{Mientras Europa se sacudía con el terremoto desatado por el fraile alemán Martín Lutero hace ahora 500 años, en España la Inquisición acabó de forma ágil, tajante y dramática, pira mediante, con todo intento reformista de la doctrina, como recuerda Rafael Pérez, profesor de Iglesia y Corrientes Religiosas en la Edad Moderna en la Universidad de Sevilla.
—¿Hubo un eco inmediato de ese estallido en Sevilla?
—El eco inmediato en principio no es evidente en los diez o quince años siguientes, porque no conocemos actuaciones inquisitoriales hacia personajes. Ahora bien, Sevilla es un puerto importantísimo en la época, porque conecta el norte de Europa con el Mediterráneo, y eso va a producir que, de un modo que no sabemos exactamente cómo fue, se vaya produciendo una infiltración de esas ideas protestantes dentro de la propia sociedad sevillana. Y eso es lo que va a saltar a la luz en los años 50.
—¿Cuánto tardaba entonces una noticia en llegar de un lado a otro de Europa? —Nosotros estamos acostumbrados a la inmediatez absoluta. Eso en aquel momento no era posible. Pero sí que es verdad que las ideas circulaban ya. Estamos hablando de una época en la que ya había imprenta. Y que las vías de comunicación son muchas, y que las instituciones de tipo tradicional, las órdenes religiosas, están muy extendidas. Eso quiere decir que, sorprendentemente, lo que sucede en Alemania, un mes, dos o tres después se puede estar sabiendo en Sevilla.—¿Hubo algún iniciador de ese brote sevillano?
—Resulta complicado, en el estado actual de los conocimientos, decir que tal o cual persona fue quien empezó. Lo que sí sabemos es que en un determinado momento, hay una serie de familias y de lugares donde esas ideas están. Los lugares fundamentales eran, por un lado, el Monasterio de San Isidoro del Campo; una comunidad de monjes, de una rama de la orden jerónima que son los isidros, que será uno de los grandes focos. Otro foco es la propia Catedral, donde una serie de canónigos, personas muy importantes y famosas de la época, van a ser procesados y condenados por la Inquisición. Luego hay otros escenarios, por ejemplo el Monasterio de Santa Paula, donde algunos predicadores de la Catedral, sobre todo el doctor Egidio y algunos monjes de San Isidoro, como Casiodoro de Reina, habían predicado o habían tenido algún tipo de influencia. Eso está probado. Luego, el colegio de los Niños de la Doctrina Cristiana. Estos son los grandes escenarios.
—¿Qué familias o personajes formaron parte de este movimiento? —No se puede hablar de familias concretas, sino de individuos dentro de las familias. Por ejemplo, doña Ana de Leza, que es familia de Diego de Leza, quien había sido arzobispo de Sevilla. Altos cargos de la administración, miembros del Consejo Real, gente muy importante y muy rica. Luego hay individuos de familias mercantiles, de familias de origen judeoconverso en las que estas ideas van a arraigar, y algunos serán procesados y quemados vivos.Estaba el Castillo de la Inquisición, otro lugar clave, donde está hoy el Mercado de Triana. Los autos de fe con los que todo esto se acabó se hicieron entre 1559 y 1562 en la Plaza de San Francisco. Si uno lee los autos de fe en las relaciones que tenemos, aquello era todo un proceso. Se hacía una procesión en la que iban desde una guardia armada que podía ser de doscientos hombres, cien personas entre clérigos y religiosos de distintas órdenes, luego iban los representantes del Cabildo de la ciudad, el eclesiástico y, al final, los penitenciados.
—Toda una demostración de fuerza...
—Una demostración de fuerza y un ejercicio didáctico. Eran espectáculos multitudinarios que duraban todo el día; se empezaba de madrugada y se acababa por la noche, y luego ya ejecutaban.
—¿Cómo se desencadena? —En el año 57 hay un personaje al que llaman Julianillo Hernández que se dedica a introducir libros prohibidos, libros protestantes, desde Ginebra y Alemania hasta Sevilla. Y en uno de esos viajes lo descubren, lo detienen y a partir de ahí se empieza a tirar de la cuerda y a salir todo. Entonces, unos doce o trece monjes de San Isidoro, un día, no se sabe si en bloque o en dos fases distintas, huyen. A otros los van a coger. Estos que han huido van a ser procesados en ausencia y algunos serán quemados en estatua. En el caso de las dos figuras estelares, que son los canónigos doctor Egidio (Juan Gil) y Constantino de la Fuente, Gil tiene un primer proceso y entre pitos y flautas se muere en 1555, pero será procesado de nuevo, condenado, se desenterrarán sus huesos y serán quemados. En el caso de Constantino de la Fuente, también: él muere en la cárcel de la Inquisición, y serán quemados los huesos. Los que no han huido ni se han muerto van a ser quemados. Varias decenas.—¿Cuánto tarda en desmantelarse todo esto?
—Realmente es bastante rápido, porque la reacción es rapidísima y contundente. Hasta donde sabemos, no quedó nada. Eso es directamente machacado. Se descubre en 1557. En ese momento, Carlos V está en Yuste en las últimas, porque muere al año siguiente, y él, que en principio ya se ha retirado, escribe unas cartas tremendas a su hija la princesa Juana, que hace de gobernadora porque Felipe II está en Flandes en ese momento, diciendo que vamos a ver, que con esta gente, ni coloquios, ni convencerlos. Que es imposible. que yo lo intenté en Alemania y aquello fue un desastre. Hay que barrerlos. En ese momento, la Inquisición va a ser durísima.—Sevilla, Valladolid... ¿La Semana Santa se promocionó en estos lugares como una respuesta?
—La Semana Santa y las procesiones son anteriores, aunque es verdad que en los siglos XVI y XVII se es muy consciente de que Sevilla era uno de esos escenarios internacionales a escala global donde había que representar públicamente el catolicismo y sus verdades fundamentales de forma opuesta a lo que había supuesto la Reforma protestante. Había interés en que las cruces que había por las calles, que eran muchísimas, estuvieran dignas y limpias, para que si se bajaban herejes de los barcos viesen que nosotros teníamos un culto digno. La Inquisición se puso alerta y a vigilar las entradas al puerto, la circulación de gente. Se creó un cinturón sanitario que, si no impidió que las ideas entraran, al cabo del tiempo sí que fue efectivo.—Se dice que los protestantes, al proponer la lectura de la Biblia, fomentaron la alfabetización frente al analfabetismo del mundo católico. ¿Sevilla habría evolucionado de diferente manera en este sentido de haber triunfado la Reforma aquí?
—Hoy día la investigación nos ha demostrado que este planteamiento clásico no es correcto. El crecimiento de la alfabetización y la difusión de la lectura entre el público laico se desarrolla a un ritmo bastante importante desde el siglo XV. Incluso desde antes de la imprenta. Es más, se piensa que no es tanto la imprenta, desde mediados del XV, la que extiende la alfabetización sino que es la demanda creciente de libros, la necesidad creciente de lectura, lo que al final hace que se genere un invento que permita más libros. De hecho, es muy curioso porque la legislación diocesana de Castilla establece desde 1480 hasta 1520 en casi toda España que en las parroquias los sacristanes o los capellanes, según cada sitio, enseñen a los niños a leer. Además de la catequesis, se aprovecha esta para enseñar a los niños. De hecho, es curioso porque las primeras cartillas para leer que se conservan de los primeros años del XVI son cartillas-catecismos, o sea, sirven para las dos cosas. Y el mismo Lutero es una consecuencia, en el fondo, del mismo fenómeno de cambio cultural general. Lo que pasa es que luego la propaganda protestante insistirá machaconamente y triunfará convenciendo a los católicos de que él fue quien tradujo la Biblia a lenguas vernáculas, pero hoy sabemos que había traducciones muy anteriores.