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Entre la tragedia y el culebrón

Lugar: Festival de Itálica. Teatro Romano, 30 de julio

31 jul 2015 / 15:51 h - Actualizado: 31 jul 2015 / 15:53 h.
"Teatro"

Sumergirse en las profundidades psicológicas de la tragedia clásica. Es lo que nos propone Raúl Hernández con esta versión de Fedra, un texto tan complejo como ambicioso que transgrede la historia de Eurípides hasta arrebatarle, de alguna manera, su condición trágica.

Y es que, para conseguir contextualizar el mito y ahondar en su psicología, Raúl Hernández altera la historia original hasta el punto de librar a Fedra de su trágico destino. Para ello, la dramaturgia se centra en el personaje femenino destacando la soledad y el desarraigo, dos circunstancias a las que se siente abocada por su condición de extranjera. Eso le provoca el rechazo de Hipólito, el hijo de su marido de quien, al igual que en el relato original, se enamora perdidamente. Pero mientras en la obra de Eurípides él se limita a rechazarla y ella acaba suicidándose, aquí Hipólito la desea de forma perversa y la denuncia de ella no es infundada. De esa manera, Raúl Hernández ahonda en los mecanismos del deseo y su potencial trágico. Se trata, sin duda, de un ejercicio tan provocador como interesante, pero tal y como está planteado acaba delimitando un relato culebronesco, deslavazado y confuso, que no es ni clásico ni contemporáneo, sino todo lo contrario.

La puesta en escena de Juana Casado se decanta por un tratamiento contemporáneo, aunque respeta el coro y recurre a una simbología que remite a la tragedia. Al igual que en sus anteriores montajes, recrea una atmósfera de poesía en movimiento mediante el uso de utensilios cotidianos que adquieren un alto poder evocador, gracias a la iluminación y a la concepción coreográfica de su manipulación por parte de los intérpretes. Con ello delimita toda una gama de imágenes hermosas aunque, por desgracia, algunos pasajes resultan un tanto impostados y el rimo se resiente cada vez que el coro se adueña del escenario. No obstante cabe destacar el derroche de maestría y dominio de los protagonistas. David Montero dota de prestancia y magnanimidad a su personaje y Marga Reyes dibuja una Fedra con la que cualquier mujer podría identificarse.