DÚO KAHLO

Ariadna Ruiz Ruiz, piano. Carlos González Lázaro, clarinete. Programa: Deux pieces pour clarinette et piano, de Clémence de Grandval; Molto lento y Fantasie pour clarinette et piano, de Augusta Holmès; 3 Romanzen für violin und clavier, de Clara Schumann (transc. Carlos González); 2 Fantasiestücke für klarinette und clavier, de Niels W. Gade. La Casa de los Pianistas, viernes 8 de marzo de 2019

Entre las muchas e interesantes propuestas de este nuevo templo de la música ubicado en el Barrio Santa Cruz que es La Casa de los Pianistas, se encuentra un ciclo dedicado a jóvenes intérpretes, en su mayoría cursando aún estudios y perfeccionando una trayectoria que les permita dedicarse en un futuro próximo a la música sin aditamentos. Es el caso de los granadinos Ariadna Ruiz y Carlos González, que bajo el nombre de Dúo Kahlo, en referencia a una de las figuras emblemáticas del arte en femenino, y una de las imágenes más icónicas de las reivindicaciones de igualdad, Frida Kahlo, llevan año y medio exacto difundiendo música de cámara, auténtica, fresca y emocionante que complete sus aún breves trayectorias pero ya cubiertas de premios, becas y demás experiencias imprescindibles para lograr vivir de eso tan difícil y exclusivo que es la música. En una fecha tan señalada como la del 8 de marzo, cita ineludible de reivindicación y lucha por una igualdad auténtica entre hombres y mujeres, Carlos y Ariadna demostraron a través del programa propuesto y sus sinceras y emotivas locuciones que lo suyo es compromiso verdadero, perfectamente asumido, libre de etiquetas e imposturas. Emociona ver cómo hay esperanza en las futuras generaciones, sobre todo cuando se trata de gente tan joven y tan comprometida, con las ideas tan claras sobre la sociedad que queremos y la justicia que merecemos.

En los atriles el dúo nos descubrió páginas bellísimas de quienes una vez tuvieron la oportunidad de componer e interpretar música, generalmente gracias a una posición acomodada, y de gozar de cierta popularidad a menudo bajo incómodos seudónimos, para después pasar al más insólito olvido. Es el caso de Clémence de Grandval, que estudió con Flotow y Chopin, también con Saint-Saëns, y compuso óperas y música de cámara, generalmente para oboe. De ella interpretaron dos piezas de 1885, Invocation y Air Slave. Sorprende cómo el joven clarinetista, a quien confieso conozco desde que era niño y me cautivó ya la primera vez que lo escuché, con una vocación que le llegó algo tarde para lo que suele ser habitual, lo que añade mérito a su carrera, domina perfectamente la expresividad, aunque aún le queda algo de recorrido para redondear su control técnico. En la primera pieza logró transmitir melancolía y solemnidad, mientras en la segunda aprovechó sus oportunidades de lucimiento, vibrante y animado. Ariadna por su parte demostró una gran flexibilidad y amplio vuelo lírico en las tres romanzas de Clara Schumann, especialmente en una arpegiada tercera de generoso aliento romántico.

Se da la particularidad de que aunque estas piezas originariamente concebidas para violín y piano cuentan con transcripciones como las de François Benda, ellos prefirieron las suyas propias, con resultados a gran altura, exhibiendo delicadeza y color, muy vaporoso el primer romance, animado el segundo y amable el tercero, manteniendo una envidiable capacidad para transmitir en todo momento, extensible a las facultades de ambos para la locutoria y una sensacional compenetración y diálogo digna de mención. El recital se completó con dos obras de Augusta Holmès, pianista y compositora francesa de ascendencia irlandesa, alumna y amiga de Cesar Franck, cuya Fantasía abrieron de forma majestuosa para seguidamente plasmar a la perfección sus aires de marcha fúnebre, con un trabajo hábil y meticuloso de la pianista y muy expresivo de él, tal como volvió a demostrar en el muy delicado Molto lento. Para dar perspectiva de género, los jóvenes acertaron a incluir en el programa una pieza escrita por un hombre, Niels Gade, compositor danés admirado y apoyado por Clara Schumann, de quien interpretaron dos fantasías tan virtuosas como melódicas. De propina se ofreció una preciosa miniatura de la compositora también francesa Germaine Tailleferre, miembro de Los Seis junto a Milhaud, Honegger o Poulenc, que como otras compositoras disfrutó de prestigio y popularidad en vida y pasó al olvido tras fallecer, ésta relativamente reciente, en 1983. Da gusto disfrutar de gente tan joven con tanto talento, voluntad, esfuerzo, compromiso y capacidad para transmitir y emocionar.