En el planeta donde habita Rafael Riqueni, que desde luego no es en el que habitamos el resto de los mortales, la música está por todas partes, como en el planeta donde vivió siempre Mozart, Júpiter, según sus propias palabras. Decía el genio que la música estaba en el murmullo del agua, en el ruido de las hojas, en el canto del viento. Las flores murmuran y cantan. Todo produce sonidos melodiosos. Estaba describiendo la última obra del maestro de Triana, Parque de María Luisa, donde parece no haber instrumentos, sino pájaros y flores que cantan, por su enorme poder descriptivo.
Riqueni se ha inspirado en su niñez en el parque sevillano para componer esta maravilla de delicadeza, elegancia y profundidad: en la Plaza de España, en el Monte Gurugú, en el Costurero de la Reina, en la Isleta de los Patos, en la Glorieta de los Quinteros, en las palomas, en los gorriones y en el trasiego de los coches de caballos. No nos hizo falta que nos pusieran un vídeo, porque Rafael nos llevaba en volandas al vergel de Sevilla. Si la música no es capaz de conseguir eso, separarte la imaginación del cuerpo, es una música menor.
Inevitable no recordar al padre del compositor, al que conocimos. Está presente en todas las piezas de esta obra. Y hasta su madre, que aún vive, invidente desde hace décadas. Quizás por eso hay piezas de esta creación que tienen ojos, que nos miran. No sé si quienes no se hayan criado en Sevilla serían capaces de sentir esa mirada, de oler las flores o de escuchar el murmullo del agua. La música es un lenguaje universal, sin un idioma concreto, pero alguna ventaja tendríamos que tener quienes también nos hemos perdido por el jardín sevillano algún domingo por la mañana. Quiero pensar que Riqueni no ha creado esta obra solo para hacer regresar aquellos días junto a su padre, sino también para que los demás sevillanos rememoremos nuestras propias experiencias.
Cuando el compositor tendría 8 o 10 años, el crítico vivía en Cuatro Vientos, en Palomares del Río, rodeado de olivos y huertas, con arroyos y lagunas, jilgueros que cantaban en los naranjos y cernícalos que sobrevolaban el pino de Mampela. De haber sido compositor en vez de escritor, habría compuesto una obra parecida a esta, descriptiva, tierna, que inmortalizara mi infancia, esa etapa de la vida que también atrapó al maestro Riqueni. De hecho, comenzó su obra discográfica con Juego de niños, cuando tenía solo 26 años y aún se le veía la transparente piel de la niñez en la mirada.
A pesar de que lo de la noche del sábado era un acontecimiento musical, el concierto flamenco del año, el Maestranza no se llenó. Ni mucho menos. Eso sí, hacía años que no veíamos a tantos guitarristas en un teatro de Sevilla, grandes, medianos y pequeños. Menos mal. Era una noche para estar junto a Rafael, para demostrarle cariño, admiración y respeto. Para que se sintiera lo que es, el músico más grande de Sevilla. Y creo que eso lo conseguimos entre todos. Sintió el calor desde que fue recibido con un gran aplauso y, algo tenso al principio, tocó de una manera extraordinaria, con una seguridad asombrosa y tanta alma que dolía hasta en los silencios.
En la primera parte, presentación de Parque de María Luisa, nada menos que diecisiete piezas, unas más breves que otras. El sonido era perfecto, con brillo. Pocas veces hemos tenido esta calidad de sonido en el Maestranza, un gran trabajo de Rafael Pipió y Manu Mañeca. El diseño de luces, preciso y elegante, obra de Antonio Valiente. Y la dirección artística, correcta, de Paco Bech. A esto hay que añadir la calidad de todos los músicos, nueve en total, con el gran Fity Carrillo como segunda guitarra flamenca y un flautista y saxofonista, Gautama del Campo, que nos maravilló.
La segunda parte fue la flamenca. “Nunca me voy a olvidar del flamenco”, dijo el artista, “porque siempre he vivido de él”. Tampoco se olvidó de él para componer Parque de María Luisa, pero los pellizcos jondos llegaron en la segunda parte, con la taranta (Alcázar de cristal), con las sorprendentes combinaciones de arpegios que caracterizan a este toque. La soleá (A Canales). La rondeña (Benamargosa). Tangos (Vivencias). Una canción, Esa noche, tema de amor. Fandangos de Huelva (Al Niño Miguel). Y bulerías (Romero verde, Puerto camaronero), como homenaje al llorado Manuel Molina. El delirio.
Hacía años que no escuchaba en Sevilla un concierto de guitarra como el de Rafael Riqueni, al que hemos visto no solo recuperado mentalmente, sino técnicamente. Con una diferencia respecto al Riqueni de hace dos o tres décadas: que ahora sangra por la herida de la emoción, de la jondura, de la flamencura. Ha regresado el guitarrista al que ya conocíamos y no ha venido solo, sino acompañado de otro Riqueni, el que esperábamos desde hacía años. A lo mejor es arriesgado decir que lo mejor de este artista está por venir, pero anoche nos hizo pensar seriamente en que aún es posible el milagro.
Ficha: Teatro de la Maestranza. Parque de María Luisa, de Rafael Riqueni. Segunda guitarra, Fity Carrillo. Violines, Bruno Axel y Alan Andrews. Viola, Gonzalo Castelló. Violonchelo, Gretchen Talbot. Flauta y saxo, Gautama del Campo. Piano, Chiki Cienfuegos. Contrabajo, Manuel Calleja. Batería y percusión, Luis Amador. Entrada, algo más de medio aforo. Calificación: Cinco estrellas. Sevilla, 21 de noviembre de 20015.