«El problema es creer que un relato significa contar tu vida»

El manriqueño Francisco Díaz Valladares publica ‘Tras la sombra del brujo’, novela ambientada en África y ganadora del premio Edebé de literatura juvenil

09 may 2017 / 08:25 h - Actualizado: 09 may 2017 / 08:28 h.
"Libros"
  • Francisco Díaz Valladares, escritor nacido en Villamanrique de la Condesa (Sevilla), premio Edebé. / El Correo
    Francisco Díaz Valladares, escritor nacido en Villamanrique de la Condesa (Sevilla), premio Edebé. / El Correo

Fascinado por la historia que contaba la película Los demonios de la noche, el manriqueño Francisco Díaz Valladares quiso saber más acerca de los misterios y las peculiaridades de esa África remota donde dos leones devoradores de hombres podían bastarse para convertir la construcción de una línea férrea en una vivencia terrorífica. Leyendo a ver qué había de verdad en todo aquello, se documentó sobre el Congo, descubrió las maravillas del parque de Virunga y la majestuosidad del volcán Nyiragongo, se topó con los masái y con la hechicería... y cuando se dio cuenta tenía dentro una novela. Tras la sombra del brujo, ganadora del premio Edebé de literatura juvenil, es la materialización de aquel proceso y la constatación de que el campo de los libros para jóvenes es, más que campo, un latifundio. La selva. La sabana.

«Yo la literatura juvenil la veo mejor que nunca», dice el autor. «Ahora se lee más que nunca, se lee muchísimo, y se escribe muy bien. Ahora he estado de jurado en unos cursos para nuevos autores que promociona la Junta a través del Centro Andaluz de las Letras, e incluyen poesía, relatos, cuentos... y entre los chavales, de entre 10 y 18 años, me he encontrado a auténticos genios de la literatura: cosas que decía: Madre mía, yo quiero escribir así. Tremendo».

«Hay mucho autor», concede Díaz. «El problema que tienen los nuevos autores (todos lo hemos tenido) es que nos creemos que contar un relato significa contar tu vida y explicar lo que te ha pasado... pero yo creo que el panorama de la literatura infantil y juvenil está muy completito y hay grandes autores».

La situación, sobre todo por lo que atañe a los hábitos de la infancia, es muy diferente hoy de la que vivían los niños cuando Francisco Díaz era chico. «Como todos los de mi generación, he tenido una infancia muy rica», comenta. «Nosotros no teníamos nada, nos teníamos que inventar todo. No teníamos juegos. Yo salía de la escuela y teníamos que jugar a las cuatro esquinas o a yo qué sé, teníamos que inventarnos los juegos. El primer libro que me leí en mi vida en condiciones fue 20.000 leguas de viaje submarino, porque hasta entonces lo que había leído era El Capitán Trueno. Y claro, cuando leí ese libro (porque entonces tampoco teníamos libros, no teníamos de nada, a veces se nos olvida) era como tener un tesoro, y por poco no me ahogo atravesando el río de Aznalcázar, el Guadiamar, haciendo de buzo con un traje que me inventé lleno de piedras para poder andar por debajo, una lata en la cabeza...», así que, puesto a leer a Julio Verne, menos mal que eligió 20.000 leguas de viaje submarino y no Viaje a la Luna, con la de cohetes que hay en su tierra. «Es decir, que la vida, los de nuestra generación, la hemos visto venir desde lejos. Los chavales de hoy, por suerte o por desgracia (porque yo tampoco sé dónde está el equilibrio ahí) tienen otra vida distinta, y si dicen quiero ir a Nueva York se meten en el ordenador, hacen clic-clic y están paseándose por la Quinta Avenida».

Hablar de felicidad sin definirla es peligroso: ¿quién es más feliz, el que sea pasea por una librería sin saber poner un tornillo o el que lo hace por un almacén de bricolaje sin haberse leído una novela en su vida? Para el autor, la felicidad del primer grupo es superior: «Yo me he apartado del mundo hace muchos años. Me encierro en Matalascañas todos los inviernos y cuando aparece la gente me voy. Eso es lo que nos libra a nosotros de la neurosis. Podría preguntarme qué hago yo escribiendo o leyendo cuando el tío más estúpido del mundo y la tonta analfabeta que salen en la tele te das cuenta de que están ganando 30.000 euros cada día por salir a hacer el idiota. Pero la pregunta es si son felices. Digo, como Sócrates, que no se puede ser sabio si no se es bueno y no se puede ser bueno si no se es feliz. Es decir, comparar la felicidad con la sabiduría. ¿A mí que me aporta toda esa gente de la televisión? No me aporta nada. Y si uno se involucra en la barbaridad de la que estamos rodeados, la reflexión sería correcta: ¿cómo recomendar a la gente que lea? Pero por favor, leed porque os vais a apartar de lo demás y vais a salir de esa absurda irrealidad que nos ponen delante».

Fascinado por la historia que contaba la película Los demonios de la noche, el manriqueño Francisco Díaz Valladares quiso saber más acerca de los misterios y las peculiaridades de esa África remota donde dos leones devoradores de hombres podían bastarse para convertir la construcción de una línea férrea en una vivencia terrorífica. Leyendo a ver qué había de verdad en todo aquello, se documentó sobre el Congo, descubrió las maravillas del parque de Virunga y la majestuosidad del volcán Nyiragongo, se topó con los masái y con la hechicería... y cuando se dio cuenta tenía dentro una novela. Tras la sombra del brujo, ganadora del premio Edebé de literatura juvenil, es la materialización de aquel proceso y la constatación de que el campo de los libros para jóvenes es, más que campo, un latifundio. La selva. La sabana.

«Yo la literatura juvenil la veo mejor que nunca», dice el autor. «Ahora se lee más que nunca, se lee muchísimo, y se escribe muy bien. Ahora he estado de jurado en unos cursos para nuevos autores que promociona la Junta a través del Centro Andaluz de las Letras, e incluyen poesía, relatos, cuentos... y entre los chavales, de entre 10 y 18 años, me he encontrado a auténticos genios de la literatura: cosas que decía: Madre mía, yo quiero escribir así. Tremendo».

«Hay mucho autor», concede Díaz. «El problema que tienen los nuevos autores (todos lo hemos tenido) es que nos creemos que contar un relato significa contar tu vida y explicar lo que te ha pasado... pero yo creo que el panorama de la literatura infantil y juvenil está muy completito y hay grandes autores».

La situación, sobre todo por lo que atañe a los hábitos de la infancia, es muy diferente hoy de la que vivían los niños cuando Francisco Díaz era chico. «Como todos los de mi generación, he tenido una infancia muy rica», comenta. «Nosotros no teníamos nada, nos teníamos que inventar todo. No teníamos juegos. Yo salía de la escuela y teníamos que jugar a las cuatro esquinas o a yo qué sé, teníamos que inventarnos los juegos. El primer libro que me leí en mi vida en condiciones fue 20.000 leguas de viaje submarino, porque hasta entonces lo que había leído era El Capitán Trueno. Y claro, cuando leí ese libro (porque entonces tampoco teníamos libros, no teníamos de nada, a veces se nos olvida) era como tener un tesoro, y por poco no me ahogo atravesando el río de Aznalcázar, el Guadiamar, haciendo de buzo con un traje que me inventé lleno de piedras para poder andar por debajo, una lata en la cabeza...», así que, puesto a leer a Julio Verne, menos mal que eligió 20.000 leguas de viaje submarino y no Viaje a la Luna, con la de cohetes que hay en su tierra. «Es decir, que la vida, los de nuestra generación, la hemos visto venir desde lejos. Los chavales de hoy, por suerte o por desgracia (porque yo tampoco sé dónde está el equilibrio ahí) tienen otra vida distinta, y si dicen quiero ir a Nueva York se meten en el ordenador, hacen clic-clic y están paseándose por la Quinta Avenida».

Hablar de felicidad sin definirla es peligroso: ¿quién es más feliz, el que sea pasea por una librería sin saber poner un tornillo o el que lo hace por un almacén de bricolaje sin haberse leído una novela en su vida? Para el autor, la felicidad del primer grupo es superior: «Yo me he apartado del mundo hace muchos años. Me encierro en Matalascañas todos los inviernos y cuando aparece la gente me voy. Eso es lo que nos libra a nosotros de la neurosis. Podría preguntarme qué hago yo escribiendo o leyendo cuando el tío más estúpido del mundo y la tonta analfabeta que salen en la tele te das cuenta de que están ganando 30.000 euros cada día por salir a hacer el idiota. Pero la pregunta es si son felices. Digo, como Sócrates, que no se puede ser sabio si no se es bueno y no se puede ser bueno si no se es feliz. Es decir, comparar la felicidad con la sabiduría. ¿A mí que me aporta toda esa gente de la televisión? No me aporta nada. Y si uno se involucra en la barbaridad de la que estamos rodeados, la reflexión sería correcta: ¿cómo recomendar a la gente que lea? Pero por favor, leed porque os vais a apartar de lo demás y vais a salir de esa absurda irrealidad que nos ponen delante».