Son muchos los escritores y artistas que cada año visitan Sevilla atraídos por su Semana Santa. Pero pocos tan autorizados para hablar del barroco como la siciliana Maria Attanasio (Caltagirone, 1943), autora de un único libro traducido al español, Negro barroco negro, que le publicó Pisco Lira en el sello de La Carbonería con traducción del profesor de la US Miguel Ángel Cuevas.
La escritora recibe a El Correo en una jornada, Domingo de Resurrección, en la que los italianos suelen felicitarse la Pascua, por lo que su teléfono lleva toda la mañana echando humo. Viene de recorrer durante varias jornadas las calles de la capital hispalense dejándose impregnar por la atmósfera de la Semana de Pasión. «Para mí el barroco es un tiempo, un siglo –el XVII– que amo y que me horroriza. Me atrae por el negro, lo oscuro, por la oscuridad de vida que hay en él, cómo esa vida aparecía comprimida con la fuerza expresiva del barroco», comenta. «Pienso en un poeta italiano como Giambattista Marino, que ha sido despreciado porque era barroco, pero que ha escrito poemas fuertemente eróticos, madrigales estupendos, con toda la luz y la oscuridad que se puede. Eso es el barroco, la luz y la oscuridad, vida oscurecida y tensión de vida. También es Campanella, es Galileo. Todo eso junto me resulta irresistible».
Por otro lado, Attanasio cree que ese barroco determina el carácter de los sicilianos. «¿Sabes por qué? Porque el barroco siciliano es quizá más un tardo-barroco que un barroco total, un barroco que ya se está volviendo Ilustración. En 1793 hay un terremoto terrible, y erupciones del Etna, etc. Y Sicilia es plural, no es una realidad singular, hay muchos lugares distintos, lenguas distintas. La Sicilia que yo habito, entre centro y Oriente, sufrió ese terremoto del Valle de Noto, que lo borró todo. Así que el barroco que respiramos es el siguiente al primer XVIII, el barroco de la reconstrucción, que viene infiltrado del mundo que está cambiando. Esa es la razón por la que nosotros somos eso, tardobarrocos».
Eso produce, en su opinión, «un carácter como el vuestro. Somos un poco trágicos por un lado, dramatizantes, pero también florecientes, desbordantes de vitalidad, que también eso es típico del barroco. Vosotros sois así también. A veces ese desbordamiento es un ser y un parecer al mismo tiempo. Dónde termina uno y empieza el otro, no lo sabemos».
En cuanto al barroco que ha visto en Sevilla, no le parece muy distinto del suyo? «Me ha llamado la atención en Sevilla ese románico-gótico con esa persistencia árabe visible [el mudéjar]. Para nosotros, la persistencia árabe física en la Sicilia oriental es invisible, tal vez sea más notable en la parte occidental, en Palermo. En Catania y oriente, es todo tardobarroco y liberty. El resto es memoria sepultada. En Caltagirone, mi ciudad, ha habido una presencia árabe importantísima, que se nota en un dialecto muy aspirado. Es una memoria subterránea. La ciudad tiene una estructura árabe, patrimonio de la Humanidad, pero no tiene nada de árabe. Callejones largos, calles estrechas, pero es una presencia oculta, no visible directamente».
Las procesiones sevillana sí las ve algo diferentes de las sicilianas. «Siempre está la solemnidad, son procesiones muy silenciosas allí, algo más interiorizadas a las que he visto aquí», explica la autora, que recientemente ha publicado una novela, La ragazza di Marsiglia. «Este laberinto de procesiones que se extienden por toda la ciudad, pensaba el otro día, ¿se juntarán todas en algún sitio? Intentaba verlas desde arriba?».
Se confiesa «laica y atea», lo que no le ha impedido escribir un libro sobre fiestas religiosas de Sicilia con fotografías de Giuseppe Leone. «Soy laica, pero vivo la fascinación del barroco. Esos miles de nazarenos me recuerdan también a la Inquisición, claramente, el sambenito amarillo. Yo siento una atracción oscura por todo esto. Aquí me llama la atención que cada uno tiene su procesión, su Cristo, su escultura? ¿por qué? Es impresionante. Y esos sambenitos no los veo verticales, los veo profundizando en el tiempo, hasta el siglo XVII».