Habría que preguntarse por qué una película que no se estrena en su país de origen hasta enero del año próximo, viene ya con el galardón de la Audiencia Juvenil de los Premios Europeos del Cine bajo el brazo, ¿quizás porque ya logró en el Festival de Berlín un premio similar en febrero pasado? De cualquier forma resulta inexplicable que una cinta como ésta consiga reconocimiento alguno, dado el despropósito que constituye en conjunto y la sucesión de lugares comunes y personajes arquetípicos que propone. Como si de una Julie Delpy se tratara, igual de pretenciosa y carente de ideas originales, porque hasta la mediocridad consigue quien la imite, Emilie Deleuze lapida la herencia familiar – su padre es Gilles Deleuze, considerado por mucha gente como uno de los más influyentes filósofos del pasado siglo – para embarcarse en un trabajo banal y aburrido que adapta un trabajo igualmente intrascendente como es la trilogía perpetrada por Marie Desplechin en torno a una insulsa niña de trece años que se comporta como si tuviera el doble, y que se muestra rebelde y enfadada hasta que dos supuestos giros la transforman a los ojos de los menos exigentes, habitualmente quienes menos cine han visto y menos sienten que esto ya se lo han contado muchas veces y mejor. La familia chirría, la niña molesta y las situaciones se ven tan forzadas y recurrentes como inútiles. Hay desde luego quien le ríe la gracia... no precisamente este cronista.

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