Cuando hace algo más de veinte años nació el Festival de Jerez muchos pensaron que era una aventura condenada al fracaso, sobre todo en Jerez, donde lo que de verdad gusta es una improvisada fiesta en algún tabanco o casa de vecinos de Santiago. Con veintiuna ediciones celebradas y a cuatro días de la vigesimosegunda, los resultados están ahí y no pueden ser más positivos, con los peros que queramos ponerle a la cita jerezana, que no es perfecta y tiene los mismos defectos y las mismas virtudes que todos los grandes festivales de flamenco del mundo, que son muchos.

Con este festival ha ocurrido un poco como con la Bienal de Sevilla: que le está costando mantener alto el listón de la calidad sin repetirse como el ajo. Antes de la Bienal, Sevilla era ya una ciudad donde el flamenco tenía mucha importancia, siendo una de las cunas fundamentales de este arte. Lo era ya en el siglo XIX, cuando Silverio y El Burrero comenzaron su labor de difusión. Antes de la Bienal venían algunas veces compañías a los teatros de la ciudad, pero lo que de verdad tenía tirón eran los festivales de verano, en su máximo apogeo entonces. Y tablaos como Los Gallos, El Arenal, La Cochera o El Patio Sevillano.

La Bienal cambió casi todo y de ese cambio se beneficiaron sobre todo los artistas que aspiraban a algo más que cantar en fiestas o esperar una llamada del representante Pulpón. Algunos años llegaban buenos espectáculos a la ciudad, de artistas ya en retirada que venían quemados de la ópera flamenca, y poco más. La Bienal, pues, llegó en el mejor momento para cerrar una etapa y abrir otra.

Igual ocurrió en jerez con su festival, que cambió muchas cosas y dio oportunidades a artistas del baile que o nunca habían actuado en esta ciudad o cuando lo hacían no llevaban público porque no había infraestructura teatral y mucho menos unos medios de comunicación dispuestos a apoyar el arte de la tierra. Jerez es hoy una referencia para el flamenco internacional, algo que no pasaba en los setenta u ocurría en menor medida. Vienen cada año cientos de aficionados de todo el mundo a participar en sus cursos y a disfrutar de lo que se programa en los teatros o las bodegas.

Quizá esté pagando un poco el festival una apuesta tan intensa, pues al celebrarse cada año y no cada dos, se repiten mucho las compañías y los artistas, que, por otra parte, vienen ya de otros festivales nacionales o internacionales. Esto aburre ya un poco a quienes van de festival en festival, precisamente por la repetición de espectáculos. Y también por el relleno, esa manía de sobrecargar los festivales para hacerlos largos y, por tanto, pesados.

Pero al margen de estas cuestiones, lo cierto es que Jerez de la Frontera ha consolidado un gran festival donde el baile tiene un lugar destacado, como ocurre en la Bienal. No el baile más flamenco, sino la danza aflamencada, pero algo es algo, porque hace dos o tres décadas apenas había compañías de baile en Andalucía o solo las montaban las primeras figuras. Hoy tiene cualquiera una compañía, aunque sea modesta, y esto es algo que hay que agradecerles a festivales como los citados.

Desde el 23 de este mes al 10 de marzo, Jerez se va a convertir en la Meca del flamenco, con miles de personas visitando la ciudad, disfrutando y gastando dinero. Sobre todo disfrutando, porque Jerez es de las pocas ciudades del mundo donde aún hay flamenco y flamencos de verdad, donde se buscan entre ellos para meterse en fiesta y se vive en ellas un verdadero ambiente jondo.