El ‘botín’ del primer maharajá de Sevilla

El editor Pedro Tabernero publica su antigua, artesanal y muy extravagante colección de naipes de la India, ‘Ganjifa’

01 ago 2018 / 21:40 h - Actualizado: 01 ago 2018 / 23:37 h.
"Libros"
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Si algo puede afirmarse del inclasificable editor sevillano Pedro Tabernero, aparte de que obviamente le gusta hacer libros –no porque los haga, que de esos hay muchos, sino por cómo los hace–, es su pasión por los viajes, ya sean literarios o reales; viajes que luego convierte en papel: Andalucía de pe a pa, Nueva York (con Lorca), Buenos Aires (con Borges), Chile (con Neruda), República Centroafricana (con las mariposas)... Y ya casi estaba a punto de recibir el título de comandante Tabernero por su luminoso y aromático libro sobre Cuba y el tabaco cuando resulta que más valdría darle tratamiento de maharajá honorífico. Al menos, así dice sentirse él. Porque resulta que es todo un experto en asuntos de la India. Tan es así que acaba de publicar un volumen sobre los naipes artesanales de este país. Se titula Ganjifa y tiene el encanto de lo extravagante. Pero sobre todo, esta obra que a primera vista parece un muestrario de posavasos milenarios es el testimonio gráfico de la aventura que el editor hispalense vivió en aquellas tierras a lo largo de cinco viajes de los que se trajo nada menos que diez mil piezas originales de esta tradición.

El hallazgo se produjo, como suele ser costumbre, por casualidad. En 2012, según cuenta el interesado, visitó una aldeíta de urbanismo mejorable donde en el transcurso de una degustación de té se encontró por primera vez en su vida con estas cartas circulares pintadas a mano, que a partir de ese mismo instante comenzó a perseguir y a adquirir con el ánimo voraz de quien descubre un mundo. En los años siguientes, preparó otros cuantos viajes en los que recorrió casas de autores ya fallecidos en varias localidades del país. «La negociación con las viudas de los artesanos fue dura, en muchas ocasiones», reconoce. «Pero fui consiguiendo que barajas completas, otras con pocos naipes o inacabadas, fueran formando parte de la colección. Más tarde, compré otras en Inglaterra y Dinamarca que completaban el botín». Así que «el resultado es una colección de más de 10.000 piezas, todas originales, algunas de las cuales se presentan en este volumen, guiado por el afán de darlas a conocer y difundirlas». La edición se acompaña con estudios de diferentes especialistas y, además, parece haber sido objeto de un especial cariño por parte de su hacedor. En concreto, se ha «cuidado» la estética del libro «en un esfuerzo por mostrar las piezas más hermosas e insólitas». Y añade Tabernero: «Sobra decir que me he sentido como un auténtico maharajá» en este «mágico y hermoso juego», como se apuntaba al comienzo.

Es curioso, porque estas barajas de naipes tienen una catalogación temática tan diversa como llamativa: motoristas, raspas, pies, ratones, firmamento, alcachofas, paquidermos, dromedarios, aceitunas, nubes, bichos, ojos, pulpos... Además de con muchísimas imágenes, que son las que nutren el grueso de las páginas del libro, Ganjifa, los naipes de la India cuenta con aportaciones de expertos, entre estos Jeff Hopewell, un profundo conocedor del juego: «Todas las cartas nos dicen algo sobre la sociedad en la que se usan», escribe en la obra. «La fascinación de las cartas indias es porque nos dicen mucho más que las cartas occidentales. Nos muestran la vida de las cortes principales», o bien «representan algunas de las muchas deidades hindúes». Aunque a veces se hacen algunas impresas, «las cartas todavía se pintan a mano y suelen ser redondas en lugar de rectangulares». Unas en materiales mejores y otras en peor papel, pero siempre conservando esa consistencia artesanal y antigua que quizá esté llamada a la extinción, como advierte el propio experto. «A pesar de ello, sigue habiendo un pequeño pero constante goteo de personas para las que las cartas se convierten en una pasión y algunos pocos artistas que se inspiran en estos inusuales artefactos del pasado».

Desde el Museo Fournier también toma cartas en el asunto –una metáfora inevitable– Edurne Martín Ibarrrarán, quien escribe en el libro: «La variedad de los diseños, la interpretación realizada por los diferentes artesanos-artistas, que aún hoy en día las dibujan y colorean a mano una a una, los estuches de madera decorados como auténticos relicarios que protegen estas joyas en su interior, y su atractivo estético sumado al contenido iconográfico, todo ello convierte estas cartas en objetos dignos de formar parte de la colección de un museo, independientemente de su antigüedad o de la riqueza de los materiales utilizados».