El mal que llegó como un ladrón en la noche

Entre 50 y 100 millones de cadáveres dejó a su paso hace un siglo el peor enemigo que ha conocido la humanidad: la gripe española. Laura Spinney lo cuenta en ‘El jinete pálido’

12 feb 2018 / 17:22 h - Actualizado: 12 feb 2018 / 20:50 h.
"Libros"
  • Imagen tomada en un hospital de emergencia instalado en Camp Funston, Kansas, para atender los casos de gripe española. / US Army Photographer
    Imagen tomada en un hospital de emergencia instalado en Camp Funston, Kansas, para atender los casos de gripe española. / US Army Photographer
  • La escritora y divulgadora científica Laura Spinney. / El Correo
    La escritora y divulgadora científica Laura Spinney. / El Correo

Cualquier periodista encantado de conocerse valora más una noticia política que una de ciencia, de esas que los periódicos publican con desgana cuando no tienen nada que contar. El responsable de una página de información internacional dormirá a gusto si cuenta una buena guerra o un ultimátum a Occidente proferido por algún tiranuelo rampante, pero dará vueltas en la cama pensando qué dirán de él los colegas si, en lugar de eso, da prioridad a temas sociales. Lo cual es curioso, y más ahora, cuando se cumplen cien años del acontecimiento más mortífero jamás padecido por la humanidad: la llamada gripe española, que en 1918 dejó a su paso más muertos que Hitler y Stalin juntos: entre 50 y 100 millones. «Sin embargo, ¿qué vemos cuando desenrollamos el pergamino del siglo XX?», se pregunta la divulgadora científica británica Laura Spinney. Y ella misma se responde: «Dos guerras mundiales, el auge y caída del comunismo y quizá algunos de los episodios más espectaculares de descolonización. No vemos el acontecimiento más dramático de todos, aunque lo tenemos delante de nuestros ojos. Cuando se pregunta cuál fue el mayor desastre del siglo XX, prácticamente nadie responde que la gripe española». En su recién publicado libro El jinete pálido (editorial Crítica), Spinney analiza las causas, los efectos y la historia de este enemigo que «invadió todo el planeta en un abrir y cerrar de ojos. La mayoría de las muertes se produjeron en solo trece semanas, desde septiembre hasta mediados de diciembre de 1918».

La tradición de culpar a España de todos los males ya era una afición bien arraigada entonces: la gripe no era española. Cuando llegó aquí, ya había registrado casos en Estados Unidos y Francia desde hacía meses. Lo que pasa es que sucedió en plena I Guerra Mundial. «España fue neutral en la guerra y la prensa no estaba censurada. Los periódicos locales informaban debidamente de la devastación», escribe la autora, «y las noticias viajaron al extranjero», donde los casos propios de la enfermedad se ocultaban para no minar la moral.

No es de extrañar que Laura Spinney haya colaborado con la National Geographic, Nature y otras revistas de altura: no puede ser más trepidante, novelesca y al mismo tiempo informativa su forma de narrar este episodio, el más luctuoso de la historia de la humanidad (con permiso de la peste negra, que se quedó en 50 millones de muertos). Un ejemplo es cómo describe el miedo: «La gente decía que la gripe española tenía un olor como a paja enmohecida. Nunca antes ni después he olido nada igual. Era horrible, porque había veneno en ese virus, recordaba una enfermera. Se caían los dientes y el cabello. Algunos ni siquiera presentaban síntoma alguno antes de desplomarse en el sitio, inicio de un proceso pavoroso que describe con pelos y señales. «Sin embargo, lo más aterrador era cómo sobrevenía: en silencio, sin avisar. Una característica de la gripe es que el periodo de infecciosidad elevada precede a la aparición de los síntomas». «En 1918, si oías toser a un vecino o a un pariente, o lo veías desplomarse delante de ti, sabías que era muy posible que tú también estuvieras enfermo. En palabras de un funcionario de sanidad de Bombay, la gripe española llegó como un ladrón en la noche, con una aparición rápida e insidiosa».

Y con todo, no es lo peor ni lo más temible. Lo verdaderamente espeluznante es que a nadie parece importarle. No hay monumentos a los caídos, ni cruces conmemorativas, ni lápidas de advertencia, ni aviso alguno. No se recuerda como un desastre histórico y colectivo. Cuenta la autora que «WorldCat, el mayor catálogo de bibliotecas del mundo, incluye actualmente unos 80.000 libros sobre la I Guerra Mundial (en más de cuarenta lenguas) y unos cuatrocientos sobre la gripe española (en cinco lenguas)». Y más trágico aún: no hay una tumba con los restos de ese asesino por antonomasia. De hecho, sigue vivo, «reconstruido en instalaciones de máxima seguridad, donde los científicos lo estudian con la esperanza de desarrollar nuevas vacunas».

La gripe española cambió el mundo. Incapacitó a Gandhi «en un momento decisivo por la independencia de la India», mudó el carácter del presidente Wilson, hizo que Conan Doyle dejara de escribir ficción y se entregara al espiritismo tras perder a su hijo, tumbó a Kafka durante la caída del Imperio Austrohúngaro, acercó a Sudáfrica al apartheid y contribuyó a la Segunda Guerra Mundial... Y lo sigue cambiando. «Por ejemplo, tras la muerte a causa de la gripe de un inmigrante alemán en Estados Unidos, su viuda y su hijo recibieron una suma de dinero. Lo invirtieron en inmuebles y hoy la fortuna de su nieto supuestamente asciende a miles de millones de dólares. Su nombre es Donald Trump». O sea, que su mandato es consecuencia de una enfermedad. Notición internacional.