La arquitectura regia, elegante y almibarada del Lope de Vega se adaptó como un guante a la propuesta con la que la Barroca cerró su temporada de conciertos, centrada en autores que en su mayoría trabajaron para el Rey Luis XV, El Bien Amado, y sus suntuosos palacios y jardines. Para la ocasión volvió a la ciudad el veterano flautista holandés Wilbert Hazelzet, para ponerse al frente, y la vez a las órdenes, del conjunto hispalense. Curtido en formaciones de prestigio como Musica Antiqua Köln y Amsterdam Barroque Orchestra, nos deleitó con su toque flexible, experimentado y eminentemente natural a la flauta travesera, demostrando que a pesar del tiempo transcurrido la suya sigue siendo una historia de amor con un conjunto con el que combina compromiso, calidad y complicidad a partes iguales, y una ciudad en la que ha dejado su impronta, como demuestra la pleitesía que le rindió con su asistencia la plana mayor de los flautistas que desarrollan su actividad aquí.

Los compositores convocados nos situaron en un París rococó de fuerte presencia masónica, con dos piezas de inequívoca influencia italiana a cargo de Jacques-Christophe Naudot y André Danican Philidor, objetos de una interpretación en la que primó el desenfado propio del divertimento, especialmente en el caso del segundo, que tanto contribuyó al desarrollo de la ópera cómica. Los primeros atisbos del virtuosismo de Hazelzet, siempre abordado desde una estética amable y exquisita, llegaron con el único concierto conservado de Michel Blavet, con el que el flautista mantuvo una entonación impecable, redondeado por un solo del siempre elegante clavecinista Alejandro Casal.

El concierto cómico Les sauvages et La Furstemberg de Michel Corrette le puso en bandeja a Alexis Aguado su oportunidad de lucimiento, que la aprovechó con vertiginosas ornamentaciones al violín, haciendo una vez más gala de ese entusiasmo y apasionamiento por la música que provoca la admiración que le profesamos al conjunto público y cronistas, aunque a veces estemos expuestos a verter opiniones no siempre afortunadas. La fiesta de la elegancia, el virtuosismo y la sensibilidad se mantuvo con un prodigioso Concierto Op. VII no. 3 de Leclair en el que Hazelzet desplegó su particular facilidad para el control de la respiración y el legato; hasta que una selección de piezas instrumentales de la ópera Dardanus de Rameau puso la guinda final a un año en el que el gozoso roce propició una vez más el cariño sincero que le profesamos a esta orquesta.