Uno de los mayores encantos de los conciertos matinales de la Sinfónica, además de sus múltiples combinaciones de instrumentos, son las piezas y autores que los maestros y maestras de la orquesta invitan a descubrir. Programas plagados de compositores poco frecuentados, siguiendo en esta ocasión una línea cronológica ascendente del postromanticismo al neoclasicismo con escalas en el impresionismo y el expresionismo, evocando sonidos del pasado que encandilaron a sus contemporáneos pero que en la mayoría de los casos pasaron a un injusto olvido.
Sin tener que acudir a arreglos ni adaptaciones, todas las piezas elegidas se concibieron para flauta, violín y piano. Militar, ingeniero y músico autodidacta, César Cui formó parte del Grupo de los cinco, que en clara oposición a la música occidental reivindicó la música tradicional rusa. Sus Cinco piezas Op. 56 adoptan un carácter de fábula, de cuento que el trío aprovechó para recrear texturas y emociones extremadamente amables, acompañando al dominio técnico que imperó durante todo el programa una extraordinaria expresividad. Yasnytskyy se lució generosa y elegantemente en su Nocturno. También autodidacta, la prolífica compositora francesa Mélanie Bonis adopta un tono más otoñal en su Suite Op. 59, tal como se percibió en el carácter melancólico adoptado por los músicos. Óscar Martín destacó más en la rapsódica Medailles antiques de Philippe Gaubert, que empezó tocando el violín en un cine local y acabó siendo uno de los mejores flautistas de su época. En esta pieza se atisbaron los primeros acordes vibrantes y vertiginosos de la tarde, magníficamente defendidos.
La segunda sonata del checo Bohuslav Martinú para esta formación, la Madrigal, denota un carácter más enérgico y expresionista, sobre todo en una primera parte en la que Morelló destacó en flexibilidad y ritmo, siempre sobre la atenta base instrumental que le ofrecieron unos compañeros ejemplares. El paseo amable y encantador prosiguió con los Dos interludios de Jacques Ibert, más melódicos, ligeros y coloristas. El Trío de Rota, muy popular como autor de bandas sonoras y cada vez más reivindicado como compositor de concierto, invitó a los intérpretes a mostrar su faceta más virtuosística, ilustrando con una acentuada energía su tono intrigante y amenazante. Una vez más en la propina, Oblivion de Piazzolla consiguió conmovernos.