«En esto, quien se considere mejor que los demás, es tonto. Los fotógrafos siempre hemos dependido de la suerte. Con 40 años de experiencia o los que quieras, la jerarquía no sirve: te colocas a la izquierda o a la derecha, y te puedes comer la foto. Y un chaval que acaba de empezar lo hace mejor que tú». Son palabras de Eduardo Abad, veterano del oficio que esta semana fue objeto de homenaje por parte de sus compañeros, con una exposición instalada en la Cámara de Comercio de Sevilla.
—En Sevilla siempre ha habido grandes fotógrafos. ¿Por qué todos le llaman a usted maestro?
—La única diferencia entre compañero y maestro, es que llevas muchos años. Pero siempre he dicho que todos aprendemos de todos: si yo he enseñado algo, alguien me ha enseñado a mí. Y puedes aprender del veterano y de quien acaba de llegar, porque todo el mundo tiene ideas. Hay chavales que empiezas y los ves hacer cosas que no se te habían ocurrido.
—¿Es una profesión tan competitiva como se dice?
—Siempre ha habido una sana competencia, nos gustaba ver al día siguiente lo que habían hecho los demás. Eso en lo que respecta a prensa, luego está la gente del corazón, que sale cada día a ganarse el sueldo, y es otra cosa. Entre nosotros, si dos discuten porque uno te ha empujado u otro te ha tapado, se arregla tomándonos una cerveza para olvidarlo. No puedes irte a casa cabreado, porque vamos a vernos todos los días y hay que convivir. Lo exigimos nosotros mismos, no estamos dispuestos a trabajar con mal rollo. Estamos ahí para hacer nuestro trabajo y reírnos de todo lo que se mueve. Y ningún fotógrafo se ha quedado sin foto por tener que llevar al niño al colegio, o por cualquier causa ajena a su voluntad. Sabe que los compañeros no lo van a dejar sin su foto.
—¿Fue el paso del análogico al digital el gran cambio?
—Hubo una época en que llegamos a disparar con tres cámaras, una en blanco y negro, otra en color, otra para hacer diapositivas para las revistas... Hasta que llegó el digital, y fue la muerte de la profesión. Antes tenías que revelar en cualquier cuartucho, luego revelar la copia con una ampliadora portátil, y transmitirla: era una aventura, y hacía falta gente solvente que supiera hacer las tres cosas. Luego empezamos a escanear, y nos fuimos quitando pasos. Cuando llega el digital y con un clic estás transmitiendo, toda esa profesión se queda en nada. Y con la crisis, abaratando costes, vemos que la foto la hace el redactor, o la manda el gabinete de turno. Ahora hay mucha gente que hace fotos, pero no todos son fotógrafos.
—Sin embargo, esta semana hemos visto al gremio reivindicando la diferencia con la famosa foto de Rajoy saliendo del Congreso....
—Reivindicar la calidad, invertir en calidad, siempre es bueno. Ese trabajo y esa profesionalidad es lo que estamos olvidando. El fotógrafo es un elemento más para reivindicar una prensa de calidad. Las fotos hechas por redactores con el móvil desprestigian el periódico o la revista que las publica.
—Claro, ahora deben competir con cualquiera que pase por el lugar de la noticia.
—Lo que interesa ahora es el gol, el momento. Pasa algo y alrededor hay un montón de gente con un móvil en el bolsillo. En los grandes acontecimientos de los últimos años, a veces la foto clave la ha hacho un aficionado, como en Atocha. Antes la hacía un profesional, seguramente el que llegara primero.
—¿Por qué todavía mucha gente no considera periodistas a los fotógrafos?
—Yo siempre he pensado que el fotógrafo de prensa debe ser periodista. No de título, sino de tener ese interés por contar una historia, ya para eso tienes que conocer la historia. Si no, mejor dedicarse a bodas y bautizos. Yo iba a un pleno y me había leído antes lo que iba a pasar en el acta de sesión. Y si no te lo lees, pregúntale a un plumilla, pero hazte una idea. También es verdad que los de agencia hacíamos menos temas, mientras otros locales salían por la mañana con 14 temas en la papela...
—Ahora los periodistas de carrera denuncian el intrusismo. ¿Son otros tiempos?
—Hay chavales que están tres meses en una redacción y dicen que han aprendido más que en toda la carrera. ¿Cuántas carreras entonces llevo yo? El problema del periodismo, entre otras cosas, ha sido formalizar la carrera. Un periodista se hacía metiéndose en la redacción y ocupando los huecos que iba habiendo. Yo empecé de chico de los recados, esperando a que alguien me dijera «cógete una cámara y vete para allá, que no hay nadie». No pueden salir 300 periodistas cada año de las universidades de Sevilla, ¿qué mercado va a absorber eso? Ninguno. Defiendo que el fotógrafo tenga conocimientos, cuantos más estudios mejor, pero esto es un oficio. Vale también para los redactores.
—Como cualquier fotógrafo en Sevilla, usted hizo mucha Semana Santa, fútbol, toros... ¿cada cosa requiere de una especial disposición?
—Hacer una cosa bien no significa que tenga que gustarte. Lo principal es saber lo que esperan los periódicos de esa información. De una corrida de toros esperan que captes lo sobresaliente de una corrida, si le han dado dos orejas a Fulanito o lo que sea. En Semana Santa vas a lo práctico, a ese halo que envuelve todo, pero si vienen los reyes, importa más la reina delante del paso. En fútbol, ¿es más interesante el gol, o el salto de Ronaldo después de marcar? Si tienes los dos, mejor, pero en cada caso tienes que resaltar lo informativo, y si no hay nada destacado, puedes atender más a lo estético.
—Hay quien dice que una foto nunca miente. ¿Se puede seguir sosteniendo eso en estos tiempos?
—Lo que no se puede hacer es manipular. Al menos en una agencia, el fotógrafo es su credibilidad. Hay cientos de clientes que deben saber que esa foto es verdad, y si les queda la duda, no hay nada. A quien manipula hay que echarlo, hay que quitarlo de la profesión. Si tienes una foto bonita y salen unos cables por medio, déjalos. Pero desde el momento del encuadre, estás eligiendo sacar eso y no lo de al lado. Puedes aclarar, levantar un poco los blancos, pero no añadir o quitar a la realidad. Manipular es motivo de despido, y aunque con Photoshop es facilísimo, siempre va a haber alguien que descubra la trampa.
—¿Hay mucha trampa hoy?
—En estos tiempos, imagina lo que se puede hacer. Se ha abierto la veda, y no hay día que en Google no pulse el botón para decir «no quiero noticias de este medio». Antes se consideraba que si algo había salido en prensa, era verdad. Ahora tienes que preguntar, ¿qué medio lo ha sacado? ¿Y quién lo firma?
—¿Es pesimista con el porvenir de la profesión?
—Van a quedar pocos fotógrafos que vivan de su profesión. En Sevilla hace unos años, en El Correo había como diez, el El País tres en plantilla y un colaborador, en ABC siete u ocho... Quedan muy pocos elegidos, el resto va a vivir de otras cosas. Ya no se ficha a fotógrafos buenos. En los tiempos de auge, yo podía alquilar una avioneta para ir a hacer una foto, sin preguntar a nadie de mi agencia. Cuando terminé, 15 o 20 días antes de mi jubilación, tenía que pedir permiso para coger un taxi al aeropuerto. También la crisis nos puso los pies en la tierra.
—Pero se perdió la confianza: usted no pedía permiso a su agencia porque ésta confiaba en que sus decisiones eran lo mejor para ella.
—Exacto, eras un miembro de la empresa, tú te lo tienes que creer. Y cuando la gente da confianza, recibe más de lo que da, siempre.
«Cuando llegué a Sevilla, me dije: aquí, o te esfuerzas, o no te vas a enterar de nada»
Madrileño de 1952, Eduardo Abad empezó en la profesión de fotógrafo a los 13 años. «Salí con mi padre a buscar trabajo por la Gran Vía, preguntando a los porteros, y volví a casa con cuatro o cinco propuestas», recuerda. Su primer empleo fue en España Press, agencia especializada en sucesos. «Me quedé a la salida del laboratorio, y cuando vi aquello dije: esto es lo mío. De ahí pasé por varias agencias, Europa Press, finalmente Efe...»
Su vida cambió cuando lo mandaron a Sevilla. «Fue al poco del famoso partido España-Malta. Lo que más recuerdo es que había un nivel magnífico aquí, estaban Pablo Juliá, los hermanos Cazalla, Atín Aya, Miguel Ángel León en El Correo... Yo lo tuve claro, me dije: aquí, o te esfuerzas, o no te vas a enterar de nada». Por su parte, el resto de los compañeros también tuvo que ponerse las pilas con el recién llegado. «Sí, decían eso de: cuando llegó Eduardo, tuvimos que empezar a contar con Efe. Antes llevaba la agencia un compañero mayor, y cuando yo llegué metí un poco más de presión», evoca el fotógrafo. Vino para dos años, con la idea de hacer méritos para adquirir la categoría de redactor, y se quedó 30. «Mi familia sigue en Madrid, y yo me he quedado aquí. Es señal de que me ha ido bien aquí, de que esto me gusta», apostilla.