Aparte de los conciertos de apertura del curso académico de la Universidad, no recuerdo que Éric Crambes haya dirigido a la Sinfónica en uno de abono. Para la ocasión, como ocurre cada vez que toma las riendas en esas citas en Ingenieros, contó con una plantilla reducida, al menos en una primera parte dominada por un aire sosegado y sutil de la mano de Wagner y el rara vez programado Vaughan-Williams, que casualmente esta semana suena también en los atriles de la Bética de Cámara. Crambes optó por una solución práctica y humilde, manteniéndose en su puesto habitual como concertino en lugar de destacar sobre el podio, mientras sus compañeros y compañeras le arroparon a él y a la espléndida oboísta también de plantilla, Sarah Roper, con todo el cariño y la consideración que merecen, las misma con la que atendimos el público asistente. Todo quedó al calor de la familia, que es el que más calienta.
Compuesto como regalo de cumpleaños para su esposa Cosima y celebración retrospectiva del nacimiento de su hijo, el Idilio de Sigfrido, basado en temas de la ópera y un cuarteto abandonado y dominado por una hermosa canción de cuna, encontró el tono sereno y la tierna delicadeza que demanda en manos de Crambes, que sin embargo acusó languidez en varios pasajes y no logró extraer de la pieza su espíritu hechizante ni la tensión que asoma ocasionalmente. En el Concierto para oboe del compositor inglés Vaughan-Williams acertaron tanto la solista como la cuerda, empatizando y respetándose para conseguir esa atmósfera mística y relajada que exuda la música del autor de The Lark Ascending. Se trata de un trabajo distinguido y cautivador, que parte de material desechado de su quinta sinfonía, en el que Roper desplegó toda su sabiduría al instrumento, poderosa capacidad virtuosística y delicadísimo fraseo, destacando el complejo scherzo final en lirismo e intensidad poética. El número 6 de la Metamorfosis según Ovid de Britten, dedicado al dios Pan, sirvió como propina.
Más una combinación de sinfonía y concierto para violín que una serenata propiamente dicha, la Haffner fue abordada por Crambes y una mayor plantilla, siempre dentro de los márgenes de una orquesta clásica, con criterios más cerca de la antológica grabación de Karl Bohm que de los actuales criterios historicistas. El resultado hizo honor a la imponente paleta de colores que van del resplandor más brillante a los más sutiles matices, y que evidencian la intención de Mozart por reafirmarse como compositor de enorme talento. Crambes como solista lució tanto refinamiento como vibrante agitación, con asombrosas cadencias, flexibles modulaciones y vigorosa expresividad, y sin abandonar su puesto de concertino. La orquesta se plegó impecablemente a sus cambiantes estados de ánimo y abundantes contrastes en una interpretación memorable de esta magnífica página.
Cuarto concierto de la 26ª temporada de abono de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Sarah Roper, oboe. Éric Crambes, solista, concertino y director.
Programa: Idilio de Sigfrido, de Wagner; Concierto para oboe, de Vaughan-Williams; Serenata nº 7 “Haffner”, de Mozart.
Teatro de la Maestranza, jueves 17 de noviembre de 2016