritu de indudable ensoñación, todo lo cual fue capaz de transmitir una muy inspirada batuta que extrajo lo mejor de cada sección instrumental, incluidos unos metales rutilantes, entonados y majestuosos. Rustioni logró combinar luces y sombras, sin poner demasiado énfasis en su coquetería y poniendo mucho entusiasmo y cromatismo en su animada motivación. Como otras manifestaciones recientes, el concierto estuvo merecidamente dedicado al reciente y prematuramente desaparecido Emilio Galán, catedrático de la Universidad de Sevilla y presidente de la Asociación Sevillana de Amigos de la Ópera.