Coincidiendo exactamente con el ciento veinticinco aniversario de su estreno en Milán, el Teatro de la Maestranza volvió a programar la última y sorprendente ópera de Verdi, tras más de veinte años sin pisar el escenario hispalense. Y lo hizo de la mano de una producción decididamente clásica, con una idea base bastante discutible, reduciendo el escenario a una cuarta parte o mitad según qué escena, encajonando paisajes y personajes hasta el punto de dar la sensación de miniaturizarlos como si se encontraran dentro de uno de esos característicos dioramas jerezanos navideños. Afortunadamente estuvieron envueltos por un tratamiento musical majestuoso a todos los niveles, orquestal y vocal, lo que hizo que el montaje de la ópera en el Maestranza elevara considerablemente el nivel de esta producción diseñada por los italianos Marco Gandini e Italo Grassi para la Universidad Musical y el Teatro del Giglio de Showa en Japón.
Falstaff es el único título verdiano que podemos considerar comedia, al margen de ese otro de juventud, Un giorno di regno, que constituyó tal fracaso que provocó que el compositor renunciara casi definitivamente al género, salvo en contadas escenas de algunos de sus dramas más populares. A sus ochenta años Verdi construyó una fiesta musical vertiginosa y alegre a rabiar, que exige una excelencia musical y canora que las compañías frecuentemente se afanan en lograr. Esta vez cierto que se ha conseguido, con una combinación de ritmo, color y gracia que, acompañadas de una interpretación dramática y musical de primer orden, deriva en un espectáculo jocoso y plenamente satisfactorio. Gandini supo dirigir al elenco para extraer de cada uno y una su vis cómica, de forma además que todos parecían comulgar con sus personajes en perfecta simbiosis. Una energía y vitalidad sobre el escenario que hizo que a pesar de tratarse de una propuesta tan clásica, se lograse un teatro lejos del olor a rancio, divertido y estimulante. Nada parece justificar sin embargo la mencionada reducción del escenario, con el resto tapado por una feísima pared negra, ya que si se trataba de agilizar los cambios de escena, ¿para qué las pausas técnicas de casi cinco minutos?
En lo musical este Falstaff fue sobresaliente. Halffter imprimió toda su energía a una orquesta que de nuevo volvió a encandilarnos por su frescura, su trasparencia y brillo, inmejorable técnica y espectacularidad. Quizás al director se le fue un poco la mano, porque batuta no portaba, en algunos pasajes que no precisaban de la ampulosidad que pretendió insuflar en todo momento, pero sin llegar a tapar las voces, todas extraordinarias en sus cometidos. De esta forma, Manolov edificó un Falstaff ejemplar, de amplios recursos y un timbre moderadamente oscuro, con un aspecto físico imponente y hechuras que parecían sacadas de ilustraciones clásicas. En su debut en el rol, José Antonio López abordó un Ford lleno de musicalidad y expresividad, mientras la Alice de Nicole Heaston se benefició de gran teatralidad y una hermosa voz de bellas modulaciones, aunque acusara falta de proyección en alguna ocasión. Estupendas Anna Tobella, guapísima de pelirroja, y una divertidísima Elena Zaremba, que compuso una primera escena del acto segundo junto a Manolov antológica. Como divertidos fueron también los Bardolfo de Ombuena y Pistola de Lanchas, sin olvidar al Dr. Cajus de José Manuel Montero, con una voz de generosa proyección pero acaso demasiado gesticulante en el apartado interpretativo. Recientemente galardonada con el Premio Nuevas Voces de la Asociación Sevillana de Amigos de la Ópera, la joven madrileña Natalia Labourdette, con apenas experiencia sobre los escenarios, abordó una Nannette ejemplar en lo escénico y lo vocal, cálida y jovial, con un timbre sedoso hermosísimo y un gusto exquisito a la hora de modular, como demostró en su invocación final a las hadas. Frente a ella, Astorga fue el tenor lírico romántico ideal, candoroso y elegante en timbre y fraseo. Magnífica también la aportación del coro al final de la representación, con un Todo en el mundo es burla sensacional y emocionante.
Ópera de Giuseppe Verdi con libreto de Arrigo Boito, según Las alegres comadres de Windsor y Enrique IV de Shakespeare. Pedro Halffter Caro, dirección musical. Marco Gandini, dirección de escena. Italo Grassi, escenografía. Simona Morresi, vestuario. Juan Manuel Guerra, iluminación. Con Kiril Manolov, José Antonio López, Nicole Heaston, Natalia Labourdette, David Astorga, José Manuel Montero, Vicente Ombuena Valls, Valeriano Lanchas, Elena Zaremba, Anna Tobella. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza, dirigido por Íñigo Sampil. Producción de Showa University of Music-Teatro del Giglio Showa (Japón). Teatro de la Maestranza, viernes 16 de febrero de 2018.