El Ateneo se toma el arte muy a pecho

Antonio Cerero expone sus esculturas eróticas con relatos a juego de Manuel J. Roldán

10 feb 2016 / 14:48 h - Actualizado: 10 feb 2016 / 20:20 h.
"Escultura"
  • El Ateneo se toma el arte muy a pecho
  • Arriba, las esculturas de Antonio Cerero y los textos de Manuel Jesús Roldán, ayer en el patio del Ateneo.
    Arriba, las esculturas de Antonio Cerero y los textos de Manuel Jesús Roldán, ayer en el patio del Ateneo.

No podía evitar ayer cierto rictus de leve preocupación Antonio Cerero cuando, mientras daba los últimos retoques a la disposición de las figuras en el patio del Ateneo con vistas a la inauguración de por la tarde, se preguntaba «cómo se lo tomará Sevilla». Tal vez no le diese más importancia al asunto, consciente de que, en materia de creación, como el artista vincule su paz interior a lo que diga Sevilla está perdido. De momento, y a falta de lo que diga el sanedrín popular, tanto el artista como el propio Ateneo se lo han tomado muy a pecho, y en sentido literal, porque la exposición versa sobre esa misma parte de la anatomía susceptible de albergar mil y una historias, como es el caso: no solo están las esculturas de Cerero, sino que a la par, junto a ellas (unas veces como inspiración del artista, otras a la inversa y otras de forma mutua), se muestran breves relatos eróticos escritos por Manuel Jesús Roldán cuyas protagonistas son las mujeres allí retratadas. Que el conjunto se llame Las curvas de Venus es de todo menos casual.

No recuerdo, o sí, si me había llegado el estúpido tiempo de eso que llaman edad de ser mujer, comienza una de las historias, titulada Reencuentro, y que sigue así: Quizá se habían aureolado mis pechos de una dureza inexplicable y apuntaban un volumen de curvas que se prolongaba por unas escuálidas caderas centradas por un incipiente triángulo de minúsculo vello, prosigue, mientras el rostro de la escultura se contrae con la emoción del recuerdo de ese despertar y más conviene alejarse de allí para no interrumpir ese ejercicio de intimidad desbocada. Los hay más cañís, como el que lleva por nombre Maricruz, y que arranca con estas palabras: Cuando la conocí tuve mis dudas sobre si era mocita, si venía del famoso barrio y hasta sobre su melena pelirroja, aunque hubo lenguas malintencionadas que me advirtieron de un cuerpo hechicero que hacía a los hombres pecar. No hice caso alguno. Todo sonaba a palabrería de copla que se lleva el viento. Lo que sucediera a partir de ahí queda para los personajes involucrados en el caso y para los visitantes de la exposición.

Entre los relatos los hay muy breves, como ese Paparazzi de apenas tres líneas: Solo por unos segundos, olvidando su fama, se atrevió a pasear su deseado cuerpo desnudo por la elegante terraza acristalada. Al teleobjetivo le bastaron unas décimas para captar las más cotizadas fotos. Únase el talante narrativo con la elocuencia de las esculturas y aparecerá esta singular muestra artística repleta no solo de incitación y excitación, sino especialmente de delicadeza, expresividad, sensualidad, sinceridad y si se quiere hasta de reivindicación. Esto último es lo primero que salta a la vista cuando, tras subir los escalones del vestíbulo, entra uno en el atrio de la docta casa y se enfrenta a esta panorama de belleza sin tregua.

Lo dicen los propios autores en la presentación de su trabajo: «Contar lo que se ve y ver lo que se cuenta. Llevar la idea al volumen pero también al papel. Policromar con el pincel y también con los adjetivos. Dar cuerpo a la materia y condensarla en un plano. Visualizar las ideas pero también imaginarlas. La mujer en cuerpo pero también en alma. Mujeres reales y mujeres imaginadas. La piel desnuda y la piel habitada. Lo que se ve y lo que se intuye. Curvas femeninas y curvas literarias. Sensualidad a flor de piel y en los rincones del papel. Pelirrojas, morenas, rubias y teñidas de azul. Jóvenes y algo más maduras, pero con sensualidad en todos sus poros. Con trenzas y con el pelo suelto. Desnudos recatados y desnudos insolentes. Siempre verdaderas. Libertinas y recatadas. Realistas e hiperrealistas». Pues todo eso, sin la menor duda.