«El anonimato es lo ideal para el artista»

Esther Ferrer, premio Nacional de Artes Plásticas, ofrecerá una performance esta tarde en la sede del Cicus

08 may 2017 / 22:24 h - Actualizado: 08 may 2017 / 22:17 h.
"Artes plásticas"
  • La artista Esther Ferrer, en la puerta de San Luis de los Franceses, en una visita a Sevilla. / Antonio Acedo
    La artista Esther Ferrer, en la puerta de San Luis de los Franceses, en una visita a Sevilla. / Antonio Acedo

En el mundo de la performance, Esther Ferrer es algo más que una institución. Donostiarra de 1937, en los años 60 militó en el grupo musical de vanguardia Zaj, con quien giró por Estados Unidos invitados nada menos que por John Cage. Después de toda una vida dedicada al arte desde los márgenes, a menudo ajena a los vaivenes del mercado, en 2008 su trayectoria fue reconocida con el premio Nacional de las Artes Plásticas, a los que han seguido el Gure Artea, el MAV y el Velázquez. Hoy (20.00 horas) brindará una de sus performances en el Auditorio del Cicus.

Pionera de la performance, recuerda que «en el 68, en Bilbao, en la Asociación de Amigos del País, con Zaj la gente gritaba, decía cosas, a veces divertidísimas, participaba a su manera. Nos tomaba por locos de atar, eso sí. Y había más público que en muchas performances de Nueva York, o de California. Yo creo que pensaban, ‘estos tres personajes no pueden ser franquistas, eso es evidente’. Nos consideraban chalados, pero fuera de la estética dominante, del discurso oficial», agrega.

En sus inicios, las acciones de Ferrer y los Zaj ni siquiera se documentaban. «Es que la manía de la documentación aquí nunca la hubo, eso era más de los americanos, forma parte de su cultura. En la turné con Cage fuimos de Nueva York hasta California, y creo que tengo ¡alguna foto! En proporción a lo que tiene cualquier artista, no teníamos nada, ni nos preocupaba. La gente no venía a hacer fotos. Era estar allí, vivir la situación, pero en absoluto con la idea de documentarlo», apunta. Ahora, en cambio, todo el mundo acude con sus cámaras, con sus celulares... «Yo nunca he prohibido hacer fotos, ya se prohíben demasiadas cosas...», comenta. «Si me preguntan, respondo: haced lo que queráis, pero no me molestéis a mí, ni a los que están allí asistiendo al evento. Como usen las fotos después, es algo que me trae sin cuidado».

«Yo no puedo decir que vivo al margen del mercado: cuando hago una performance me pagan, cuando hago arte vendo, aunque no lo haga yo directamente», prosigue Ferrer. «Estoy en el mercado, pero a mi manera. Como siempre he podido vivir con poco, no he necesitado vender. En cuanto al mercado, es que en aquellos años estabas fuera quisieras o no, no te hacían ni caso. Tengo casi 80 años, vivo de mi trabajo artístico exclusivamente, pero solo desde hace 16 o 17 años puedo hacerlo sin escribir o sin traducir. Por otra parte, ni yo ni los otros buscamos nunca reconocimiento. Si te reconocían, pues bien, pero no trabajabas para eso».

Tal vez por eso, el anuncio de que le concedían el premio Nacional de Artes Plásticos supuso para ella una sorpresa mayúscula. «Me dio... al principio dije: “¡Qué angustia!” Me salió del alma. Yo nunca he pedido un premio, ni una beca, ni una ayuda. Nunca he pedido nada a ningún gobierno. ¿Me quieren dar el premio? Siempre he vivido con poco, ya digo...»

«A veces le digo a Tom, mi marido, ‘qué bien vivía cuando nadie me reconocía nada’», confiesa. «El anonimato es la situación ideal del artista. Ahora mucha gente te contrata por contratarte, para nada interesante, y te coge tiempo. Soy tonta, pero me cuesta mucho decir que no. Me da como vergüenza».

Cuando se le pregunta qué papel ha jugado el humor en su trabajo, responde: «He sido muy admiradora del absurdo, de Alfred Jarry, del cine mudo, de la Codorniz... Para mí es un elemento fundamental en mi vida. Cuando hablo, digo muchas tonterías, y en las performances igual, porque las performances son la vida. Me gusta mucho reírme, y me gusta la ironía, aunque esa es más difícil, requiere de cierto esfuerzo extra», asegura.

Por eso cree que todas las dictaduras odian la risa, «porque es una descarga liberadora, y nadie desde el poder quiere en el fondo la libertad, ni los unos ni los otros. Quieren que haya unas normas, más o menos democráticas, pero el humor siempre transgrede».

Con el humor, su herramienta de trabajo preferida ha sido siempre el propio cuerpo. «Es mi útil de trabajo, es mi soporte, soy yo. Las performances que prefiero son aquellas en las que no necesito nada, solo mi cuerpo. Vengo sin nada, y me voy tal cual. Una acción cruda sin ningún elemento que distraiga a la gente, que no produzca connotaciones o reacciones... Si tengo que elegir, me quedo siempre con eso», asevera.

Al mismo tiempo, Ferrer niega que su cuerpo desnudo haya querido ser provocador. «Cada uno va con sus fantasmas. En los 60 y en los 70, ‘Nuestro cuerpo nos pertenece’ era nuestro eslogan preferido, las mujeres decidimos que nuestro cuerpo iba a vehicular todo lo que quisiéramos, a través de pensamientos, acciones, poesía... No era una provocación, era una decisión muy consciente», apostilla la artista.