La Fundación Tres Culturas acogió ayer la presentación de El Automóvil Club de Egipto (Random House Mondadori), la última novela del escritor Alaa Al-Aswany. Una obra coral, como lo fueron sus títulos más celebrados, El edificio Yacobian –llevada con éxito al cine– y Chicago, y en la que el autor brinda una imagen panorámica del Egipto del año 40, los tiempos previos a la revolución.

Un Egipto, de hecho, no tan diferente al de la actualidad, hasta tal punto que el novelista ha definido El Automóvil Club de Egipto como «la novela de la Primavera Árabe» sin miedo a incurrir en un anacronismo. «El sufrimiento no ha cambiado. El combate, la lucha del pueblo por la libertad y la dignidad, son los mismos que entonces. Aunque se desarrolle en el año 40, refleja la situación de hoy», afirma.

«Mis novelas se han traducido a 35 idiomas», celebra Al-Aswany (El Cairo, 1957). «En el caso de El Automóvil Club de Egipto ha llegado incluso a algunas lenguas antes, como el danés, el catalán o el italiano. Pero me gusta el español, necesito practicarlo más», dice sonriente en un correctísimo español, antes de regresar al francés, donde aseguró sentirse más cómodo.

Su nueva ficción se encuadra en ese Egipto se halla en la década previa la Revolución, bajo ocupación británica y representado por una monarquía frívola y corrupta. El Automóvil Club de Egipto es el lugar donde se dan cita cada noche pachás, diplomáticos y aristócratas egipcios y europeos para ver y dejarse ver, entregarse al juego y los placeres mundanos. El perfecto funcionamiento del club es mérito de Kuu, el jefe del servicio, fidelísimo lacayo que venera a los extranjeros como a una raza superior y no duda en aplicar los más terribles castigos a los subordinados que desobedezcan sus estrictos códigos.

A través de su figura, verdadera bisagra entre los dos niveles sociales, descubrimos las grandezas y mezquindades de la sociedad egipcia que se encaminaba, acaso sin saberlo, hacia la abdicación del monarca y al triunfo de Nasser.

«Como en el periodo del 2000 al 2011, todo el mundo estaba seguro de que el antiguo régimen iba a caer», comenta Al-Aswany. «Lo que me interesaba contar es que no hay diferencia entre el colonialismo occidental y la dictadura nacional. La cuestión principal para mí es si el pueblo decide por sí mismo, o si es privado de la dignidad y la libertad. En este caso, la dictadura es igual que el colonialismo», agrega.

Por otro lado, el escritor opina que la llegada de Nasser al poder fue «un golpe de Estado que fue mantenido y apoyado por el pueblo», de modo que considera a esta figura histórica «un gran líder al mismo tiempo que un gran dictador», y vuelve a conectarlo con el tiempo presente: «Toda la máquina dictatorial que hay hoy en Egipto fue creada por él. Nuestra lucha consiste en ir desarmando esa máquina».

Lo dice alguien que vivió en primera fila las protestas de Tahrir como «el momento más grande de mi vida», ya que «allí vi por primera vez al pueblo. He utilizado la palabra pueblo muchas veces en mis escritos, pero la primera vez que lo entendí de verdad fue en Tahrir, lo vi como dos millones de personas como miembros de una misma familia», evoca.

A pesar de la deriva que ha ido tomando el país y el auge de los extremismos, Al-Aswany se muestra optimista. «Estuve en la oposición contra Mubarak como en contra de los islamistas y de Sisi... Pero lo que defiendo son unos principios, defiendo la libertad. Escribí que Morsi tenía derecho a gobernar y a seguir cuatro años en el gobierno, hasta que en noviembre de 2012 arrolló la democracia, y ya no podía estar de acuerdo con eso. Desde 1952, Egipto está atrapado entre los islamistas y los militares. Toca defender la libertad y los Derechos Humanos para todos».