El nombre de Buenaventura Íñiguez llevaba muchos años sobrevolando a Jesús María Macaya, casado con una sobrina nieta de aquel, un organista y compositor pamplonés, fundamental en la historia musical de Sevilla, del que hasta ahora muy poco o nada se conocía. «Quedó relegado con el paso de los años, no tuvo descendencia y sus sucesores no reivindicaron su nombre», explica el autor de un libro, Íñiguez, el músico navarro de Sevilla, que por fin ve la luz.
Ahora sabemos que aquel músico norteño fue un actor clave en la emancipación contemporánea de la Catedral de Sevilla, donde ocupó la plaza de organista titular. «Buenaventura Íñiguez (1840-1902) tuvo la desgracia de vivir en la misma época que los más grandes músicos navarros como el virtuoso Pablo de Sarasate y Julián Gayarre, entre otros», apunta Macaya.
Vista con la perspectiva del tiempo, la biografía de Íñiguez parecía tenerlo todo en contra. Abandonó Navarra con 25 años y nunca regresó, por lo que en su tierra no se le reivindica. Pero aquí, en Sevilla, donde desarrolló su carrera, tampoco. «Me costó mucho seguir su huella, saber de él, tuve literalmente que bucear en la Biblioteca Nacional de Madrid y en la de Barcelona, también en los archivos del Cabildo Catedralicio de Sevilla», dice el autor.
Lo más probable hubiera sido que Íñiguez, efectivamente, hubiese quedado como un competente músico de iglesia. Pero en justicia podemos afirmar que su figura es trascendental. Fue en 1888 cuando se produjo el derrumbamiento del cimborrio de la Catedral, a consecuencia del cual una columna impactó sobre el mejor órgano tardo-barroco construido en España, cuyos tubos fueron vendidos como chatarra. Con el órgano de San Clemente destruido, el templo quedó en silencio durante más de una década, tiempo durante el cual Buenaventura Íñiguez «luchó por conseguir nuevos instrumentos, ya de carácter romántico, con lo que cuando se instalaron la Catedral entró musicalmente hablando en el siglo XX».
El músico no llegó nunca a conocerlos, pues murió antes de que se instalaran los dos nuevos órganos –dependientes de un solo teclado–, obra de Aquilino Amezua. «Podemos afirmar que sin la intervención de Íñiguez, la historia hubiera sido diferente y quién sabe cuánto más se habría tardado en instalar los nuevos instrumentos», detalla Jesús María Macaya en su detallado trabajo.
No fue esta la única herencia del navarro. «Junto con Hilarión Eslava encabezó un movimiento para que la música profana no proliferara en los templos católicos, y compuso coplas y música de Semana Santa para hermandades como la Soledad de San Lorenzo y la de San Pedro ad Vincula, una orden de clérigos. Y en los últimos años de su vida escribió muchas pequeñas obras corales para el monasterio de Santa Inés». Su legado también da cabida a composiciones de distinto calibre, desde Misas a Réquiems pasando por una gran cantidad de partituras organísticas, instrumento al que dedicó su vida.
«Por desgracia su música no se toca, está completamente olvidada e ignorada», lamenta Macaya, quien ha elaborado el libro sobre Íñiguez contando con la colaboración de músicos como José Enrique Ayarra y Carlos Navascués –actuales organistas de la Catedral sevillana– y Raúl del Toro. «Ojalá este texto sea el inicio de su renacimiento como músico», clama con ilusión su autor.
«Estoy intentando que el próximo otoño se celebre en Sevilla un concierto dedicado a su memoria en el que participaría la Capilla de la Catedral de Pamplona... pero todavía es solamente un proyecto», avanza Macaya. De momento, «Ayarra es el único que defiende a Íñiguez incluyendo alguna página suya en los conciertos que ofrece, y también la Coral Nora de Sangüesa, su pueblo natal, incluye sus obras. Y muy poco más... aparte de un par de calles con su nombre, una en Pamplona y otra en su lugar de nacimiento».