El rigor, la pasión y el sentido común son cualidades bien conocidas en la trayectoria de Juan Carlos Romero (Huelva, 1964). También su vocación de crecimiento como músico. Y todas ellas comparecen una vez más en su nuevo proyecto, Al borde del Aria, en el que el guitarrista ha querido trasladar piezas inmortales de la música clásica a su propio terreno. A juzgar por el éxito cosechado en su estreno en el Festival de la Guitarra de Córdoba, la andadura no ha podido comenzar mejor, pero atrás hay muchas horas de tenacidad y esfuerzo.
«Siempre había querido sentirme no un simple espectador de esos músicos –que no es que no sea suficiente– sino que me preguntaba cómo estar dentro de esa música sin obligarme a adaptarme a otro lenguaje, sin dejar de ser yo mismo», explica. Los músicos a los que se refiere son, dicho sea de paso, gigantes de la talla de Bach, Rachmaninov, Vivaldi, Rossini o Verdi. «No tengo formación clásica, ni mi intención era tocar la guitarra clásica, cosa que ya hace mucha gente extraordinariamente bien. Pero entre todos hemos ido conformando en el flamenco un lenguaje lo suficientemente sofisticado como para abordar cualquier música», apunta.
«Yo tengo mi estilo, y con él me puse a abordar estas obras», prosigue Romero. «Se trataba simplemente de decir lo mismo que ellos cuentan, pero con tus propias palabras. Y mis palabras las he adquirido siendo quien soy, perteneciendo al mundo andaluz y flamenco», agrega el guitarrista.
No obstante, Romero subraya el esfuerzo realizado de un modo muy gráfico: «Fíjate si me lo he tomado en serio, que he aprendido a leer partituras con este trabajo. No tenía más remedio que hacerlo para saber lo que había allí dentro. No se puede abordar de oído un disco como este».
Para un artista de la veteranía del onubense, este reto ha supuesto un inesperado estímulo en sus ambiciones. «No tenía gafas para leer tanta nota y tanto signo, porque algunas partituras venían en una notación distinta de la convencional que conocemos hoy», evoca. «Ha sido, en cierto sentido, como aprender a leer, pero con el Quijote», asegura.
Romero recuerda que empezó por Bach, «a ver si lo que pensaba era o no un disparate». Grabó. Escuchó con calma. Lo dio a oír a otros amigos, algunos músicos clásicos, «porque uno siempre está inseguro, y sabe que va a tratar con grandes creadores y no quiere hacerlo como un elefante en una cacharrería», dice. «Me parecía que estaba bien, que ni traicionaba al compositor ni dejaba de ser fiel a mi lenguaje. Entendí que lo que había teorizado era factible, y seguí adelante».
¿Había algunos compositores que se dejaran hacer más fácilmente que otros? Romero tiene sus dudas: «Todos son difíciles, y al mismo tiempo he podido comprobar que ese abecedario flamenco que hemos puesto en pie, con la guitarra sobre todo, es muy rico y te da infinidad de posibilidades de hacer cosas», asevera el guitarrista, que se ha hecho acompañar en el estreno cordobés de dos voces, la de Sandra Carrasco y Rocío Márquez. «Estarán las dos en el disco, y probablemente incluya una voz más», comenta. «Todas son muy dúctiles, hoy la gente joven tiene una gran capacidad para adaptarse, y también aportaron esa delicadeza interpretativa que se necesita para estas músicas».
Algo parecido puede decirse de la adaptación de la guitarra a las piezas seleccionadas: «Lo intentamos solo con arias, de ahí el título, para delimitar bien el género que hacíamos. La mayor parte de las veces las arias se desarrollan con lentitud, no suelen ser muy vivas rítmicamente, y además hay que tener en cuenta que la duración de una nota de guitarra no va más allá de los dos, tres segundos: no es un violín. Era un problema a solucionar», subraya.
Entre las obras seleccionadas, Romero cita como sorpresa a Gabriel Fauré, «que no son formalmente arias, pero que me cautivaron por su riqueza melódica y armónica, y me hizo preguntarme por qué se le consideró un músico menor respecto a los grandes maestros», afirma.
También está La donna è mobile, el aria del Rigoletto de Verdi, «donde los flamencos nos sentimos muy bien, porque son piezas con un rigor rítmico que para nosotros es fundamental».
Cuando se le pregunta si cree que todavía hay gente en el flamenco o la música clásica que reciba con la escopeta cargada aventuras como esta, se muestra tranquilo. «A algunos les va a parecer bien, otros creerán que distorsiono un discurso musical y me lo llevo a unos espacios para los que no fue creado, pero por eso lo hago», dice.
En todo caso, «los puristas hace mucho que dejaron de tener la fuerza que tenían. Los tiempos han cambiado mucho, pero creo que a veces parece que ayuda inventarse un enemigo, así parece que eres un contracorriente, un rebelde. Pero no hay tal enemigo, de hecho no hemos conocido una época más permisiva en el flamenco. Hay voces reaccionarias, sí, pero, ¿qué influencia tienen, que capacidad de evitar que se hagan cosas?».
«Cuando yo empecé», concluye Romero, «había dos o tres personas que controlaban todo. Eso saltó por los aires hace mucho, y sigue cambiando cada día. Y los flamencos debemos acostumbrarnos a que no solo somos como nos vemos, sino también como nos ven desde fuera. Cuanto más universales seamos, más va a contar la mirada del otro. Y van a seguir sucediendo muchas cosas en esta música, que no sabremos cómo llamar, o dónde colocar», apostilla el maestro.