Hoy es el gran día, el debut del bailaor y coreógrafo onubense como director de Ballet Flamenco de Andalucía, cuya primera entrega, Aquel Silverio, se estrenará esta noche en El Festival de Jerez, en el Teatro Villamarta. Para quienes aún no lo sepan, Silverio Franconetti Aguilar fue un cantaor y empresario sevillano (1831-1889), hijo de Nicolás Franconetti, un romano que apareció por Sevilla a principios del XIX y fue a enamorarse de una alcalareña de familia sevillana, María de la Concepción Aguilar.
Nació Silverio en la sevillana calle Odreros, en la mismísima Plaza de la Alfalfa, el 10 de junio de 1831, como ya publicó Demófilo en su libro Cantes flamencos, publicado cincuenta años después de que naciera el genio. Niño aún, tras la muerte de su padre, la familia se trasladó a Morón de la Frontera, donde descubrió el cante, aunque suponemos que algo viviría el ambiente sevillano, en aquellas academias de los boleros Félix Moreno, Miguel y Manuel de la Barrera, en las que iban a aprender célebres boleras como Manuela Perea La Nena, La Campanera y Petra Cámara, que eran más o menos de la edad de Silverio.
Es fácil imaginar al célebre cantaor, de niño, asomado a esas academias de calles como Jimios y Rodo, entusiasmado con los cantaores de aquel tiempo, que ya los había, unos de Sevilla y otros de Cádiz, San Fernando o del Puerto de Santa María. Ya andaba metido en faena el célebre comediógrafo José María Dardalla, de quien Silverio fue vecino. Si el cantaor vivió sus primeros nueve o diez años en Sevilla, en aquel tiempo y ambiente, algo influiría en su formación como cantaor, aunque tuviera que aprender el oficio de sastre, primero con las lecciones de su propio padre, que lo era, y luego con su hermano Nicolás, el mayor, ya viviendo en Morón, donde este tenía tienda.
Aunque le contara a Demófilo que de niño se escapaba de la sastrería para irse a la fragua de El Fillo para aprender sus cantes, no está nada claro que se refiriera al verdadero Fillo, sino a su hijo, Francisco Ortega Vargas, compañero sentimental de la célebre Andonda. De lo que no cabe duda es que el niño Silverio sintió una gran atracción por los cantaores gitanos, El Fillo entre ellos, aunque, según el cantaor trianero Rafael Pareja, su verdadero maestro fuera Frasco el Colorao, al que llevamos años investigando.
Con 26 años, siendo ya cantaor y picador de toros, Silverio emigró a Sudamérica, donde hizo un poco de todo, para regresar en 1864 siendo un hombre de buena posición económica, lo que le permitió emprender la aventura de dirigir cafés cantantes, crear su propia compañía de flamenco y, en 1881, abrir el Café Silverio en la céntrica calle Rosario de Sevilla, que lo tuvo hasta 1888. Meses después, el 30 de mayo de 1889, moría en el número 30 de la Plaza de San Francisco, en un edificio que estuvo donde hoy está el Banco de España.
Rafael Estévez es un apasionado no solo de Silverio Franconetti, sino de la historia en general del flamenco del XIX, lo que le llevó a hacer sus pinitos en la investigación, labor que valora desde hace años. Llevar al teatro la vida del cantaor más importante e influyente de su tiempo es una enorme responsabilidad, porque es consciente de que su obra y la de Nani Paños va a ser analizada con lupa. Se trata de llevarnos a aquellos años de los que tan poco se sabe todavía, y de contarnos la vida y la obra, suponemos que a grandes trazos, de quien supo ver antes que nadie la importancia que tenía el cante, el baile y toque de nuestra tierra.