El occidental moderno que está ahora tan tranquilo en su casita probablemente ignora que basta una chispa para prenderlo todo; que los monstruos con los que se convive a diario –empezando por aquellos que uno lleva dentro– tarde o temprano encuentran una rendija. O por empezar por el principio: la distribuidora sevillana Cada Films lleva este viernes a los cines La cara oculta de la Luna, una película alemana de Stephan Rick basada en el libro homónimo del superventas suizo Martin Suter. Un largometraje que, aparte de sus méritos –sobre todo, la interpretación, la fotografía y el montaje–, incluye en el precio de la entrada una turbadora reflexión sobre la fragilidad de la mente en un mundo que es un permanente y brutal bombardeo sobre lo más sagrado del alma humana, sea lo que sea esta.
Excepcional trabajo del elenco, en especial del dúo Moritz Bleibtreu y Jürgen Prochnow, amén de los personajes femeninos y muy especialmente de una adorablemente gatuna Nora von Waldstätten (Lucille) que está a un cuarto de hora de abrirse camino en Hollywood al grito de aquí estoy yo, sin ser ninguna pipiola. Prochnow, que cada arruga que tiene en la cara es una película –más o menos como los anillos de los árboles– lleva su oficio al extremo de configurar un retrato arquetípico del mal al que cabe agradecer la sobriedad marca de la casa –ingeniería alemana, a la postre– y la sensación de familiaridad que logra transmitir; ese parecido con nuestro diablo de cabecera. En cuanto al protagonista, tampoco es de la escuela de Al Pacino, y su talento para dejar a un lado las coreografías de la locura y mostrar a un tipo en plena destrucción moral está más lejos del Actors Studio que de la consulta del psiquiatra de la esquina.
Del espectador depende que La cara oculta de la Luna sea una película de tensión, de intriga, de misterio o de terror. Stephan Rick le ha cortado todas las etiquetas al libro de Martin Suter, del que se ha quedado con la parte más cinematográfica pasando por encima de la más comecocos –con el aplauso del escritor, que también sabe por experiencia propia qué es hacer cine–, para que cada cual elija con qué combinársela: con su opinión sobre los males del mundo, con su percepción sobre cómo la gente está perdiendo la chaveta en esta sociedad desquiciada e inmoral, con la demoníaca posesión del éxito... De todas formas, que Suter escriba sobre estas cosas es como que a Zurbarán le diese en su día por pintar un fraile; de hecho, el suizo es un especialista en plantear tramas basadas en las demoledores consecuencias sociales de los problemas mentales, y viceversa.
Sin reventar nada de la película –eso que el cretinismo imperante denomina ahora spoiler por algún problema de tiroides en la etapa fetal–, La cara oculta de la Luna cuenta el caso de Urs Blank (Bleibtreu), un exitoso abogado especializado en fusiones de empresas que, metido en los tejemanejes de la industria farmacéutica y sometido a las presiones de su rol en la vida, decide evadirse de su hiperestructurada y exitosa realidad –cherchez la femme, diría aquí un francés– con la desdichada consecuencia de que, un mal día, la mente se le va a esparragar a raíz de la ingesta de unas setas alucinógenas. Por si fuese poco, en una de estas descubre un secreto terrible que puede acabar con el negocio megamillonario que pretende hacer Pius Ott (Prochnow) y que guarda relación con el Tabafumarat, un aparentemente milagroso fármaco conta la esclerosis múltiple. La violencia que Blank había reservado hasta entonces para sus tácticas de abogado despiadado, que era una violencia financiera, de salón, de despacho y de frases susurradas en reuniones de negocios, se transforma en actos. No es la pérdida de la lucidez y de las maneras lo que transforma al protagonista en un desquiciado, sino todo lo contrario: la suya es la reacción de un hombre cuya mente, sencillamente, no puede ya más de tanta mierda. He ahí lo terrorífico y lo inquietante. Se duerme mucho mejor cuando el monstruo de la película tiene zarpas y escamas.
La película toca la relación del protagonista con el bosque, el entorno salvaje que envuelve las crestas de la gran ciudad, como si esta fuese una isla de certezas y de falsas seguridades en medio de un pedazo de mar de locuras, fuerzas misteriosas, belleza inapelable y furibunda naturaleza. Retratado con una fotografía por momentos soberbia y amplificado con una música más o menos soportable, el bosque adquiere rango de personaje en una cinta alemana pero prima hermana del cine de suspense americano. Es la cara vista de la globalización.
El título procede del disco homónimo de Pink Floyd, cuya camiseta luce la misteriosa Lucille en el primer encuentro con el protagonista. En la letra de Eclipse, su corte final, puede que haya algunas claves para comprenderlo. Porque, a decir verdad, no hay ningún lado oscuro de la Luna.