Exhibición de nervio y músculo

ROSS ***

08 jul 2016 / 10:44 h - Actualizado: 08 jul 2016 / 10:46 h.
"Cultura","Música"

Aunque el programa estaba lógicamente diseñado con mucha anterioridad, esta celebración del reflejo de una Sevilla pintoresca en la música ha venido muy bien como anticipo de la histórica visita del presidente Obama a la ciudad, y así lo han entendido varias empresas sevillanas con sede en Estados Unidos, que unieron fuerzas para promocionarse de cara al evento y de paso hacer realidad una necesidad que vienen demandando orquesta y teatro desde hace mucho tiempo, combinar el respaldo público con el patrocinio privado. Así discurrió la última cita de la temporada de la ROSS a orillas del Guadalquivir, víctima de un nuevo disparate urbanístico que está convirtiendo el emblemático Paseo de Colón, premio de arquitectura en su día por conciliar respeto al entorno y modernidad, en uno de esos centros de interpretación que nadie demanda ni comprende, con un desafortunado aspecto futurista entre la Torre del Oro y la Giralda.

Axelrod se empleó a fondo en este cierre de su primera temporada al frente de la Sinfónica, exhibiendo más fuerza y musculatura que honda expresividad. Su interpretación de la música nacionalista española denota que aún no entiende nuestra idiosincrasia, adoptando una estética más propia del gran espectáculo hollywoodiense, al que nada podemos objetar pero no es la que demandan Albéniz o Falla, que del temperamento de una tierra que alterna llanto y alegría de forma tan particular como ésta. En el camino se quedaron los aromas evocadores de la Sinfonía Sevillana, contenida en el andante inicial, lírica con especial mención para el corno inglés de Sarah Bishop en el movimiento central, pero decididamente festivalera y fuera de tono en la Fiesta final. Peor les fue con el legendario arreglo de Frühbeck de Burgos de Sevilla de Albéniz, decididamente tosca y efectista, sin atisbo de elegancia. Las suites de El sombrero de tres picos ofrecieron una nueva ocasión de lucimiento para la orquesta, pero aunque la batuta se mantuvo correcta y digna, de nuevo un marcado carácter festivalero malogró la Jota final.

La cita nos devolvió a Alexandre da Costa, que hace algunas temporadas alternó la función de concertino con Eric Crambes y ya partició como solista en un Doble concierto de Brahms junto a Asier Polo y la dirección de Halffter. El joven canadiense dió nuevas muestras de una técnica soberbia y un sensacional virtuosismo, en páginas como Arabescos de Lorenzo Palomo, un estreno a él mismo dedicado, que se enrosca de forma demoníaca mientras la orquesta arropa sutilemente potenciando el misterio y la sensualidad de oriente. Sus recreaciones de Sarasate, en Aires más bohemios que gitanos, rascando y acariciando el instrumento por igual, y en la Habanera de Carmen, fueron sencillamente prodigiosos.