Gran circo detrás de la máscara

La obra ‘Cabaret maldito’ funciona como un gran espectáculo consagrado al «más difícil todavía» y revestido por humor grueso, disfraces terroríficos y un erotismo bastante timorato

25 dic 2016 / 20:06 h - Actualizado: 25 dic 2016 / 22:34 h.
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  • El director del Circo de los Horrores, Suso Silva, ataviado como Nosferatu es el presentador de la función. / Manuel Gómez
    El director del Circo de los Horrores, Suso Silva, ataviado como Nosferatu es el presentador de la función. / Manuel Gómez
  • El Circo de los Horrores estará hasta el 8 de enero en Sevilla. / Manuel Gómez
    El Circo de los Horrores estará hasta el 8 de enero en Sevilla. / Manuel Gómez

El siglo XXI ha obligado al circo a una redefinición. Desde luego, el Circo de Sol ha venido a demostrar que este sigue siendo un espectáculo de masas y que su adaptación a la sensibilidad contemporánea era posible. Mientras unas pocas compañías agonizan de feria en feria explotando discutibles y catódicos personajes (Leticia Sabater), copiando a Disney evitando pagar derechos (Fronze en lugar de Frozen) o enjaulando y maltratando animales, otras se han lanzado a dignificar la carpa como lugar donde vivir grandes emociones.

El Circo de los Horrores lleva una década de gira. Y su creador, curtido en el Circo de los Muchachos, Suso Silva, ha conseguido crear una marca fuerte, aglutinar a más de un millón de seguidores en las redes sociales y presentarse en ciudades de toda España e Iberoamérica. El terror (y ahora también, el erotismo) ha sido su principal aliado.

Hasta el 8 de enero, el Charco de la Pava alberga la carpa negra del Cabaret maldito, título de la nueva y más ambiciosa propuesta de esta compañía, para la que se han desprendido del público familiar. En términos generales, el espectáculo cercano a las tres horas funciona como un engranaje perfectamente engrasado. Hay muy pocos tiempos muertos, pese a que la dramaturgia que hilvana los números es francamente inconsistente. Salvo un par de escenas de relleno –los más abiertamente cabareteros– el montaje funciona consagrándose, en la mejor tradición circense, al más difícil todavía. En ese sentido, el número de equilibrismo sobre una estructura de dos inmensas ruedas resulta tan trepidante y arriesgado que justifica, por sí solo, todo el show; tal es su imponente fuerza.

Silva se rodea en cada gira de un soberbio plantel de contorsionistas, magos, patinadores...; porque el Circo de los Horrores es, por encima de su atrezzo, circo; lo demás es adobo. Y en ese adobo, aquí revestido de ceremonia demoniaca en la que proliferan chistes gruesos de rápida efectividad y un constante juego de tensión humorística con el público, se yerra solamente cuando lo que se muestra no va en sintonía con un discurso que insiste en el valor de la palabra lujuria. Así, el coreografiado número acuático en la pecera deviene en una actuación un tanto sonrojante al ver cómo las nadadoras aparecen mojigatamente ataviadas con una segunda piel color carne que desluce cualquier supuesto intento de provocación.