{La pervivencia del bianual Festival Turina siempre ha pendido de un hilo. Un hilo que se fracturó, creímos definitivamente, el pasado año, cuando sin apenas presupuesto y sin una estructura consolidada, su agotada directora artística y fundadora, la pianista noruega radicada en Sevilla Benedicte Palko, bajó la persiana. Sin embargo, en una acción rápida y sorprendente, el Ayuntamiento de Sevilla se arremangó y garantizó la «seguridad económica» de un certamen privado que reivindica la figura de uno de nuestros músicos más universales, Joaquín Turina. Su nueva edición, que comienza el lunes, es prueba de su salvación. Pero el futuro continúa lleno de grises.
—Anunció el cierre y resucitó luego. Casi parece una hábil estrategia para que el Festival sobreviviera...
—Yo no hago estrategias; no calculamos la idea de morir y reaparecer. Aquello sucedió en un momento de agotamiento total; era imposible seguir trabajando en unas condiciones en las que ni siquiera teníamos seguridad económica. Hemos sacado adelante esta sexta edición, sí, trabajando una barbaridad, pero el futuro ni mucho menos está despejado.—¿Entonces por qué decidió volver a intentarlo?—El Ayuntamiento de Sevilla decidió entrar con 30.000 euros y eso era un fondo importante para nosotros. Pero seguimos sin tener una organización, este es un Festival hecho en nuestras casas, en las de los pocos que lo sacamos adelante. Es agotador. Cuando me preguntan si habrá edición en 2019 me pongo muy nerviosa; eso es una incógnita, no quiero ni pensar en ello, no sé si esta será o no definitivamente la última edición. —¿Qué demandan ahora?
—Tener el apoyo de la iniciativa privada; el respaldo de la ciudad, no ya de los políticos, que lo tenemos, y hacen lo que pueden. Para llegar a cubrir esta edición, además del aporte municipal, hemos reunido 100 mecenas, algunos de ellos muy pequeños, nuestros patrocinadores más grandes son, principalmente, la Academia Eli y Cruzcampo. Hay muchas pequeñas empresas remando con nosotros, pero siguen sin ser suficientes.
—¿No les ha ayudado en ese sentido que la reina doña Sofía aceptara la Presidencia de Honor del Festival?—Ella nos ha cedido su nombre mediante una credencial oficial; estamos muy orgullosos porque es una persona muy comprometida con la cultura. Pensamos que su apoyo serviría de acicate a los empresarios para que nos arroparan con donaciones, pero apenas ha sido así. La sociedad sevillana no ha cambiado, y dudo que lo haga a corto plazo. —¿Cree que cambiaría el panorama si el Gobierno central alumbra la ansiada Ley de Mecenazgo?
—No lo sé y no lo creo. Aquí no se apoya la cultura porque no está en el ADN, las cosas no funcionan como deberían.
—Es usted noruega. ¿No ha tanteado otros lugares?—Alguna vez lo he pensado, sí; y estoy seguro de que habría ciudades en Europa dispuestas a acogernos pero... sinceramente, dirigir un festival no es mi profesión, no tendría fuerzas ni motivación para ir buscando otro lugar donde echar raíces. Tengo mi pareja y mi vida aquí, y es aquí donde tiene sentido reivindicar a Joaquín Turina, poniendo su música en los atriles de decenas de músicos de otros países.—¿Cuáles son los momentos que ningún aficionado debería perderse en esta edición que comienza?
—Escuchar los cuatro Tríos de Turina, este lunes, es una ocasión única. También estoy muy satisfecha de los matinés que hemos preparado en el Hotel Alfonso XIII, en un entorno muy íntimo. La Banda del Festival ofrecerá en el Auditorio Box un concierto lleno de obras sorprendentes. Y no faltará nuestro concierto en Capitanía General, en un auditorio maravilloso y muy desconocido por los sevillanos.
—No han descuidado tampoco dar cabida a cierto repertorio inusual...
—La música que se escucha en el Festival Turina está ausente de la agenda el resto del año. En esta ocasión oiremos obras infrecuentes de Dvořák y de Saint-Saëns. Y, por supuesto, volveremos a escuchar el estupendo Quinteto de Turina que se estrenó en Sevilla hace justo 100 años. Ya lo han tocado 24 artistas diferentes, porque todos los años lo programamos.
—Sin embargo, tanto la música barroca como la contemporánea vuelven a ser unas olvidadas...
—Vamos por partes. La música barroca no tiene sentido en este certamen. Además, ya hay mucha en Sevilla. Respecto a la de nuestros días, sí, tiene razón. Me gustaría programarla, pero para eso tendría que traerme a músicos especializados en ella. No puedo utilizar a los mismos intérpretes para todo. Y, entonces, volvemos al tema del dinero, no tenemos para todo lo que querríamos hacer. De todas formas, creo que dentro de nuestro núcleo, la música de cámara clásica y romántica, apostamos por obras infrecuentes.
—¿Cuál es el presupuesto?
—Unos 60.000 euros. Lo estiramos al máximo. Nos apena no hacer actividades en la calle, por ejemplo; llamar más la atención. Aunque por fortuna, si algo nunca nos ha faltado es público y amigos. Eso me enorgullece.
La pervivencia del bianual Festival Turina siempre ha pendido de un hilo. Un hilo que se fracturó, creímos definitivamente, el pasado año, cuando sin apenas presupuesto y sin una estructura consolidada, su agotada directora artística y fundadora, la pianista noruega radicada en Sevilla Benedicte Palko, bajó la persiana. Sin embargo, en una acción rápida y sorprendente, el Ayuntamiento de Sevilla se arremangó y garantizó la «seguridad económica» de un certamen privado que reivindica la figura de uno de nuestros músicos más universales, Joaquín Turina. Su nueva edición, que comienza el lunes, es prueba de su salvación. Pero el futuro continúa lleno de grises.
—Anunció el cierre y resucitó luego. Casi parece una hábil estrategia para que el Festival sobreviviera...
—Yo no hago estrategias; no calculamos la idea de morir y reaparecer. Aquello sucedió en un momento de agotamiento total; era imposible seguir trabajando en unas condiciones en las que ni siquiera teníamos seguridad económica. Hemos sacado adelante esta sexta edición, sí, trabajando una barbaridad, pero el futuro ni mucho menos está despejado.—¿Entonces por qué decidió volver a intentarlo?
—El Ayuntamiento de Sevilla decidió entrar con 30.000 euros y eso era un fondo importante para nosotros. Pero seguimos sin tener una organización, este es un Festival hecho en nuestras casas, en las de los pocos que lo sacamos adelante. Es agotador. Cuando me preguntan si habrá edición en 2019 me pongo muy nerviosa; eso es una incógnita, no quiero ni pensar en ello, no sé si esta será o no definitivamente la última edición. —¿Qué demandan ahora?
—Tener el apoyo de la iniciativa privada; el respaldo de la ciudad, no ya de los políticos, que lo tenemos, y hacen lo que pueden. Para llegar a cubrir esta edición, además del aporte municipal, hemos reunido 100 mecenas, algunos de ellos muy pequeños, nuestros patrocinadores más grandes son, principalmente, la Academia Eli y Cruzcampo. Hay muchas pequeñas empresas remando con nosotros, pero siguen sin ser suficientes. —¿No les ha ayudado en ese sentido que la reina doña Sofía aceptara la Presidencia de Honor del Festival?
—Ella nos ha cedido su nombre mediante una credencial oficial; estamos muy orgullosos porque es una persona muy comprometida con la cultura. Pensamos que su apoyo serviría de acicate a los empresarios para que nos arroparan con donaciones, pero apenas ha sido así. La sociedad sevillana no ha cambiado, y dudo que lo haga a corto plazo. —¿Cree que cambiaría el panorama si el Gobierno central alumbra la ansiada Ley de Mecenazgo?
—No lo sé y no lo creo. Aquí no se apoya la cultura porque no está en el ADN, las cosas no funcionan como deberían. —Es usted noruega. ¿No ha tanteado otros lugares?
—Alguna vez lo he pensado, sí; y estoy seguro de que habría ciudades en Europa dispuestas a acogernos pero... sinceramente, dirigir un festival no es mi profesión, no tendría fuerzas ni motivación para ir buscando otro lugar donde echar raíces. Tengo mi pareja y mi vida aquí, y es aquí donde tiene sentido reivindicar a Joaquín Turina, poniendo su música en los atriles de decenas de músicos de otros países.—¿Cuáles son los momentos que ningún aficionado debería perderse en esta edición que comienza?
—Escuchar los cuatro Tríos de Turina, este lunes, es una ocasión única. También estoy muy satisfecha de los matinés que hemos preparado en el Hotel Alfonso XIII, en un entorno muy íntimo. La Banda del Festival ofrecerá en el Auditorio Box un concierto lleno de obras sorprendentes. Y no faltará nuestro concierto en Capitanía General, en un auditorio maravilloso y muy desconocido por los sevillanos.—No han descuidado tampoco dar cabida a cierto repertorio inusual...
—La música que se escucha en el Festival Turina está ausente de la agenda el resto del año. En esta ocasión oiremos obras infrecuentes de Dvo?ák y de Saint-Saëns. Y, por supuesto, volveremos a escuchar el estupendo Quinteto de Turina que se estrenó en Sevilla hace justo 100 años. Ya lo han tocado 24 artistas diferentes, porque todos los años lo programamos. —Sin embargo, tanto la música barroca como la contemporánea vuelven a ser unas olvidadas...
—Vamos por partes. La música barroca no tiene sentido en este certamen. Además, ya hay mucha en Sevilla. Respecto a la de nuestros días, sí, tiene razón. Me gustaría programarla, pero para eso tendría que traerme a músicos especializados en ella. No puedo utilizar a los mismos intérpretes para todo. Y, entonces, volvemos al tema del dinero, no tenemos para todo lo que querríamos hacer. De todas formas, creo que dentro de nuestro núcleo, la música de cámara clásica y romántica, apostamos por obras infrecuentes.—¿Cuál es el presupuesto?
—Unos 60.000 euros. Lo estiramos al máximo. Nos apena no hacer actividades en la calle, por ejemplo; llamar más la atención. Aunque por fortuna, si algo nunca nos ha faltado es público y amigos. Eso me enorgullece.