«En el teatro de ahora da igual todo, lo único que importa es tener éxito»

Roberto Quintana y Celia Vioque llevan a La Fundición ‘Una hora en la vida de Stefan Zweig’

28 ene 2017 / 19:24 h - Actualizado: 28 ene 2017 / 21:33 h.
"Teatro"
  • Roberto Quintana y Celia Vioque, en un momento de la representación de ‘Una hora en la vida de Stefan Zweig’. / El Correo
    Roberto Quintana y Celia Vioque, en un momento de la representación de ‘Una hora en la vida de Stefan Zweig’. / El Correo

Por sus setenta años de carnet y sus cincuenta de actor, la vida le ha regalado al sevillano Roberto Quintana interpretar a uno de los personajes más fascinantes de la cultura europea. Una hora en la vida de Stefan Zweig, que este domingo echa el telón en La Fundición junto a su paisana Celia Vioque e Íñigo Núñez, ha permitido a esta figura del mundo del teatro andaluz fundirse con el escritor austriaco justo en la hora más decisiva de su vida: cuando en la tarde del 22 de febrero de 1942, con Japón recién entrado en el eje junto a Alemania e Italia, se suicidó junto a su mujer en su exilio brasileño, convencido de que los nazis conquistarían el mundo entero.

El regalo de cumpleaños le ha gustado mucho a Quintana. «Primero, porque el texto me parece la pieza de un maestro. A pesar de que Antonio Tabares tiene nada más que 42 años recién cumplidos, ha construido una obra fascinante, que tiene de verdad la última media hora de la vida de Zweig y una hora más para la que se inventa una trama inexistente con una habilidad extraordinaria, porque lo hace a través de un personaje de una de las obras de este autor, el Amok, que es un tipo raro, medio descerebrado, como es el Friedman de la obra. Que construya de ese modo una trama casi policiaca para poder adentrarnos en la figura de Zweig me parece el artilugio de un maestro».

Alabanzas también para Sergi Belbel, un mago creando compañerismo sobre las tablas y uno «de esos directores que no abundan en nuestro país que adoran a los actores», una cualidad sobre la que Roberto Quintana siempre encuentra la ocasión de comentar algo. «Ahora en el teatro no mandan los directores, ni los actores. Creo que manda la publicidad, la proyección: tenemos que hacer dinero, tenemos que hacer taquilla, tenemos que tener éxito. Manda el éxito. A costa de lo que sea: si es a costa del actor, a costa del actor; si es a costa del escenógrafo, a costa del escenógrafo, o del director. A costa de todo. Lo que importa es el éxito. Da igual que sean buenos actores, buenos directores, que la historia sea potente... todo eso da igual. Lo importante es tener éxito y estar en los papeles y salir en la tele, ser famosos... Estamos en esa historia. El otro día comentaba con una antigua alumna del Instituto del Teatro y le preguntaba que cómo le iba y tal, y me decía que bueno, que antes le iba mejor, pero ahora con la crisis... Y yo, confesándome un poco con ella, le decía: No, esto de la crisis no, es que tú no respondes al patrón de lo que se espera hoy día. Hoy en esta profesión nuestra ha nacido un nuevo tipo de personaje que es el guapo o guapa, que da igual si sabe o no sabe, que da igual lo que sea, pero lo que importa es que sea atractivo, y entonces ya están solucionados todos los problemas. Da igual si es capaz de asumir y defender un personaje, si es capaz de interpretar, si sabe o no, eso da lo mismo».

Pero ni siquiera esta reflexión le abate el ánimo, tras haberse llevado todos los aplausos disponibles en la provincia con la pequeña gira dentro de la Escena encendida de la Diputación. «Se han levantado sistemáticamente en las once funciones que hemos hecho a aplaudir, a dar bravos e incluso, en dos ocasiones, a acercarse al escenario a aplaudir, que yo eso es la primera vez que lo he visto en mi vida. El mérito es del señor Zweig en primer lugar y de Tabares en segundo, por hacer un relato atractivo que deja atrapado al espectador».

«A mí me parece que el personaje bombón es el mío», comenta, sonriente, Celia Vioque, «porque es el que hace el arco más completo, la que viaja durante la función de un lugar a otro de una forma preciosa. Ella, Lotte, comienza la función con miedo y con dudas y va a hacer lo que va a hacer sencillamente por seguir a su marido, que es lo que lleva haciendo toda la vida, y cuando termina la función es una mujer convencida y libre que va a hacer lo que va a hacer por decisión propia. Y encuentra un sentido a su vida, encuentra un principio y un fin que justifica todo lo que ha hecho y va a hacer y tiene esa evolución que me parece preciosa. Antes de morir, da la vida de alguna forma». La actriz no duda en referirse a la emoción de una obra que podría parecer eminentemente intelectual. He ahí uno de sus méritos. «La función tiene un ritmo trepidante, no te puedes desconectar en ningún momento. El tiempo, curiosamente, es muy tranquilo, especialmente la primera parte, que entras como en una especie de cápsula donde no hay prisa y el tiempo se para. Pero Tabares ha dado tono de thriller a una cosa que es muy reflexiva, porque se habla de la vida, la muerte, la libertad, el amor..., de muchos temas muy intelectuales; de filósofos, pensadores, artistas... y luego tiene el punto maravilloso de enganchar con la emoción. Ha hilado muy fino. Hay mucha reflexión intelectual pura y dura». El público envuelve el escenario; es una función a cuatro bandas. «Sobre mi personaje, me ha resultado complicado por un lado porque tiene la misma edad que yo, 33, pero hay un abismo entre las dos: mi visión es de una mujer del siglo XXI y ella... nunca sabremos realmente qué pasión tenía para que decidiera suicidarse junto a él, cuando se llevaban más de treinta años de edad. Qué pasa en esa cabeza y cómo lo afronta ella es el trabajo que he tenido que hacer. Sergi me contuvo mucho: Lotte es fría, tiene sus emociones pero todas están contenidas, es como una bomba a punto de estallar».